60 años de la fundación de la República Popular China (2)

Los Tres principios del Pueblo

Como vimos la semana pasada, el largo declive de la dinastí­a Quing y el siglo de postración a que habí­a condenado a China frente a las grandes potencias imperialistas, dieron como resultado el surgimiento de un poderoso movimiento revolucionario, patriótico y democrático, dirigido por una incipiente burguesí­a nacional encabezada por el Kuomitang del doctor Sun Yat-sen.

Tras la llamada Rebelión de los bóxers en 1898 –un levantamiento opular masivo contra la dominación extranjera y el desmembramiento del país– las condiciones para el avance de una revolución política moderna en China están dadas. Los intentos reformistas de la nueva emperatriz Quing chocan con los intereses de su propia familia, del gigantesco aparato burocrático imperial y con terratenientes y gobernadores regionales. En el seno del ejército imperial empiezan a organizarse las voces que reclaman el fin de la dinastía manchú. La revolución de 1911 En octubre de 1911, un incidente menor –la explosión fortuita de una bomba en la ciudad de Hankou– precipita el levantamiento de los militares antimonárquicos. 48 horas después, la estratégica ciudad de Wuhan –la urbe más poblada de la región central de China– está en manos de los revolucionarios. Inmediatamente, las guarniciones de las regiones vecinas, en una especie de efecto dominó, se van sumando en cascada a los rebeldes. En poco más de dos meses, un poder imperial con más de 2.000 años de existencia desaparecía para siempre. Reunidos en la conocida como “capital del cielo”, Nanjing, los revolucionarios proclaman la República China el 30 de diciembre de 1911, eligiendo a Sun Yat-sen como presidente provisional. Fundador de la Sociedad para la Regeneración de China, la intensa actividad política desplegada por el doctor Sun Yat-sen siempre estuvo guiada por promover la regeneración y el renacimiento político de China y fomentar las actividades revolucionarias contra la dinastía Quing. Varias veces obligado a exilarse (en Japón, EEUU, Londres,…), su línea política fue bautizada como la de Los Tres Principios del Pueblo: independencia, libertad y bienestar social. Los Tres Principios del Pueblo Frente al siglo de dominación imperialista sobre China, Sun Yat-sen propone la conquista de una plena independencia y soberanía, desarrollando un tipo de nacionalismo gran-chino de naturaleza cívica y no étnica, que permitiera la coexistencia en armonía –un concepto desde siempre muy querido por los gobernantes chinos, incluso en la actualidad– a los 5 grandes grupos étnicos que conforman la China moderna y a sus múltiples nacionalidades. El segundo principio del pueblo, el de la democracia, constituye una síntesis entre la visión clásica occidental de la separación entre los tres poderes –legislativo, ejecutivo y judicial– y la milenaria tradición de la administración gubernamental china, que añade otros dos poderes o cortes (yuan en chino), el Yuan de control y el Yuan de Examinación. El tercer principio, el del bienestar social, fue concebido por Sun Yat-sen como la necesidad de que la economía china avanzara en dos direcciones: una reforma agraria que concediera la tierra a los campesinos y la creación –al estilo de lo que habían hecho el Japón o la Rusia de las décadas anteriores– de una poderosa industria nacional. De conjunto, los Tres Principios del Pueblo representan la síntesis de lo que se podría considerar cómo el programa de un frente nacional, patriótico y democrático o antiimperialista. No es por ello extraño que tras la consolidación de la República China –después de un primer lustro turbulento, con numerosos golpes de Estado y los fallidos intentos de restauración imperial en 1916 y 1917–, la Rusia bolchevique primero, y la III Internacional después tuvieran en el Kuomitang –el partido creado por SunYat-sen– y el gobierno chino a uno de sus principales aliados en la escena internacional. Un doble enemigo Sin embargo, la revolución y la joven República china pronto se van a encontrar con dos poderosos enemigos –la nueva amenaza japonesa y la desintegración del poder central y la aparición de nuevos señores de la guerra regionales– que pondrán sobre el tapete la incapacidad del Kuomitang, tras la muerte del doctor Sun Yat-sen en 1926, para ser la fuerza dirigente capaz de consolidar y hacer avanzar a la nueva China. El Partido Comunista Chino será el que tome consecuentemente esa tarea en sus manos. El fin de la Primera Guerra Mundial supone una reanudación e intensificación de la presión imperialista sobre China, que había quedado parcialmente atenuada durante el conflicto y con el triunfo de la revolución de Octubre en Rusia. Sólo que ahora, más que a alianzas entre las distintas potencias, emerge en el horizonte el nuevo papel de Japón, que ha sabido aliarse con un disminuido Imperio Británico, trazar un principio de acuerdo con EEUU para el reparto del Pacífico, reclama en propiedad las posesiones alemanas de las regiones orientales de China y maniobra rápidamente para ocupar la antigua posición de Rusia en Manchuria. A mediados de 1919, en el Tratado de Versalles, las viejas potencias europeas ratifican las pretensiones japonesas sobre China, lo que dará origen a un nuevo levantamiento popular de carácter patriótico: el Movimiento del Cuatro de Mayo. Encabezados por los estudiantes de Pekín, el Movimiento del Cuatro de Mayo es la manifestación más visible de las irreversibles trasformaciones que se han producido en la sociedad china y que hacen ya inviable una marcha atrás. En él se produce una confluencia entre la intelectualidad revolucionaria china, las tendencias reformistas radicales de la nueva burguesía industrial y comercial surgida de forma especialmente intensa en Sanghai y las ciudades de la costa oriental, la influencia de la revolución bolchevique y el espontáneo y arraigado sentimiento patriótico que recorre amplias capas de la población china, singularmente entre el campesinado. Las consecuencias del levantamiento del Movimiento del Cuatro de Mayo serán de profundo alcance para la revolución china. Las veremos la próxima semana. El despertar de Asia Hasta hace poco, China era tenida por modelo de países completamente hundidos en un letargo de siglos. Ahora, en cambio, en China bulle la vida política y adquieren gran intensidad el movimiento social y el desarrollo democrático. Después del movimiento ruso 1905, la revolución democrática se ha extendido a toda Asia: a Turquía, Persia y China. La agitación aumenta en la India inglesa. Es interesante que el movimiento democrático revolucionario se haya propagado ahora también a la India Holandesa, a la isla de Java y a otras colonias de Holanda (…) El desarrollo del movimiento democrático es incontenible. El capitalismo mundial y el movimiento ruso de 1905 han hecho despertar definitivamente a Asia. Cientos de millones de seres avasallados y embrutecidos en un mundo de estancamiento medieval han despertado a una nueva vida y a la lucha por los derechos más elementales del hombre, por la democracia. Los obreros de los países adelantados siguen con interés y entusiasmo este pujante ascenso del movimiento mundial de liberación que tiene lugar en todas las partes del mundo y bajo las formas más diversas. La burguesía de Europa, asustada por la fuerza del movimiento obrero, se ha arrojado en los brazos de la reacción, de la casta militar, de la clerigalla y del oscurantismo. Pero en sustitución de esta burguesía, que se pudre en vida, se alza el proletariado de los países europeos y la joven democracia de los países asiáticos, henchida de fe en sus fuerzas y de confianza en las masas. El despertar de Asia y el comienzo de la lucha por el poder que libra el proletariado avanzado de Europa marcan, en los albores del siglo XX, una nueva época en la historia universal. (Lenin. Publicado en Pravda el 7-5-1913) ¿Quiénes son nuestros amigos? ¿Quiénes son nuestros enemigos y quiénes nuestros amigos? Esta es una cuestión de importancia primordial para la revolución. Si todas las anteriores luchas revolucionarias de China sólo obtuvieron exiguos resultados, fue esencialmente porque los revolucionarios no supieron unirse con los auténticos amigos para atacar a los verdaderos enemigos. Un partido revolucionario es el guía de las masas, y no hay revolución que no fracase cuando ese partido las conduce por un camino erróneo. A fin de conquistar con seguridad la victoria en la revolución y no conducir a las masas por un camino erróneo, tenemos que cuidar por unirnos con nuestros auténticos amigos para. atacar a nuestros verdaderos enemigos. Y para distinguir a los auténticos amigos de los verdaderos enemigos, tenemos que hacer un análisis general de la condición económica de las diversas clases de la sociedad china y de sus respectivas actitudes hacia la revolución (…) (Mao Tse Tung. Análisis de las clases de la sociedad china. 1920)

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