Los nómades y la reforma de las pensiones

¿Por qué, dentro del proyecto general del imperialismo de rebajarnos un 50% las rentas y salarios, la reforma de las pensiones juega un papel tan importante? ¿Por qué su urgencia? ¿Por qué las constantes presiones y exigencias de Bruselas y el FMI para recortarlas? ¿Qué beneficio inmediato esperan sacar de ello?

Por suuesto que en este terreno existe un gran negocio: a corto y medio plazo el de multiplicar los fondos de pensiones privadas en nuestro país, a largo plazo alargar dos o cuatro años más la explotación de la fuerza de trabajo. Pero su aspecto principal no es económico sino político. De clases y lucha de clases, una cuestión de poder político para llevar adelante su proyecto. Cuando una clase quiere tomar el poder, crea un clima de opinión. Al recortar las pensiones, abalanzándose contra un sector de la sociedad, los ancianos, que son, en parte, como los niños, inocentes e indefensos, vulnerables y con escasa capacidad de movilización para defender sus intereses, el imperialismo está lanzando un mensaje y una advertencia al 90% de la población: aquí no se respeta a nadie ni a nada. Estamos dispuestos a llegar hasta donde haga falta para llevar adelante nuestro proyecto. Nuestro objetivo es saquearles el 50% de sus rentas y salarios y nada nos va a detener. Al poner esta inaudita agresión a uno de los sectores sociales más vulnerables en primer plano, haciéndola visible para todo el mundo, las fuerzas del imperialismo están aplicando la orientación de paralizar cualquier posible respuesta de la población sobre la base de aterrorizarla. Ellos son conscientes del antagonismo con los intereses fundamentales del 90% de a población que entraña su proyecto de rebajarnos un 40 o un 50% los salarios y rentas. Por eso, el mensaje que tratan de inocular en las conciencias es el del miedo y la paralización: si con los ancianos están dispuestos a hacer esto, ¿que no serán capaces de hacer con los demás para conseguir sus objetivos? Paralizar por el terror es una vieja táctica de las clases dominantes en general, y del imperialismo en particular. Cuando un ejército ocupante, al tomar una población, asesina a mujeres, ancianos y niños, no es por sadismo, no persigue estrictamente objetivos militares ni son “daños colaterales”. Es una táctica preconcebida que busca, a través de implantar un clima de terror, paralizar cualquier posible resistencia. Si a personas inocentes, que no han hecho, ni previsiblemente van a hacer nada en su contra son capaces de asesinarlos a sangre fría, ¿qué no harán con cualquiera que se atreva a oponerse a ellos? En la lucha contra la OTAN, el 23-F jugó exactamente ese mismo papel. Al poner durante unas horas en primer plano a los golpistas, la advertencia lanzada por EEUU fue nítida. Ustedes verán…. O se pliegan ya ustedes mismos a entrar en la OTAN, o dispongo de otras balas en la recámara. Esto es sólo una pequeña muestra de hasta donde estoy dispuesto a llegar en este asunto. Hoy, en las revueltas del Norte de África y Oriente Medio estamos asistiendo a una táctica similar. El mensaje a las clases dominantes y los pueblos de la región es diáfano: pueden ustedes elegir el camino de Túnez y Egipto,… o si no tengo también el modelo libio a su disposición. Elijan cual prefieren ustedes. La rebaja de las pensiones, y el ataque brutal contra los jubilados que implica, cumple en nuestro país, en el terreno político, exactamente el mismo papel: sí, es cierto, estamos llevando adelante un saqueo económico y una masacre social, pero piénsenlo dos veces antes de oponerse a ello, miren lo que estamos haciendo con sus ancianos, y valoren hasta dónde estamos dispuestos a llegar con ustedes para conseguir nuestros objetivos. En este caso, como en el extraordinario y premonitorio cuento de Kafka –escrito en 1919, 24 años antes de que Hitler llegara al poder– que reproducimos a continuación, no necesitan siquiera recurrir a la violencia física, les basta simplemente con poner a los ancianos en el centro de la diana. ¿Se puede describir mejor lo que están haciendo con nosotros Washington y Berlín, de lo que lo hace Kafka al hablar de los nómades? “Si necesitan algo, lo roban. No puede afirmarse que utilicen la violencia. Simplemente se apoderan de las cosas; uno se hace a un lado y se las cede”. “¿En qué terminará esto? ¿Hasta cuando soportaremos esta carga y este tormento?” Como a los artesanos y comerciantes del cuento, también de nosotros solo depende la salvación de la patria. El viejo manuscrito Franz Kafka Podría decirse que el sistema de defensa de nuestra patria adolece de serios defectos. Hasta el momento no nos hemos ocupado de ellos sino de nuestros deberes cotidianos; pero algunos acontecimientos recientes nos inquietan.Soy zapatero remendón; mi negocio da a la plaza del palacio imperial. Al amanecer, apenas abro mis ventanas, ya veo soldados armados, apostados en todas las bocacalles que dan a la plaza. Pero no son soldados nuestros; son, evidentemente, nómades del Norte. De algún modo que no llego a comprender, han llegado hasta la capital, que, sin embargo, está bastante lejos de las fronteras. De todas maneras, allí están; su número parece aumentar cada día.Como es su costumbre, acampan al aire libre y rechazan las casas. Se entretienen en afilar las espadas, en aguzar las flechas, en realizar ejercicios ecuestres. Han convertido esta plaza tranquila y siempre pulcra en una verdadera pocilga. Muchas veces intentamos salir de nuestros negocios y hacer una recorrida para limpiar por lo menos la basura más gruesa; pero esas salidas se tornan cada vez más escasas, porque es un trabajo inútil y corremos, además, el riesgo de hacernos aplastar por sus caballos salvajes o de que nos hieran con sus látigos.Es imposible hablar con los nómades. No conocen nuestro idioma y casi no tienen idioma propio. Entre ellos se entienden como se entienden los grajos. Todo el tiempo se escucha ese graznar de grajos. Nuestras costumbres y nuestras instituciones les resultan tan incomprensibles como carentes de interés. Por lo mismo, ni siquiera intentan comprender nuestro lenguaje de señas. Uno puede dislocarse la mandíbula y las muñecas de tanto hacer ademanes; no entienden nada y nunca entenderán. Con frecuencia hacen muecas; en esas ocasiones ponen los ojos en blanco y les sale espuma por la boca, pero con eso nada quieren decir ni tampoco causan terror alguno; lo hacen por costumbre. Si necesitan algo, lo roban. No puede afirmarse que utilicen la violencia. Simplemente se apoderan de las cosas; uno se hace a un lado y se las cede.También de mi tienda se han llevado excelentes mercancías. Pero no puedo quejarme cuando veo, por ejemplo, lo que ocurre con el carnicero. Apenas llega su mercadería, los nómades se la llevan y la comen de inmediato. También sus caballos devoran carne; a menudo se ve a un jinete junto a su caballo comiendo del mismo trozo de carne, cada cual de una punta. El carnicero es miedoso y no se atreve a suspender los pedidos de carne. Pero nosotros comprendemos su situación y hacemos colectas para mantenerlo. Si los nómades se encontraran sin carne, nadie sabe lo que se les ocurriría hacer; por otra parte, quien sabe lo que se les ocurriría hacer comiendo carne todos los días.Hace poco, el carnicero pensó que podría ahorrarse, al menos, el trabajo de descuartizar, y una mañana trajo un buey vivo. Pero no se atreverá a hacerlo nuevamente. Yo me pasé toda una hora echado en el suelo, en el fondo de mi tienda, tapado con toda mi ropa, mantas y almohadas, para no oír los mugidos de ese buey, mientras los nómades se abalanzaban desde todos lados sobre él y le arrancaban con los dientes trozos de carne viva. No me atreví a salir hasta mucho después de que el ruido cesara; como ebrios en torno de un tonel de vino, estaban tendidos por el agotamiento, alrededor de los restos del buey.Precisamente en esa ocasión me pareció ver al emperador en persona asomado por una de las ventanas del palacio; casi nunca sale a las habitaciones exteriores y vive siempre en el jardín más interior, pero esa vez lo vi, o por lo menos me pareció verlo, ante una de las ventanas, contemplando cabizbajo lo que ocurría frente a su palacio.-¿En qué terminará esto? -nos preguntamos todos-. ¿Hasta cuando soportaremos esta carga y este tormento? El palacio imperial ha traído a los nómades, pero no sabe cómo hacer para repelerlos. El portal permanece cerrado; los guardias, que antes solían entrar y salir marchando festivamente, ahora están siempre encerrados detrás de las rejas de las ventanas. La salvación de la patria sólo depende de nosotros, artesanos y comerciantes; pero no estamos preparados para semejante empresa; tampoco nos hemos jactado nunca de ser capaces de cumplirla. Hay cierta confusión, y esa confusión será nuestra ruina.

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