Marí­a Zambrano

Luz en la oscuridad

Discí­pula de Ortega y Gasset, Marí­a Zambrano nos conduce a un periodo donde España pudo expresar todo su potencial, incluso en terrenos «ignotos» como la filosofí­a

Una mujer abriendo camino a machetazos

La publicación de “Cartas inéditas” por la editorial Linteo nos trae un dibujo diferente, apasionado y quebrado, de María Zambrano.

Encontramos a la pensadora que toma una posición radical y visceral ante los decisivos acontecimientos políticos y sociales del momento.

Pero también, y sobre todo, a una mujer que, en plenos años veinte del pasado siglo, está abriéndose camino a machetazos entre una selva de prejuicios.

“Cartas inéditas” incluye más de setenta misivas que María Zambrano dirigió, entre 1921 y 1928, a Gregorio del Campo, un joven oficial de artillería del que se enamoró apasionadamente.

No llegaron nunca a casarse. Él fue asesinado el 6 de septiembre de 1.936. Las tropas franquistas lo habían detenido el 19 de julio por haber sido uno de los contados oficiales que no secundaron el golpe de Estado en el cuartel Palafox de Zaragoza.

En las cartas encontramos el lado más visceral de María Zambrano: “Estoy verdaderamente desesperada: no recuerdo jamás haberlo estado tanto, se agitan desde ayer en mí tantas cosas que soy más que persona un torbellino”.

“¡Yo soy lo que me da la gana ser!…”: esa es la verdadera cuestión de la que se ocupa durante esos años. “Yo creo estar en una etapa de gestación”, le escribe, “algo nace en mí, o algo se transforma; y cómo hablar, cómo nombrar a lo que aún no se conoce”.

Las cartas que dirigió a Gregorio del Campo no tienen desperdicio: recogen los desafíos e incertidumbres de una mujer que se está construyendo a sí misma, y están llenas de un amor directo y sincero. “Más te quiero tigre que gato mimoso”, le dice el 31 de enero de 1924, donde también apunta: “Quiéreme como lo que eres. Como un pedazo de granito duro. Como una roca desolada sin agua, ni vegetación: no te pido ternura, no te exijo nada”.

El 6 de diciembre de 1924, María Zambrano le cuenta a Gregorio del Campo que “han matado a los tres reos por los sucesos de Vera, uno de ellos al ser conducido al cadalso, se arrojó al patio de la cárcel por una ventana, matándose”. Está irritada. “Lo trágico”, escribe, es que “esos canallas son hombres como los demás” y, por eso, aquella jovencita que vivía entonces en Segovia y que había empezado a estudiar Filosofía se rebela. Y clama con toda su fuerza: “¡qué irrisión!, ¡qué escarnio!” porque se pueda matar de esa manera en nombre de la Justicia.

De esa materia están hechas las cartas que, sobre todo entre 1922 y 1925, le envió María Zambrano a su joven alférez de Ambel, el pueblo de Zaragoza donde había nacido. Y por eso habla de estar poseída por una “santa indignación” por lo que han hecho con esos reos. El gran desafío era cambiar las cosas, acabar con las viejas injusticias, vivir con más sinceridad y lejos de todo convencionalismo. En febrero de 1925, por ejemplo, le comenta: “No quisiera que tú y yo llegáramos a ser un matrimonio respetable y honorable. Ya haré yo todo lo posible porque ni tú llegues a ser un caballero ni yo una señora. Ni aún tu mujer quiero ser, digo sí, quiero serlo en el sentido en que Eva lo fue de Adán, no en el sentido chabacano de la modernidad; tu mujercita, sí, pero tu ‘señora’ nunca”.

España sí podía pensar

María Zambrano surge de un magma especial. En las primeras décadas del siglo XX, la particular situación internacional y nacional abren nuevos caminos. Con las potencias tradicionales que habían controlado nuestros destinos –como Inglaterra o Francia- postradas tras la Iª Guerra Mundial, España adquiere una considerable autonomía que le permite desarrollar potencialidades que antes no encontraban forma de expresión.

Es la época de una “edad de plata” en el arte, pero también en terrenos como la ciencia o la filosofía, donde España jamás o pocas veces había destacado.«La obra de María Zambrano es un buen ejemplo de todos los frutos que nuestras enormes potencialidades pueden ofrecer»

Pareciera que el “carácter español” nos expulsaba de los templos de la filosofía. Podíamos ser extraordinarios pintores o literatos… pero pensar era tarea de “naciones más desarrolladas” como Alemania.

La realidad supo llevarle la contraria a estos viejos prejuicios. Una personalidad de la talla de Ortega y Gasset encumbra la filosofía española, creando, más allá de un mero fenómeno individual, toda una escuela de pensamiento de la que nacerá la obra de María Zambrano.

Una “rara avis” –una mujer filósofa- imposible de concebir sin las sucesivas rupturas en las que ella participó en primera persona.

Era hija de un profesor de instituto, miembro de la Agrupación Socialista Obrera de Segovia e íntimo amigo de Antonio Machado.

En 1921, María Zambrano se matriculará en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, donde asistirá a las clases de Ortega y Gasset. Será en la Revista de Occidente, impulsada por Ortega, donde María Zambrano publicará sus primeros ensayos.

Contrae matrimonio con Alfonso Rodrígues Aldave, un compañero de las Misiones Pedagógicas, uno de los grandes proyectos culturales de la República.

En 1937 regresa desde Cuba a España para participar en la defensa de la República, y es nombrada Consejera de Propaganda y Consejera Nacional de la Infancia Evacuada.

El triunfo fascista quebrará para siempre este fecundo periodo en la historia de España. Pero la obra de María Zambrano es un buen ejemplo de todos los frutos que nuestras enormes potencialidades pueden ofrecer.

Antes de la ocultación

Comencé a cantar entre dientes por obedecer en la oscuridad absoluta que no había hasta entonces conocido, la vieja canción del agua todavía no nacida, confundida con el gemido de la que nace; el gemido de la madre que da a luz una y otra vez para acabar de nacer ella misma, entremezclado con el vagido de lo que nace, la vida parturiente. Me sentí acunada por este lloro que era también canto tan de lejos y en mí, porque nunca nada era mío del todo. ¿No tendría yo dueño tampoco?

La música no tiene dueño, pues los que van a ella no la poseen nunca. Han sido por ella primero poseídos, después iniciados. Yo no sabía que una persona pudiera ser así, al modo de la música, que posee porque penetra mientras se desprende de su fuente, también en una herida. Se abre la música sólo en algunos lugares inesperadamente, cuando errante el alma sola, se siente desfallecer sin dueño. En esta soledad nadie aparece, nadie aparecía cuando me asenté en mi soledad última; el amado sin nombre siquiera. Alguien me había enamorado allá en la noche, en una noche sola, en una única noche hasta el alba. Nunca más apareció. Ya nadie más pudo encontrarme.

(María Zambrano.: Diotima de Mantinea en “Hacia un saber sobre el alma”)

El templo y sus caminos

Una tinieblas que prometen y a veces amenazan abrirse. Y es difícil creer que quien recorre tal camino no se vea acometido por el tempor y un temblor casi paralizantes. Es la luz de un viaje más bien extrahumano, que el hombre emprendía asomándose al lado dé allá, a ese lado al cual se supuso, cada vez con mayor ligereza, que sólo se asoman los místicos. Es la luz que se vislumbra y la luz que acecha, la luz que hiere. La luz que acecha en la inmensidad de un horizonte donde perderse parece inevitable, y que hiere con un rayo que despierta más allá de lo sostenible, llamando a la completa vigilia, ésa donde la mente se incendiaría toda.

(María Zambrano.: «La respuesta de la Filosofía»)

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