SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Los números no dan

Las valoraciones políticas suelen incurrir en un sectarismo que insulta la inteligencia de los ciudadanos. Por ejemplo, las que han hecho del 9-N tanto Mas como Rajoy son de ese jaez, casi ofensivas. La jornada de la consulta ni fue un “éxito total” como adujo el president de la Generalitat, ni un “fracaso rotundo” como aseguró el del Gobierno. El 9-N fue una gran movilización –la quinta– de la ciudadanía que en Catalunya desea un referéndum y mayoritariamente la independencia, pero no permitió una métrica electoral ni suficiente ni fiable. Ni suficiente para asegurar que en el Principado hay una mayoría inequívoca que esté por la ruptura con el conjunto de España; ni fiable porque las votaciones no se produjeron con censo y administración electoral, es decir, con las garantías elementales para que el evento pasase del nivel de sintomático.

Efectivamente: el 9-N fue sintomático de que el secesionismo podría estar cuantitativamente en un tercio del censo catalán y lo fue también de que dispone de cohesión y energía. Razones estas por las que no estaría permitido sostener que fue un “rotundo fracaso”. No lo fue porque, en primer lugar, se celebró en abierto desafío al Tribunal Constitucional, y, en segundo, porque se desenvolvió en condiciones precarias de medios, aunque con colaboraciones abundantísimas, políticas, mediáticas y sociales.

De ahí que, situadas las cosas en sus justos términos, los números que arrojaron la jornada, en conexión con las catalanas del 25 de noviembre del 2012, no permitan sostener a Mas y los partidos independentistas que cuentan con una mayoría como la que exhiben con más apariencia que contenido, ni autoricen a Rajoy a instalarse en el discurso que expuso –muy tardíamente– el miércoles en la Moncloa, es decir: en esta legislatura “no toca” atender la cuestión de millones de catalanes (al menos dos y medio) que son hostiles al Estado y otros cientos de miles que aspiran a que cambie el statu quo de la comunidad porque en el actual se encuentran incómodos.

La derecha española que representa el PP no está amedrentada. Su situación emocional y anímica es de desconcierto y de perplejidad. De desconcierto porque suponía que los catalanes secesionistas y proconsulta terminarían echándose los trastos a la cabeza y dividiéndose, y esos cálculos, de momento, se han revelado inciertos. Y de perplejidad porque tampoco podían suponer que el representante ordinario del Estado en Catalunya, Artur Mas, burlase la prohibición del Tribunal Constitucional y celebrase –simulacro o no– una forma de consulta que le permite sostener que ha cumplido con su palabra aunque haya sido a costa de la lealtad debida al sistema que le legitima en su cargo y el ejercicio de sus facultades.

La estrategia del Gobierno para el 9-N consistía en convicciones, no en acciones. Convicciones según las cuales los acontecimientos iban a discurrir de manera diferente a como sucedieron. La judicialización constitucional, primero, y ordinaria, después, de esta crisis ha sido una respuesta que el Gobierno creyó suficiente para detenerla y ha albergado sólo la virtud de la prudencia (Rajoy habló de proporcionalidad) cuando quedó rebasada por la sobreactuación de Mas. No hubo policías retirando urnas, ni se clausuraron sedes electorales. Rajoy supo contenerse y se tragó el sapo de un 9-N desafiante y ahora devuelve el golpe mostrando las carencias cuantitativas de la apuesta de Mas. A quien no le queda más remedio –y disculpen mi insistencia en esta tesis– que mantener prietas las filas del secesionismo con una nueva convocatoria a las urnas, aunque sea de una manera peculiar e implique un uso alternativo del derecho público autonómico y estatal que repugna cualquier elemental construcción jurídico-intelectual.

Ni hay cifras que permitan visualizar en el futuro una Catalunya independiente, ni hay conformidad social en ella para pensar que su situación en el Estado constitución de 1978 continúe como hasta ahora. Algo habrá de cambiar y no será pronto, pero será. ¿Cuándo? Indefectiblemente en dos fases: la primera, aquí, con elecciones al Parlament, y la segunda, en el conjunto de España con otras elecciones, las municipales y legislativas de mayo y noviembre del 2015. Debe cambiar la coreografía escénica de la política española y de la catalana y a partir de la renovación comenzar una nueva representación que discurrirá por la banda ancha que es el centro social, es decir, la tercera vía en la que están militando sin apenas saberlo, ni mucho menos expresarlo, la inmensa mayoría de españoles y la inmensa mayoría de catalanes. La política depende muchas veces de la aritmética.

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