SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Los vascos

3-9-17

Iñigo Urkullu quiso mezclarse con la gente en la manifestación del pasado sábado en Barcelona contra los atentados yihadistas en Catalunya. El presidente vasco acudió al Palau de la Generalitat a saludar a las autoridades y una vez en el paseo de Gràcia se colocó unas cuantas hileras detrás de la cabecera institucional, acompañado por la presidenta de Navarra, Uxue Barkos, y el jefe de filas del Partido Nacionalista Vasco en el Congreso de los Diputados, Aitor Esteban.

¿Miedo a los pitidos? “No. Un gesto de cercanía a los ciudadanos y el deseo de adoptar una cierta distancia ante una polarización que no comparte y que considera peligrosa”, me comenta una persona del entorno de Urkullu.

El PNV está alarmado. El lehendakari tomó nota de los acontecimientos de Barcelona y el pasado martes pronunció un discurso importante en San Sebastián, del que La Vanguardia dio amplia noticia y que lamentablemente pasó casi inadvertido en otros periódicos. “Todavía hay margen para solucionar la cuestión de Catalunya”, dijo Urkullu al concluir el consejo de gobierno que abre el curso político vasco. El choque no debe considerarse inevitable. No hay que caer en el fatalismo. Aún hay margen para intentar negociar antes del día 1 de octubre. Y si no se puede, se deberá negociar a partir del 2 de octubre. Negociar, negociar, negociar. Ese fue su mensaje. En pocas palabras, el presidente vasco hizo un llamamiento a la civilidad y al comportamiento europeo de los grupos dirigentes españoles –que son los que tienen la sartén por el mango–, y a la serenidad e inteligencia de los gobernantes catalanes, que pueden acabar prisioneros de una dinámica fuera de control.

Urkullu y sus acompañantes fueron testigos en Barcelona de la voladura del último puente que comunicaba la presidencia de la Generalitat con la jefatura del Estado. Carles Puigdemont no deseaba que el Rey fuese pitado y abucheado, pero no lo pudo evitar. (Entre las ruinas del puente aún queda abierto algún canal de comunicación). La CUP dominaba la escenografía de la manifestación. Los fraticcelli de la CUP han aprendido a moverse en el campo de maniobras que los líderes de Junts pel Sí les concedieron la noche del 27 de septiembre del 2015, cuando Artur Mas y Oriol Junqueras se negaron a reconocer que el independentismo triunfante no había superado el plebiscito. A Mas nunca le ha gustado perder.

Y si Mas no daba el paso, tampoco lo iba a dar Junqueras, que espera que la presidencia de la Generalitat le caiga en las manos como fruta madura. Desde entonces, la CUP influye, pauta y, cuando puede, ordena. Son dueños de su política. Hoy son la gente menos angustiada en Catalunya.

Iñigo Urkullu es el único dirigente que en estos momentos aboga por lo imposible: un pacto sobre Catalunya antes del 1 de octubre. A la espera de las nuevas propuestas del Partido Socialista – Pedro Sánchez ha estado demasiado ausente este verano–, la posición del lehendakari no debe considerarse anecdótica, en la medida que el Partido Nacionalista Vasco tiene un papel determinante en la aritmética política española.

Que la furia de estos días no nos haga perder la serenidad y la perspectiva. Que las últimas órdenes de combate –la pieza a batir ahora es el major Josep Lluís Trapero, el hombre más popular en Catalunya–, no nos hagan confundir lo secundario con lo principal. Catalunya está en el centro de la crisis política española. La cuestión catalana es intrínsecamente española. Por ello resulta extraña la tendencia ya abrumadora en los medios de comunicación de Madrid de enfocar la aviesa situación con la óptica de la extranjería. Se habla sistemáticamente con tanto desdén de las instituciones catalanas, que ya se les otorga el estatuto de extranjería. Curiosa manera de mantener unido un país. Punto a favor de la sobreexcitación soberanista, que no tiene mayor palanca de poder que el enardecimiento. (Enardecimiento que a partir de una determinada temperatura se escapa de las manos).

Se avecina una crisis de Estado que puede acabar con la mayoría electoral del independentismo en Catalunya antes de que llegue el próximo verano, pero que también podría llevarse por delante a Mariano Rajoy. Dependerá de cómo se manejen las cosas durante los próximos meses. Ante esa crisis de Estado, el presidente del gobierno autónomo vasco adopta un papel pacificador. Mensaje a Madrid y Barcelona. Mensaje a Bruselas y Berlín. Un mensaje inteligente.

Del PNV vuelve a depender la aprobación del presupuesto estatal del 2018. De sus cinco votos en el Congreso también dependería el triunfo de una hipotética moción de censura socialista. No bastaría con su abstención.

Esa moción de censura está lejos, muy lejos, en estos momentos, pero una convulsa evolución de los acontecimientos podría acelerarla. Los de Sabin Etxea no la desean. No quieren saber nada de Podemos y no les gusta el viraje verbal a la izquierda que Sánchez le está imprimiendo al PSOE. Quieren estabilidad en Euskadi y estabilidad en España. Quieren preservar y blindar el concierto fiscal, vértice de su vínculo confederal. Quieren que Bruselas, Berlín y París sepan que ellos son garantes de la estabilidad española. Un desenlace traumático de la cuestión catalana tendría una fuerte repercusión en Euskadi, donde el ala minoritaria del PNV (Joseba Egibar) simpatiza abiertamente con el independentismo catalán, junto con Bildu.

No perdamos de vista a los vascos.

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