"J. Edgar" de Clint Eastwood

Los secretos del Gran Hermano

Los secretos que esconde el individuo Hoover, y que Eastwood desvela, nos hablan de los auténticos mecanismos de poder y control social, actuando por encima de la democracia para mediatizarla o triturarla

El Gran Hermano existe

“J. Edgar” no es un biopic al uso. No es una biografía complaciente de un personaje controvertido, como hace “La dama de hierro” con Margaret Thacher.

En manos de Clint Eastwood, la mirada hacia John Edgar Hoover, todopoderoso jefe del FBI durante casi sesenta años, iba a dotarse con toda seguridad de matices mucho más afilados.

Y es que Eastwood es un personaje peculiar. Como su admirado John Ford, se sitúa en el espectro político conservador, pero cuando mira hacia los más poderosos lo hace con una saludable, libérrima y subversiva furia de la que no son capaces muchos de los autores etiquetados como progresistas.

En “J.Edgar”, Eastwood nos enfrenta al proceso de construcción, consolidación y extensión del FBI, uno de los más poderosos, y por eso mismo más negros, aparato de control social y político que hayan conocido las sociedades de capitalismo desarrollado.

La “oficina de lucha contra el crimen” se funda desde un primer momento con el explícito objetivo de desmantelar –saltándose los límites legales impuestos a la policía tradicional- los “movimientos subversivos”, desde las organizaciones comunistas a las luchas del movimiento obrero.

Y el pulpo va extendiendo sus tentáculos viscosos, hasta colocarse por encima de las “instituciones democráticas” que supuestamente ocupan la cúspide del poder.

Eastwood nos ofrece la sucesión impagable de las repetidas visitas a la Casa Blanca de Hoover tras la entronización de un nuevo presidente.

Los presidente cambian, pero Hoover permanece. Y antes de cada visita, el jefe del FBI desempolva el “dossier” del nuevo presidente. Aquellos secretos íntimos, celosamente guardados para ser utilizados como instrumento de chantaje.

La información transformada en poder absoluto. El presidente norteamericano –supuestamente el hombre más poderoso del mundo- sometido a un implacable control que, si se empeña en impulsar iniciativas autónomas que se enfrenten a los intereses de la clase dominante, puede llegar hasta el asesinato físico –Kennedy- o la defenestración política –Nixon-.

Eastwood nos desvela la verdad pausadamente, sin estridencias pero obligándonos a enfrentarnos a la verdad. El cerco contra Martin Luther King, que culmina en su asesinato; la fría llamada a Robert Kennedy, comunicándole –con una indisimulada satisfacción- el atentado contra el presidente; la manipulación de las pruebas cuando éstas no encajaban con la “versión oficial”…

El monstruo va creciendo silenciosa per implacablemente, por caminos legales o ilegales, utilizando además los nuevos altavoces de la cultura de masas –desde el cine al cómic- para glorificar ante la opinión pública al nuevo Gran Hermano que ha usurpado la democracia.

El inquisidor está bajo control

¿Pero cómo es posible que, en el país más poderoso del planeta, un solo hombre acumulara tal grado descomunal de poder?«El infierno deformado de la vida interior de “J. Edgar” se entrelaza con la pesadilla de control social impuesta por Hoover»

La respuesta es sencilla. El inquisidor estaba también bajo control. Por eso podía ejercer el más férreo dominio sobre los demás.

Cuando presiente la cercanía de su muerte, Hoover encarga a su secretaria la destrucción de su “dossier”, para evitar que se difundan sus secretos más íntimos.

Sí, también existía en el FBI un dossier sobre Hoover. Y Eastwood bucea en él para ofrecernos una lectura compleja de un personaje poliédrico.

El todopoderoso inquisidor, que infunde terror a todos, disminuido como individuo por una madre posesiva que le impone la autocastración como peaje para entrar en los salones más elegantes.

El arquetipo del conservadurismo más acendrado torturado por una rígida moral que le obliga a triturar sus deseos más íntimos.

El gran fustigador de la homosexualidad entregado a una prolongada relación amorosa con su segundo en el FBI, Clyde Tolson.

El poder de clase está por encima de los individuos. También de John Edgar Hoover, el cazador cazado, el inquisidor al que se le puede entregar todo el poder porque él también guarda secretos que no pueden salir a la luz.

El círculo del control social se cierra, triturando a todos los individuos que se encuentra a su paso.No estamos ante una película sencilla. Probablemente no sea una de las obras más redondas de Eastwood. Pero están presentes en ella toda su maestría narrativa, y toda la furia de un individuo libre ante los desmanes del poder.

La imbricación del Hoover individuo con el Hoover personaje público acaban conformando las dos caras inevitables de la misma moneda. La tortura deformada a fuerza de renuncias en que se ha convertido la vida interior de “J.Edgar” parece el reverso necesario del infierno colectivo de control social al que Hoover somete a la sociedad norteamericana.

Eastwood nos obliga a saltar permanentemente de un extremo a otro. Situándonos en los rincones más íntimos del “retrato de Dorian Gray” en que se transforma vida privada de “J. Edgar”, y al momento arrojándonos a la cara los desmanes políticos del FBI.

Y, al final, una y otra acaban siendo la misma cosa, la obra deforme confeccionada por las mismas manos monstruosas.Mención especial merece la espléndida interpretación, especialmente la de un Leonardo Di Caprio que sabe dar a “J. Edgar” y a “Hoover” los matices necesarios sin caer en el histrionismo.

Y la mano narrativa de un Eastwood que sabe envolvernos con la historia, subiéndonos en una montaña rusa donde se intercambian permanentemente las épocas y se entrelazan la mirada subjetiva hacia los personajes y la lectura objetiva de sus actos públicos.

Una película que no ha gustado en Hollywood, y que ha sido denostada por la crítica norteamericana.No es extraño. Como en “Banderas de nuestros padres”, Eastwood, el “conservador subversivo” vuelve a dirigir la mirada hacia los cimientos más tenebrosos sobre los que está construida la hegemonía norteamericana.

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