Los límites de Puigdemont

A un año del referéndum del 1-O, y de la posterior declaración unilateral de independencia (DUI) que nadie se atrevió a ejecutar, Carles Puigdemont está comprobando los serios límites a los que se enfrentan sus proyectos de ruptura.

En una entrevista a la radio pública belga, el ex president afirmaba sentirse “decepcionado por la falta de apoyo de la UE”. Mientras en Barcelona, la formación que ha promovido, la Crida Nacional per la República, posponía hasta diciembre la decisión sobre si presentará candidatura a las municipales, ante las resistencias de muchos sectores del independentismo a ser engullidos por la plataforma de Puigdemont.

Su influencia sigue siendo nociva, y entraña no pocos peligros, pero ni en Bruselas ni en Barcelona parece que las aspiraciones de Puigdemont tengan el viento de cara.

La “internacionalización” del procés era la carta en la manga para forzar a España a negociar la ruptura de su integridad territorial. Con esa intención Puigdemont huyó a Bruselas, no solo un refugio judicial personal sino también una privilegiada plataforma global al ser la sede de las instituciones de la UE.

El resultado, un año después, es que ningún país ni ningún organismo, europeo o mundial, se ha mostrado dispuesto a reconocer una independencia de Cataluña o dar validez a un referéndum unilateral.

En una entrevista con la RTBF, la radio pública belga, Puigdemont se quejaba amargamente: “Es evidente que la UE no ha apoyado la causa catalana”. Reiterando su invitación al presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, para que “medie en un conflicto que es europeo y no meramente interno de España”. Una aspiración a la que la UE se ha negado reiteradamente.

Puigdemont necesita apoyo exterior para poder enfrentarse a un Estado como el español, la cuarta potencia de la UE. Pero sus cálculos han resultado erróneos. Una cosa es que hayan centros de poder interesados en que las heridas contra la unidad permanezcan abiertas, para intervenir sobre un país más debilitado, y otra que estén dispuestos a correr el riesgo de fragmentar un enclave tan importante como España.

Pero los problemas de Puigdemont están también en Cataluña. No solo por la oposición de una mayoría social que no esta dispuesta a aceptar la fragmentación, y que ya se moviliza públicamente en defensa de la unidad. Sino porque su estrategia aventurera, manteniendo artificialmente la tensión con España, encuentra seria oposición también dentro del campo independentista.

La Crida Nacional per la República ha sido el vehículo elegido por el ex president, no ya para formar una “casa común del independentismo”, sino para someter a su dictado a todas las fuerzas soberanistas.

Pero ni unos ni otros lo han aceptado. ERC ha marcado distancias con Puigdemont, con la figura de un Junqueras que no huyó y pagó la DUI con prisión. Y la dirección del PDeCAT procedente de la ex Convergencia también ha entrado en colisión con “el inquilino de Waterloo”.

El resultado es que la Crida, que debía anunciar este septiembre una candidatura para las próximas municipales que compitiera por la alcaldía de Barcelona, no tomará una decisión hasta diciembre.

Hace unas semanas, el propio Puigdemont aplazaba cualquier posibilidad de independencia a un futuro más allá de veinte años. Los hechos confirman que las apuestas del ex president chocan con una realidad demasiado tozuda.

Deja una respuesta