Muchos medios de comunicación hablan de una batalla de los reformistas contra un régimen teocrático, reaccionario y opresivo, cerrado a la influencia de Occidente. Pero tal sesgada interpretación se deshace cuando se observan las cabezas del movimiento reformista: Musaví, Jatamí o Rafsayaní son parte destacada de una élite de ex-presidentes y altos funcionarios que estuvieron en la Revolución Islámica de 1979 desde el primer momento. Y cada día que pasa, mayor número de personalidades políticas y religiosas del régimen de los ayatolás -y de mayor influencia- dan su apoyo explícito a las demandas de los reformistas. Tal es así que de los cuatro candidatos que pudieron presentarse a los comicios, hasta el que está a la derecha de Ahmadinejad, el ultraconservador Mohsen Rezaeí, se sumó a las denuncias de fraude. Se trata de una lucha de líneas dentro del Estado Iraní donde se dirime que rumbo va a tomar la República islámica en cuestiones tan cruciales como su política internacional, el proyecto nuclear, la forma del régimen o la posición ante la superpotencia.
La correlación de fuerzas dentro del régimen de los ayatolás se inclina aulatinamente a favor de los reformistas, aunque no está en absoluto claro que vayan a ganar la batalla, ya que los conservadores ocupan las plazas fuertes de las instituciones: el Guia Supremo, Alí Jamenei, una figura no electa y con cargo vitalicio, tiene legalmente la última palabra en Irán. Es el jefe supremo del estado iraní, y a nadie se le escapa que aunque intenta desempeñar un papel de árbitro equidistante, su orientación ideológica le sitúa en las filas de los ultraconservadores e inmovilistas del régimen. Por supuesto en esas filas se encuentra Mahmmud Ahmadinejad, presidente iraní, la mayor parte del Consejo de Guardianes, y buena parte de la Asamblea de Expertos, las dos principales instituciones del Estado persa. Sin embargo, Musaví, Jatamí y Rafsayaní no son cualquieras. Revolucionarios de primera hora a la diestra del indiscutible ayatolá Jomeini en la lucha contra el Sha y sus amos norteamericanos, su lealtad a un régimen que fundaron con el fusil en la mano está más allá de cualquier duda. Son tan fieles a él que han comprendido que es necesario que cambie de forma y se adapte a los nuevos tiempos que corren -tanto dentro como fuera de Irán- si quieren que perdure. Musaví defiende una postura más flexible en materia nuclear y hacia los ofrecimientos de Obama, pero ha dejado meridianamente claro que el derecho de la República Islámica a la energía atómica es algo indiscutible, y por supuesto su soberanía nacional todavía más. Y no están solos, al contrario. Al comienzo de las protestas, hace unos días, Musaví, al fín y al cabo un clérigo también, se dirigió a las autoridades islámicas más importantes del país, despues del Guía Supremo: los ayatolás de la ciudad santa de Qom –el vaticano de los chiíes, junto a la ciudad irakí de Nayaf-. Musaví les pidió que se pronunciaran sobre lo ocurrido, y aunque muchos respondieron que seguían al líder supremo y no se metían en esos asuntos, otros muchos sí se metieron, y de lleno. "Para mí, usted es el potencial presidente y tiene la responsabilidad de proteger los derechos de la gente", ha dicho a Musaví el gran ayatolá Bayat Zanjani, asegurando que nunca había visto una infracción electoral de semejante magnitud. No es la primera vez que Zanjani se mete en política: en 1999, fue represaliado por apoyar las revueltas de estudiantes, y afirma que “es contrario al Islam que el fin justifique los medios”. El ayatolá asegura estar en contra de que "la República Islámica se convierta en un Gobierno islámico". Zanjani acusa sin medias tintas al Gobierno por "hacer caso omiso de la ley y burlarse de los manifestantes", y anima a los jóvenes a “seguir protestando de forma pacífica".Otros ayatolás de Qom, como el que fuera delfín de Jomeini, Ali Montazerí, no tiene ninguna duda de que se ha cometido fraude y afirma que “un Gobierno que se basa en la intervención de los votos no tiene legitimidad política ni religiosa". El ayatolá Yusef Saanei, conocido por haber pronunciado una fetua (edicto religioso)condenando sin contemplaciones los atentados suicidas que ensucian el nombre del Islam, anima a Musaví y a sus partidarios a seguir con las protestas pacíficas "porque sólo de esta forma se pueden proteger los derechos del pueblo". Gran parte del mundo académico se ha pronunciado estos días a favor del movimiento verde, provocando no pocas detenciones, dimisiones y renuncias. El mismísimo rector de la Universidad de Teherán ha protestado ante el gobierno y ha pedido que se investigue el asalto por parte de las milicias basiyi, armadas de porras y objetos contundentes, de residencias universitarias, causando heridos de diversa gravedad –y hay quien dice que muertos-. Los basiyi, milicias populares que dependen de los Pasdarán (los Guardianes de la Revolución) y tiene potestad para denunciar y detener, han sido especialmente potenciados durante el mandato de Ahmadinejad. El escándalo es tal que hasta miembros considerados conservadores moderados como el presidente del Parlamento, Alí Lariyani, ha condenado el ataque y exigido que se depuren responsabilidades. Los conservadores apelan al arraigado patriotismo y espíritu de independencia de una nación que tuvo que ganarse su soberanía, primero derrocando a un sátrapa -el Shá- sostenido por la CIA, y luego resistiendo la brutal agresión del Irak de Saddam Hussein armado hasta los dientes por las dos superpotencias. Según los partidarios de Ahmadinejad, los sucesos de estos últimos días se corresponden a las maniobras del imperialismo en Irán. Y aunque ciertamente Washington no es en absoluto indiferente a los acontecimientos y maniobra sutilmente en ellos, lo puede hacer de forma muy limitada ante un régimen hermético a su intervención. El tratamiento de lo que está ocurriendo en Irán está deformado por la óptica interesada de las potencias occidentales –en particular de EEUU- , pero los sucesos mismos de la República Islámica se mueven de acuerdo a las contradicciones internas –de lucha de clases, de lucha de líneas- entre las distintas facciones de su clase dominante y su régimen.