Rusia ha decidido romper el acuerdo con Ucrania -auspiciado por Turquía y la ONU- que permitía la exportación de cereales por el mar Negro, un pacto vital para la alimentación de muchos países del Tercer Mundo, especialmente en Africa.
Al mismo tiempo, Moscú ha organizado en San Petersburgo una cumbre con decenas de naciones africanas, en las que les ha prometido toneladas de grano «gratis». Una cumbre en la que ha reaparecido -como si nada hubiera pasado- el líder de los mercenarios de Wagner que son un elemento clave de la intervención rusa en el continente negro.
Desde julio de 2022, un acuerdo entre Rusia, Ucrania y Turquía supervisado por la ONU aseguraba el tráfico de cereales desde puertos ucranianos hacia 45 países de África, Oriente Medio, Asia y Europa. Un pacto que ha permitido salir 32 millones de toneladas de grano de Ucrania, absolutatmente vitales para la alimentación de países como Etiopía, Afganistán, Somalia, Kenia, Sudán o Yemen.
Pero el pasado 17 de julio, tras el ataque ucraniano al puente de Kerch en Crimea, el Kremlin alegó que se estaban incumpliendo las condiciones y rompió unilateralmente el pacto, bombardeando hasta 26 silos de cereal e instalaciones portuarias en Odesa y Mikolaiev.
Consecuencias a gran escala
Para hacernos una dimensión global de las consecuencias de la ruptura del acuerdo, es necesario señalar que Rusia y Ucrania suministran a través del Mar Negro el 12% de las calorías que se comercializan en el mundo.
Ucrania tiene uno de los suelos más fértiles del planeta, que produce dos cosechas de trigo al año, una bendición natural que al mismo tiempo la ha condenado a ser objeto de deseo imperialista. Tras el inicio de la invasión rusa el precio del trigo en el mercado de Chicago ha subido un 60%, algo que es un cuchillo en el estómago para más de 400 millones de habitantes del planeta
El bloqueo del cereal ucraniano no sólo deja 25 millones de toneladas de cereal ucraniano -suficientes para alimentar durante un año a los 60 países menos desarrollados- retenidos y en peligro de pudrirse, sino que impide recoger una nueva cosecha, porque no hay espacio en unos silos que además son objetivos militares.
Cuanto menos cereal ucraniano se exporta, tanto más se endeuda la maltrecha economía ucraniana, pero tanto mejor le va a Moscú. A Putin, que exige rublos por el grano (y por el gas), el alza de los precios agrícolas le ha servido para sostener su moneda.
El hambre, una herramienta de desestabilización masiva
Como en el caso del gas, Putin usa el desabastecimiento de grano como un arma de desestabilización masiva. No sólo golpea la economía ucraniana al tiempo que le ayuda a sostener su moneda, sino que le sirve de herramienta geopolítica, como una espiral del «cuanto peor, mejor», que tanto gusta en el Kremlin
La subida del precio de los cereales contribuye -como en el caso del gas- a hinchar la alta inflación en la UE, alimentando climas de opinión tendentes a dejar de sostener a Ucrania. Y las hambrunas en África y Oriente Medio crearán más y más millones de personas desesperadas lanzándose al Mediterráneo, antagonizando la crisis migratoria en la UE y dando pie a que las fuerzas de extrema derecha -todas ellas, abierta o encubiertamente. pro-Putin- echen más leña al fuego en sus discursos xenófobos.
San Petersburgo, una oportunidad para extender la sombra rusa en Africa
Ante las acusaciones occidentales de que los «juegos del hambre» de Putin ponen en peligro la seguridad alimentaria global, el Kremlin ha maniobrado hábilmente, convocando en San Petersburgo una Cumbre Rusia-África a la que han asistido 49 delegaciones de países y 17 jefes de Estado de la región. Son menos de la mitad de los que asistieron en 2019, pero da una idea del avance de la influencia rusa en el continente negro.
Ante sus homólogos, Putin se ha comprometido a enviar gratuítamente -incluído el transporte- entre 20 y 50 mil millones de toneladas de grano a algunos países africanos, entre ellos Burkina Faso, Zimbabue, Malí, Somalia, República Centroafricana y Eritrea. Primero crea un problema, y después se presenta como la solución.
La influencia de Moscú en África fue intensa desde los años 60, cuando la superpotencia soviética desplegó sus redes de intervención en los movimientos anticolonialistas africanos, especialmente en países como Angola, Argelia o Zimbabue, pero esos hilos quedaron abruptamente interrumpidos con el colapso de la URSS en 1991.
Rusia se presenta en África como un «aliado» en la lucha antiimperialista y anticolonialista, mientras lanza su intervención política… y militar sobre el continente.
Pero en los últimos años la Rusia de Putin ha vuelto a poner sus ojos en África como área de influencia, emulando la misma estrategia que el socialimperialismo soviético: usando el lógico -y más que justificado- hartazgo de los pueblos y naciones africanas hacia las potencias imperialistas occidentales -EEUU y la UE, y por encima de todas, Francia- como caballo de Troya para el continente. Presentándose como un «aliado» en la lucha antiimperialista y anticolonialista, mientras lanza su intervención política… y militar en pos de sus propios intereses imperialistas.
Los mercenarios de Wagner, una herramienta de control político y militar
Los mecanismos de influencia del Kremlin sobre África no pueden ser más diferentes de los de China. Mientras que Pekín ha cimentado su creciente presencia en el continente negro sobre grandes tratados comerciales -el intercambio bilateral China-Africa llega a los 281.000 millones- que llevan aparejados la construcción de infraestructuras (carreteras, ferrocarriles, puertos, centrales energéticas, hospitales), el intercambio de África con Rusia apena llega a los 18.000 millones de dólares, y la inversión rusa apenas supone el 1% del total del continente.
Los mercenarios de Wagner son un elemento clave de la intervención de Rusia en África.
Lo que Rusia ofrece a los países son mercenarios, y nadie mejor que los de Wagner. Los paramilitares neonazis de Yevgueni Prigozhin llevan desplegando durante años una febril actividad económica y militar en África, ofreciendo sus soldados como guardia pretoriana de los presidentes, o como elemento clave para «garantizar la limpieza de procesos electorales», mantener a raya a señores de la guerra rivales, o para hacer caer a gobiernos.
La mejor prueba del papel clave de Wagner como instrumento de intervención rusa en África son las fotografías que muestran a un sonriente Prigozhin -que solo hace un mes estaba amotinándose contra la cúpula del ministerio de Defensa y lanzando una columna contra Moscú- fotografiándose en la Cumbre de San Petersburgo con diferentes presidentes africanos.
El Kremlin financia las actividades de Wagner en África. A cambio de sus servicios militares, los paramilitares son recompensados con hiperlucrativas concesiones mineras de oro, diamantes, uranio o tierras raras, como se ha podido comprobar en Sudán, Eritrea, Mali o República Centroafricana.
Esta es una de las grandes razones del «tratamiento suave» (de momento) a Prigozhin tras el motín. Los mercenarios de Wagner son un elemento clave de la intervención de Rusia en África.