ANALISIS: ¿Qué objetivos busca Israel en la Guerra de Gaza?

Los objetivos del infierno

En su noveno dí­a, la cruzada del gabinete Olmert-Livni -heredero del gobierno Sharon- contra la Franja de Gaza se ha cobrado la vida de más de 500 palestinos y ha malherido a más de 2500, muchos de ellos civiles desarmados, mujeres y niños. Es el ataque más sangriento contra el territorio palestino -uno de los sí­tios más empobrecidos y superpoblados del mundo- desde la Guerra de los Seis Dí­as. ¿Qué objetivos -reconocidos y ocultos- mueven a Tel Aviv en esta cruenta ofensiva?

En la rensa internacional -si descartamos la ridícula explicación de que hay que entender esta conflicto en clave electoral israelí- aparecen tres objetivos consistentes: mostrar una posición de fuerza ante el enemigo palestino –Hamás-, ante los enemigos regionales –los países árabes- y enviar una advertencia al próximo presidente norteamericano.El primero es el objetivo que Israel reconoce abiertamente, y del que hace propaganda. La ofensiva contra Gaza tiene como objetivo aniquilar a una organización terrorista –Hamas- que ha provocado este conflicto por el reiterado lanzamiento de proyectiles contra las poblaciones del sur Israel, dicen en cada rueda de prensa las autoridades de Tel Aviv y Washington. Pero teniendo en cuenta, como también están señalando muchos analistas, que el integrismo islámico es como la cabeza de la Hidra -y que cuando se destruye una línea, la que surge de sus cenizas es mucho más peligrosa-, no parece que ésa sea una opción muy creíble. Los líderes de Hamás podrán ser liquidados y su estructura de cuadros intermedios enviados a Guantánamo, pero el hecho es que la popularidad de la moderada Al Fatal desciende tan deprisa como sube la de Hamás. Es sólo cuestión de tiempo –y seguro que el Mossad lo sabe- que de las cenizas de la organización islamista surja un ave fénix con un cinturón de dinamita.El segundo es más plausible, dada la enemistad histórica de Israel con su entorno regional y su necesidad permanente –y la de Washington- de demostrar a sus vecinos que el Tsahal es el ejército más potente de la zona. Pero la sangre y lo desproporcionado del uso de la fuerza están levantando una ola de indignación mundial –no sólo entre los países islámicos, sino entre el tercer mundo en general- que incluso empuja a los tibios y serviles diplomáticos europeos a clamar horrorizados a Israel que modere sus formas (aunque sin condenarlo de forma tajante). Sólo las presiones de EEUU han salvado a Israel del aislamiento internacional. Y en los tiempos que corren, con el poderío yanqui declinando -empantanado en Irak y sin viagra en Afganistán-, con su influencia cuestionándose en Oriente Medio, ésta no parece una buena política. Y seguro que eso el Mossad también lo ha valorado.Y llegamos al tercero. Pero antes cabe hacerse una pregunta: ¿puede un “estado gendarme”, por importante que sea para la estrategia norteamericana en el mundo, marcarle el camino a la superpotencia, y al próximo inquilino de la Casa Blanca?. La respuesta a esta pregunta, así planteada, es que no. Pero si tenemos en cuenta que entre Israel y la clase dominante norteamericana hay una madeja de vínculos, conexiones e intereses históricos, ya habremos dado un paso. Si tenemos en cuenta que eso se materializa en el seno de la clase dominante norteamericana en lo que podríamos llamar un lobbie judío (grupo de presión), muy influyente, poderoso y enraizado, y cercano al complejo militar industrial de la burguesía monopolista yanqui, habremos dado otro paso.Si además sabemos que estos grupos financieros del lobbie judio y del complejo militar industrial –que estuvieron detrás del ascenso de Bush al poder y de su política incendiaria con Oriente Medio- se oponen con uñas y dientes, por una combinación de intereses, a un cambio en la política exterior para esta región, ya estaremos a un paso de Obama.Obama, y el sector clintoniano de su equipo–entre ellos la ex-primera dama o el maestro de estrategas Brezinski- pretende desmantelar la línea Bush, y volver a las líneas maestras de la hegemonía consensuada de Clinton. Esto es, devolver la primacía a los instrumentos diplomáticos, políticos y económicos de la superpotencia norteamericana sobre el recurso exclusivo a la fuerza y a la amenaza militar para recomponer el liderazgo estadounidense sobre el mundo. Parece que hay quien está dispuesto a impedirlo, y está maniobrando para que la nueva línea de la Casa Blanca nazca débil, condicionada y limitada. ¿Y que mejor medio para ello que un Oriente Medio incendiado como el infierno?

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