La historia del rescate de Irlanda recuerda cada vez más a una película de Hitchcock. Y no sólo por las secuencias de angustia y pesadilla que está levantando. Sino por la habilidad de sus directores para hacer creer a la mayoría de la población que las víctimas son culpables y ocultar la verdadera y dramática trama que mueve el fondo de asunto.
Tras semanas de tira y afloja, finalmente, y ante las brutales resiones de Bruselas –es decir, de Berlín– y del FMI –o sea, de Washington–, el gobierno irlandés ha accedido a aceptar un rescate que permitirá cubrir (al menos en parte) el descomunal agujero de deuda de su sistema financiero y bancario. Aunque las negociaciones entre Dublín, Bruselas y el FMI todavía están en curso, los grandes medios de comunicación mundiales ya han adelantado que se abrirá una línea de crédito de alrededor de 80.000 millones de euros, “destinada principalmente a recapitalizar los bancos, prácticamente en la ruina por el pinchazo de la burbujainmobiliaria”. El rescate, dicen todos, era tan urgente como inevitable para “calmar de modo duradero a los mercados” y terminar, o disminuir, “los riesgos de contagio de otros países”. ¿Calmar a los mercados? ¿Alejar el riesgo de contagio? Si alguien quiere de verdad entender lo que está ocurriendo con Irlanda –y con el resto de países periféricos de la UE– las preguntas a las que tiene que responder son otras muy distintas. ¿A quién se está rescatando realmente? ¿Quién pagará al final la factura del rescate? ¿Y a cambio de qué? Los destinatarios del rescate Todo el mundo coincide en afirmar que la crisis irlandesa proviene del desproporcionado volumen de préstamos bancarios privados que a lo largo de la última década alimentaron una burbuja inmobiliaria que finalmente estalló. Lo que ha quebrado al gobierno irlandés, disparando su déficit fiscal hasta un inconcebible 32% de PIB, ha sido precisamente su diligencia en acudir al rescate de su sistema bancario, algo por otra parte no muy distinto de lo que han hecho muchos otros gobiernos, como el estadounidense, el británico el alemán o el español. Las críticas al aventurerismo y la inconsciencia de los bancos irlandeses por haberse embarcado en ese desmedido nivel de deuda son hoy moneda corriente. Pero, ¿de dónde obtuvieron los bancos irlandeses los cientos de miles de millones de euros para realizar sus malas inversiones? No es necesario poseer dotes de adivino para intuir la respuesta. Los grandes bancos de Reino Unido, Alemania, Benelux, EEUU y Francia, por orden de importancia, son los propietarios de los dos tercios –es decir de dos de cada tres euros– de la deuda de los bancos irlandeses. Que los bancos irlandeses sean rescatados para “tapar sus agujeros” no quiere decir otra cosa que inyectarles dinero público –dinero de los contribuyentes europeos– para que cumplan con sus obligaciones de pago con esos grandes bancos. Cuando hablan de “rescatar” a Irlanda de lo que están hablando, en realidad, es de rescatar al Barclays y a Lloyd’s, al Deutsche Bank y al Commerzbank, al Citigroup y a JP Morgan, a la BNP y al Credit Agricole, a Dexia y a ING. Ellos son el destino final del recate. No es a Irlanda, ni siquiera a los bancos irlandeses, sino a las grandes oligarquías financieras del planeta a quienes va destinado el dinero del rescate irlandés. Si usted es un pequeño ahorrador que ha comprado una segunda vivienda con el propósito de alquilarla para obtener una pequeña renta suplementaria y su inquilino deja de pagarle durante meses, la experiencia enseña que más vale llegar a un acuerdo amistoso para que abandone el piso y así, aunque usted deje de cobrar los meses que le adeudan, al menos vuelve a disponer libremente de su vivienda. Pero si usted forma parte de las oligarquías financieras más poderosas del mundo, si sus intereses están protegidos por los Estados imperialistas más fuertes del planeta, entonces usted dispone de medios mas que suficientes para obligar, no ya a un inquilino, sino a todo un país, a pagar lo que le adeuda, cobrarle mayores intereses por el impago y, además, pasar a subirle automáticamente el precio del alquiler. Esto es lo que está ocurriendo ante nuestros ojos. La factura del rescate El diabólico mecanismo ideado por las grandes potencias mundiales –encabezadas por EEUU y Alemania– para explotar y saquear más concienzudamente a los países de la UE más dependientes de ellas (y a los que despectivamente nos denominan PIGS, cerdos en inglés) ha alcanzado su grado máximo de expresión en Grecia, primero, y ahora en Irlanda. Si ya el primer plan de ajuste del gobierno irlandés había sido el más brutal de toda Europa, el que se prepara ahora, como precio exigido por la UE y el FMI al plan de rescate, desborda todo lo imaginable. Reducción del salario mínimo, nuevas rebajas salariales a los funcionarios, otra reducción del gasto público de 15.000 millones de euros en los próximos 4 años –el 10% del PIB, el equivalente a que España tuviera que reducir 100.000 millones de gasto público–, elevación del IRPF, un nuevo impuesto sobre la vivienda (se baraja una tasa anual de 500 euros por propietario), otro sobre el consumo del agua, nuevas subidas del IVA, despido de 28.000 trabajadores del sector público,… Si por un lado los contribuyentes europeos seremos quienes vamos a cargar a corto plazo con la factura del rescate destinado a cubrir los pagos inmediatos de la banca irlandesa a los grandes tiburones de las finanzas mundiales, por el otro será el 90% de la población irlandesa, a través de un brutal recorte de sus salarios y rentas (que a este paso pronto rebasará ampliamente el 30%) los que tendrán que hacerse cargo de la factura en el corto, el medio y el largo plazo. Saquear y explotar inmisericordemente a los pueblos de los países débiles políticamente y dependientes de los grandes centros de poder imperialista, este es el tributo que las grandes oligarquías financieras se están cobrando por sus mal llamados planes de rescate. Tributo que alguien, alguna vez, hará el recuento de lo que va a costar, está costando ya, no sólo en dinero, sino en sufrimiento, penalidades y vidas. Los que hoy defienden las bondades, o la necesidad, de los planes de rescate, ¿se asombrarán después y derramarán lágrimas de cocodrilo cuando la indignación de los pueblos actualmente apenas contenida estalle en violentos episodios de lucha airada y colérica? Menos soberanía, más dependencia Pero ni siquiera el saqueo de los pueblos es suficiente para contentar la voracidad de las grandes potencias. Todos los medios de comunicación han vociferado estos días exigiendo al gobierno irlandés que se desprenda de “sus recelos soberanistas”. Porque, según ellos, la crisis del euro exige “que los países renuncien a parcelas importantes de soberanía fiscal”. Y esta es la segunda parte de la factura que hay que pagar por el rescate. Si en las décadas de los 80 y los 90 del siglo pasado asistimos a una cadena ininterrumpida de crisis de la deuda externa en numerosos países del Tercer Mundo, hoy somos los países políticamente más débiles y dependientes de la UE los que nos vemos sometidos a un proceso similar. Si entonces vimos como el FMI y las grandes oligarquías mundiales se abalanzaban sobre México o Argentina, sobre Indonesia o Tailandia, imponiéndoles la política económica que debían seguir, secuestrando su soberanía e independencia para someterlos a un saqueo despiadado de sus fuentes de riqueza, ahora la crisis financiera y la nueva correlación de fuerzas en la distribución del poder económico mundial ha trasladado un mecanismo de dominio y saqueo similar hacia nosotros. En la lógica de las grandes potencias imperialistas, no basta con adueñarse un 25% de las rentas y salarios de la población. Es necesario que los países dependientes cedan nuevas y mayores parcelas de soberanía e independencia, porque ese es el factor clave que permite que se mantenga la transferencia permanente de riqueza hacia los grandes centros financieros del mundo. Grecia fue el primer eslabón en romperse. Irlanda es un nuevo aviso para navegantes. Y detrás de ellos estamos Portugal y España. La oligarquía española, gobierno y oposición, expertos y medios de comunicación pueden ponerse una venda en los ojos y repetir una y otra vez que “España no es Grecia ni Irlanda”. No importa, las palabras –y más si son tan vacías– no pueden con la tozudez de los hechos. Nosotros, el pueblo, por nuestra parte, debemos estar preparados para una nueva vuelta de tuerca, para otra ronda de ataques contra nuestros intereses fundamentales. Y tomar conciencia de que la única alternativa posible frente a los planes de esta gente es organizarnos para reconquistar nuestra cada vez más pérdida independencia política.