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Los planes de Báñez

Con voz inflamada y tono populista, la ministra de Empleo, Fátima Báñez, ha anunciado esta semana que los parados mayores de 30 años podrán capitalizar el 100% de la prestación por desempleo para crear su propia empresa, es decir, para autoemplearse. Pese al ruido originado por el pregón, no se trata de ninguna iniciativa creativa en la lucha contra el paro. Ese método se viene aplicando desde hace ya generaciones, siempre con resultados bastante predecibles. Aunque haya habido casos de éxito, es decir, la creación de una empresa o negocio a partir de la inversión del dinero adelantado a cuenta de hasta dos años del desempleo, la experiencia mayoritaria es la de proyectos fallidos, mayoritariamente bares, restaurantes y peluquerías, algunos consecutivos en los mismos locales, que han agotado sus energías financieras en obras y decoración.

Tras esta operación de marketing político subyace la realidad. En verdad, esta manera de ver las cosas no es exclusiva de la ministra Báñez, forma parte del pensamiento económico del país, para alcanzar un diagnóstico certero y la impotencia para cambiar las cosas y remover las causas del elevadísimo nivel de paro en la economía española.

El Gobierno ha dejado en suspenso temporal el veredicto final sobre la última reforma laboral aprobada, pues hemos pasado de promoverla anunciando la inmediata creación de empleo a esperar a que muestre sus virtudes en cuanto arranque la recuperación. De momento las cosas no pintan demasiado bien.

Esa reforma partía del principio, convertido en auto de fe, de que el problema del mercado laboral español era de índole reglamentario. Es decir, de que la rigidez de la legislación era el obstáculo para la creación de empleo. Ese defecto legal se atribuía a la política del franquismo en asuntos laborales, represión de la autonomía de los agentes sociales, especialmente de las organizaciones sindicales de trabajadores, paliada con el paternalismo para proteger el puesto de trabajo. De ese análisis algunos, la mayoría, concluyeron que desmontando las normas, el mercado laboral español se normalizaría, entendiendo por tal cosa que sus tasas de paro convergerían con la media europea. Como ya se ha dicho, eso está aún por ver.

Sin embargo, algunos estudios sobre la materia, ampliando el foco, la escala temporal de análisis, detectan que el elevado desempleo, muy intenso en la mayoría de los años de la democracia posfranquista, no ha sido un elemento exclusivo de este periodo.

“En distintas épocas dentro del periodo contemporáneo, la economía española no ha sido capaz de crear empleo en la medida en que lo requería la oferta de trabajo del país. El relativamente bajo nivel de la demanda de trabajo frente a la fuerza laboral disponible conducía a subempleo y desempleo encubierto en la agricultura, a una muy reducida participación de la mujer en el mercado de trabajo y, de un modo bastante sostenido, a un importante flujo migratorio hacia el exterior”, según relatan Jordi Maluquer de Motes y Montserrat Llonch, en Estadísticas históricas de España (Trabajo y relaciones laborales).

En los años treinta del siglo pasado, es decir, antes incluso del periodo franquista y de la Guerra Civil, las estadísticas citadas en el mismo estudio ya recogían que la economía generaba 37 empleos por cada 100 habitantes. En el último trimestre del 2013, esa relación según los datos del INE era de 36.

Volviendo de nuevo a los años 30, el número de parados detectados, y siempre con las cautelas a que obliga el uso de datos de aquella época, oscilaba entre los 618.000 de 1933 y los 674.000 de 1935. Cifras que implican porcentajes sobre la población activa relativamente bajos, en cualquier caso muy inferiores a los que actualmente registra la economía española, y también respecto a los registros de aquellos días en Estados Unidos, Francia, Alemania o Reino Unido, países todos ellos azotados por la Gran Depresión. Pero es que la España de los primeros treinta años del siglo pasado también fue una gran centrifugadora de población hacia el exterior, entre tres y cinco millones de personas, según los cálculos. Otra manera, más invisible y menos cuantificable, de medir el desempleo o la capacidad de una economía para generar empleos. Si se tienen en cuenta los ausentes, el porcentaje de paro habría sido muy superior

En el primer franquismo los porcentajes de desempleo se mantuvieron bajos gracias a la persistencia de ese fenómeno de emigración y a la agrarización (Maluquer-Llonch) regresiva que implicó que en 1950 había más gente trabajando en el campo que en 1935. Luego, la rápida industrialización y el Plan de Estabilización propiciaron el despegue de la ocupación, siempre con emigración. Después, ya tras la transición, el problema de la baja demanda de empleo volvió a emerger. esta vez hasta que la burbuja del ladrillo volvió a cubrirlo. Ahora, el drama se repite. pero su persistencia indica que el problema va más allá del modelo legislativo y reside en la estructura económica

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