Posiblemente, el hecho más significativo de todo 2012 se producía a finales de año, en noviembre. Ese mes tenían lugar tanto las elecciones a la presidencia de EEUU, como el relevo en la dirección del Partido Comunista Chino. Lo más relevante, sin embargo, no fue ni la reelección de Obama ni los cambios en el seno del PCCh, sino el informe hecho público por la OCDE en el que se afirma que el PIB de China superará al de EEUU en 2016. Un dato que expresa mejor que mil palabras los cambios sistémicos que se están produciendo en la correlación de fuerzas a escala mundial. Y las profundas transformaciones en la distribución del poder económico mundial que están ocurriendo, de forma silenciosa, en nuestros días. No es posible entender ni explicar nada de lo que hoy ocurre en el mundo sin partir de ello.
En su informe, la OCDE advierte no sólo de la transformación de China en la primera potencia económica del mundo en apenas 4 años. En poco más de una década, el PIB combinado de China e India será ya superior al de las economías del G-7, es decir, las siete viejas potencias imperialistas que han dominado el mundo a lo largo de todo el siglo XX.
Y en 2060, el peso económico de las dos grandes potencias asiáticas supondrá ya la mitad del PIB mundial, mientras el de la UE habrá caído a la mitad del actual y el de EEUU se habrá reducido en mas de un tercio. Y no son sólo China o India. A comienzos de 2012, la economía brasileña superaba a la de Gran Bretaña para convertirse en la sexta potencia económica mundial. Y ya se anuncia que en 2014 superará a Francia para convertirse en la quinta.
En 2012, las viejas potencias imperialistas no han hecho más que acelerar su retroceso sustancial y la formidable pérdida de peso en la economía mundial, mientras las potencias emergentes y los países en vías de desarrollo continúan su marcha imparable, arrebatándoles cada vez mayores porciones de la tarta de la riqueza mundial.
Son estas condiciones las que están imponiendo una drástica redistribución de fuerzas en el campo imperialista, una recategorización de los países que forman parte de él, una nueva colocación de acuerdo a la jerarquía que cada uno tiene según su fuerza económica, política y militar.
En su ocaso imperial, EEUU –atrapado por una montaña de deuda que supone ya mas del 600% de su PIB como consecuencia del ingente gasto militar que le exige mantener su hegemonía– no dispone de la capacidad para detener este proceso. Auque busca reconducirlo mediante una triple estrategia.
En primer lugar, tratando de contener la emergencia política y militar de China limitándola al continente asiático. Para lo que ensaya distintas fórmulas que van desde intentar explotar las contradicciones internas de China, desplazar el grueso de su fuerza militar a la región de Asia-Pacífico o azuzar las disputas y conflictos territoriales que mantiene China con algunos países vecinos.
En segundo lugar, basándose en la hegemonía del dólar como núcleo del sistema monetario mundial maniobra a través de la Reserva Federal para inyectar liquidez y proporcionar una mayor fortaleza a sus grandes grupos financieros y monopolistas.
En tercer lugar, aumentando los tributos que impone a sus Estados tributarios y aplicando un saqueo sistemático a los Estados vasallos, como el nuestro. Lo que implica un reacomodo de su sistema de alianzas. Reacomodo en el que el papel y el peso de Europa ocupa un lugar cada vez más marginal. Y donde, en consecuencia, a las grandes potencias europeas se les reduce el espacio a ocupar y la porción de la tarta a repartir.
Esta reducción del espacio imperialista a las potencias europeas es la clave que explica también lo que está ocurriendo en Europa, y en particular en los países del sur a los que nos denominan despectivamente como PIGS.
A medida que a las viejas potencias se les achica más la tarta, más agresivamente se revuelven contra los países más controlados e intervenidos por ellas.
A través de sus mecanismos de intervención política, EEUU, en estrecha alianza con Berlín, busca que los países europeos más controlados e intervenidos paguemos la factura de su crisis, imponiendo una política de saqueo y de trasvase de riqueza hacia sus grandes grupos financieros.
En este proyecto, Alemania en particular ha tomado la iniciativa en Europa, y busca trasladar agresivamente hacia los países de la periferia europea los costes de la crisis que le obliga a pagar Washington.
La crisis de las subprime hizo perder a la banca alemana mas de 600.000 millones de euros a través de los derivados financieros tóxicos que le vendió Wall Street.
Ahora Berlín ha diseñado una estrategia para recuperar esas pérdidas imponiendo un saqueo brutal sobre los pueblos de Europa. Pero haciéndolo de una forma tan agresiva, que incluso está provocando roces y conflictos con los intereses estratégicos de EEUU en Europa.
A mediados de mayo, las elecciones en Grecia provocaban la primera gran grieta en el sistema general de dominio de EEUU en Europa.
El modelo bipartidista se hundía e irrumpía como segunda fuerza política del país, Syriza, una coalición de izquierdas antihegemonista no sólo radicalmente enfrentada al saqueo impuesto por el FMI y Berlín, sino que cuestiona la permanencia de Grecia en la OTAN o la presencia de bases militares extranjeras en el país.
Un auténtico terremoto provocado por la irrupción de las masas y su lucha en el escenario europeo. Y que tenía una réplica todavía mayor un mes después, cuando en las siguientes elecciones Syriza sacaba el 27% de los votos y se convertía en una fuerza con claras opciones a ganar el gobierno.
Unos meses después, en septiembre, la lucha de las masas en Portugal empezaba a tomar el mismo rumbo que en Grecia.
Entre el 15 y el 22 de septiembre, y convocados por una organización similar al 15-M español, millones de portugueses tomaban las calles de todo el país, cercaban el palacio presidencial durante 24 horas, echaban abajo el decreto que rebajaba un 7% los salarios y obligaban a retroceder al gobierno.
Dos meses después, el 24 de noviembre una huelga general paralizaba simultáneamente, por primera vez en la historia, toda la península ibérica, mientras que huelgas parciales y manifestaciones masivas se reproducían ese mismo día por media Europa.
Washington empieza a observar con temor cómo a su toque de pito no sale a formar todo el mundo al patio del cuartel, sino que al contrario encuentra cada vez más oposición y resistencia. Y trata de frenar la agresividad de Berlín, lo que está provocando una fisura ínter-imperialista que en su desarrollo puede ser extremadamente favorable para la lucha de los pueblos europeos contra el proyecto de intervención y saqueo de ambas potencias imperialistas.
Mientras tanto, en el resto del mundo asistimos a lo que se ha denominado correctamente como “la insurrección global de los pueblos”.
En Iberoamérica, los gobiernos antihegemonistas continúan su marcha imparable, ratificada este mismo año con la aplastante victoria electoral de Chávez en Venezuela. Brasil, Argentina, Venezuela, Bolivia, Ecuador,… están mostrando al resto de pueblos del mundo cómo sí es posible una alternativa y un camino distinto al marcado por el hegemonismo. Tomando como clave la defensa de la soberanía nacional y como guía la redistribución de la riqueza, todos estos países crecen y se desarrollan de una forma vertiginosa.
En el mundo árabe, la lucha de las masas en Egipto está poniendo en un brete a Washington. Lo que habían diseñado como un recambio que diera estabilidad a su dominio se enfrenta ahora a una rebelión generalizada que busca aprovechar el impulso revolucionario de la llamada primavera árabe para ir más lejos en la búsqueda de democracia y progreso social. Chocando así con el proyecto hegemonista de cambiarlo todo para que nada cambie.