En mi elícula “No profanar el sueño de los muertos”, el protagonista termina siendo un “zombi” y quizá inicie una historia de amor entre los muertos vivientes con la misma muchacha a la que ha destruido antes abatido por la policía que terminó con su vida, convirtiéndole por lo tanto en un ser no vivo, pero tampoco muerto. O quizá no, quizá se dedicará a la venganza ciega contra los vivos iniciando una espiral implacable que acabará convirtiendo la humanidad entera en un cementerio viviente. Porque, para mi, los zombis representan la rebeldía contra la realidad implacable de la Muerte, “esa oscura región de la que nunca ha regresado viajero alguno”, como diría Hamlet, y que impone la injusticia de hacer imposible toda esperanza.Yo no sé si George A. Romero, cuando plasmó en imágenes su “Noche de los muertos vivientes”, era consciente de la profundidad del tema que estaba sacando a la luz, o estaba pensando solo en crear un espectáculo alucinante y terriblemente hermoso. No lo sé pero, en mi caso, puedo afirmar que no era consciente en absoluto y que solo intuía la existencia de un misterio que me atraía sin saber porque, cuando me propusieron rodar una historia sobre un tema en el que nunca se me había ocurrido pensar. Ahora, después de ver una y cien veces mi propia película estoy comenzando a entender que aunque ellos no lo saben porque son criaturas inventadas, todos aquellos seres ni vivos ni muertos siguen existiendo y seguirán rebelándose, gracias a mi o a mi pesar, contra ese misterio del no ser al que estamos todos condenados, ¡Cómo os entiendo, amigos zombis y, en consecuencia, os amo! Y me consuela pensar que, cuando yo ya no está, vosotros seguiréis en mi película, luchando por lo imposible con vuestro tesón terrible y hermoso.