'Maixabel' de Icíar Bollaín

Maixabel: El camino es la autocrítica

La aclamada 'Maixabel', de Icíar Bollaín trata sobre la reconciliación y la convivencia. Pero no por el olvido, ni por renunciar a las armas sin más. No hay ni pizca de equidistancia. Los asesinos y sus cómplices han de escupir el veneno y hacer una autocrítica radical. Este es el único camino para limpiar la herida y que pueda cicatrizar.

Maixabel, la película de Icíar Bollaín, que narra los encuentros restaurativos entre víctimas y ex miembros de ETA se ha basado en largas horas de entrevistas con los protagonistas en la vida real. Interpretada por dos de nuestros mejores actores, Blanca Portillo y Luis Tosar, está cosechando un notable éxito de taquilla y ha provocado todo tipo de reacciones. Desde los que ven en la cinta una alegoría de la redención por el perdón, a los que la consideran maldita por atribuirle una culpable equidistancia entre víctimas y verdugos. Ninguna de las dos versiones acierta.

Si algo llama la atención poderosamente en el inicio de esta historia es la soledad de las víctimas, buscada y preparada plano a plano por la directora. Maixabel está sola en casa cuando suena insistente el teléfono que presagia el horror, atraviesa una solitaria plaza, llega al hospital y la aíslan en una sala donde recibirá, otra vez sola, la cruel noticia. María, su hija, de acampada con unas amigas que frecuentan la Herriko Taberna, cosechará un gélido vacío cuando recibe la noticia de parte de su tía; ni un abrazo, ni un beso, ni una lágrima de sus compañeras. En pocos planos, la directora nos ha retratado una sociedad enferma.

Porque como dirá más adelante María, ella y sus amigas, han crecido viendo cómo se considera héroes a los etarras que hoy han asesinado a su padre. Lo normal es recibirlos con homenajes, por eso, cuando su ama le consulta su opinión sobre los encuentros acabará contestando que “si ahora vuelven arrepentidos y reconociendo lo que han hecho, entonces sí que algo puede empezar a cambiar.”

Y de esto va la película, de que puede haber reconciliación y convivencia, pero no por el olvido, ni por renunciar a las armas sin más. Eso no basta, han de reconocer el daño causado, han asesinado y han provocado un dolor infinito a sus víctimas.

Luis Tosar y Blanca Portillo, en una escena de Maixabel

No es cierto que la cinta peque de equidistancia. Presenta una ETA negra, donde los que matan no saben ni a quién ni por qué. Es una secta, dirá uno de los arrepentidos. Que utiliza a los presos y a sus familiares: “No hay que pedir permisos ni reducción de condena, para que las familias sigan haciendo cientos de kilómetros, para dar pena”. Un entorno que persigue al arrepentido; “No voy a participar porque mi familia tiene que seguir viviendo en el pueblo”. Que acosa a los etarras disidentes con pintadas de “traidor” y su diana correspondiente, que borra sus fotos de las revistas de apoyo a los presos o hace que sus antiguos amigos les retiren la palabra. “Fuera del colectivo hace mucho frío”, dicen a los que deciden abandonar ETA.

Todo esto aparece en la película, breve, lateral, pero contundente. No hay ni una pizca de equidistancia.

No abunda en el marco de la historia porque nos quiere llevar a otro sitio, al plano personal entre la víctima y el preso que ha asesinado a su marido. El clímax llega en la conversación entre ambos. Y es fácil que provoque rechazo esa lágrima que cae por la mejilla de Maixabel mientras escucha al asesino del compañero de su vida y comprueba su sincero arrepentimiento. También que genere recelo esa conversación en la que ella dice que prefiere ser la viuda de Jáuregui que la madre del etarra y él contesta que preferiría ser el muerto y no el asesino. Un rechazo guiado por “no juntes a la víctima con el verdugo, no nos hagas empatizar con el asesino etarra a través de una persona tan generosa como ella.” Una reacción que se previene de que al contar la historia del final de ETA se hable del sufrimiento de todos, como si eso fuera posible, que junte a víctimas y verdugos y que nos venda la reconciliación por el olvido, porque hay que convivir y “pasar página”. Pero no es cierto que esta sea la conclusión de la historia que nos cuenta Maixabel.

Como dice la auténtica Maixabel: “para pasar página primero hay que haberla leído

Los presos con los que se reúne han reconocido y rechazado sus crímenes. Su compañero dice “estamos muertos, no le importamos a nadie”, ya no es su amigo, no quiere ni mirarlo porque entonces se ve a él y recuerda lo que ha sido. Están atormentados y arrepentidos.

Es un completo acierto esa elección del plano personal, porque se convierte en el mejor antídoto para escupir el veneno. Para asesinar y odiar a alguien hay que deshumanizarlo. Los presos que no quieren participar en los encuentros con víctimas se justifican con que sus actos no eran “una cuestión personal”, eran objetivos que otros les habían asignado. No hay autocrítica, se resisten a buscar la verdad de sus abominables hechos. Porque en ese plano personal aparece desnuda la naturaleza asesina sin nada que la pueda amortiguar.

La directora del film, Icíar Bollaín; Maixabel Lasa, viuda de Juan María Jáuregui, asesinado por ETA; y la actriz Blanca Portillo, intérprete de Maixabel.

Aunque como dice la directora los presos que participaron en los encuentros no son representativos, “de 800 y pico presos de ETA que había solo diez u once participaron en los encuentros”, tienen el valor de señalar el único camino por el que puede transitar la verdad y la reconstrucción de la convivencia.

Escuchar a la Maixabel auténtica es clarificador, ella dice “para pasar página primero hay que haberla leído”, también afirma que han hecho más por el fin de la violencia los presos arrepentidos que la izquierda abertzale porque “esa autocrítica a la izquierda abertzale le falta por hacer”.

No vale “teatralizar” el rechazo de “todas las violencias” cuando siguen recibiendo como héroes a los presos etarras. No basta reconocer que se ha causado daño –faltaría más-; han justificado los asesinatos con el “algo habrá hecho”, los han arengado con el “ETA mátalos”, han sido cómplices del terror fascista contra los no nacionalistas, han de escupir el veneno y hacer esa autocrítica. Este es el único camino para limpiar la herida y que pueda cicatrizar.

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