La nueva novela de Manuel Vilas

Los inmortales

En su nueva novela, «el escritor más peligroso que hay ahora mismo en España» (al decir de Javier Calvo, «Quimera») construye un relato paródico y transgresor que funciona como un espejo deformante de una realidad hecha añicos

Ya es casi un tópico reconocer que Manuel Vilas (Barbastro, Huesca, 1962) es uno de los escritores más raro, atípico e innovador de los que han emergido en el panorama literario español con el nuevo siglo. Poeta de reconocida trayectoria es, a la vez, un narrador que ha logrado en el escaso margen de diez años (su primer libro de relatos, “Zeta” es de 2002, sus cuatro novelas: “Magia”, “España”, “Aire nuestro” y “Los inmortales”, son, respectivamente de 2004, 2008, 2009 y 2012) poner en pie una fórmula de ficción narrativa novedosa, diferente, sin duda arriesgada y, sin embargo, singularmente enraizada en la tradición narrativa hispana, donde la extravagancia y el esperpento forman parte de nuestro canon literario.

¿Que dónde reside la rareza, la extravagancia, casi la “locura” de este nuevo proyecto narrativo? Tomemos como ejemplo uno de los fragmentos que integran el relato de “Los inmortales”, el titulado “Las señoritas de Avignon”, y hagamos un breve resumen: los dos personajes principales, un tal Pablo y un tal Vin, que en realidad no son otros que el mismísimo Pablo Picasso y el también mismísimo Vinçen Van Gogh, están de compras por París. Han salido a la búsqueda de un disfraz de Elvis y, una vez lo han encontrado, han dado un largo y agradable paseo por la capital francesa disfrazados, cómo no, de Elvis Presley. Al cabo de un rato entran en una discoteca, siempre con el disfraz puesto, y conocen a tres mujeres sumamente gordas, tres mujeres que además están convencidas de que ‘la obesidad es el futuro’, y los cinco se lo pasan en grande bailando durante unas buenas horas. Pero en cierto momento las tres gordas convencen a Pablo y Vin para ir a otra fiesta privada que, al parecer, ha sido organizada por una secta de gordas que se reúnen una vez al año. Los dos pintores se pasan la noche bailando con las mujeres allí presentes, las cuales se van desnudando a medida que avanzan las horas y van también contando los sufrimientos, casi todos sufrimientos capitalistas, que las han llevado a engordar hasta cotas inadmisibles. Así pues, cuando la noche está acabando, las gordas, vengativas por el hecho de que el capitalismo haya destrozado sus cuerpos, piden a Pablo Picasso y a Vinçent Van Gogh que las venguen igual que vengó Clint Eastwood a las prostitutas del pueblo representado en la película ‘Sin perdón’. Pero las gordas no quieren una venganza cualquiera. Quieren una venganza mayestática, una venganza sin igual, una venganza que nadie olvide. Y esa venganza implica que Picasso y Van Gogh, entre muchas otras cosas, corten la cabeza a todos los directivos de telefonía móvil del mundo y que, además, hagan un gran cuadro donde quede representado el Mal. Y les están pidiendo estas cosas cuando de pronto amanece y, al salir el Sol, las gordas van explotando tal que si fueran vampiros en una película de Robert Rodríguez.

Una docena de relatos de este cariz, apenas hilvanados entre sí, y protagonizados por personajes como SAA (Miguel de Cervantes Saavedra), Ponti (el Papa Juan Pablo II) y Mother T (la madre Teresa de Calcuta), Corman Martínez (el último comunista, que habla con el espectro de Stalin), Dante y Neruda, el rey Juan Carlos I, la novia de Hitler Eva Braun o el propio escritor Manuel Vilas, entre otros, van dando pie a un conjunto de escenas disparatadas, hilarantes y aparentemente incomprensibles, que constituyen, al parecer, una parte ínfima de un extraño y perturbador manuscrito encontrado en el planeta Tierra en el año 22011 por un grupo de descendientes de la especie humana que ya son inmortales. El hallazgo de estas historias distorsiona, o aún más dinamita, la idea que esos seres superiores tienen de los anhelos y aspiraciones a la inmortalidad de los viejos seres humanos, aspiraciones que parecían teñidas de elevados ideales religiosos, dramáticos y religiosos, pero que en el manuscrito se revelan como cómicas y grotescas.«Obra rara pero singularmente enraizada en la tradición narrativa hispana»

En conjunto, el relato de Vilas parece no tener ni pies y cabeza, ser una mera sucesión de cuadros disparatados e ingeniosos, una colección de fragmentos incoherentes, en los que el autor se deja llevar libremente por el humor, la locura y la estravagancia. Y, sin embargo, estos relatos incomprensibles muestran una extraña transparencia. Es como si, en su sinsentido global, estuviese escrito, en letras mayúsculas y destacadas, su verdadero y legible sentido. Y, sin darnos cuenta, el libro se va convirtiendo en un espejo. Un espejo de la realidad. Una realidad que ha estallado, que se ha hecho añicos, que se ha fragmentado en mil pedazos, que se ha desorganizado, en el que todo lo que tenía fuerza legitimante ha caído en el mayor descrédito, en la que todo lo que organizaba y jerarquizaba la realidad ha sido demolido y está puesto en cuestión. Una realidad, un mundo, que es un puro embrollo, y en la que la misma linealidad temporal ha saltado por los aires. La historia misma se ha hecho pedazos, astillas, y como en un naufragio, todos los restos de aquel mundo organizado que era el barco, viajan a la deriva, entremezclados y medio podridos, en busca de una playa donde encontrar reposo.

La narrativa de Manuel Vilas desafía abiertamente el modelo del realismo tradicional, pero postula una nueva forma de realismo o, mejor aún, una nueva forma de meter la realidad en la ficción: “a puñados”, como dice el crítico Santos Sanz Villanueva (El Cultural).

Por otro lado, y pese a su radical novedad, o actualidad, la narrativa de Vilas muestra un singular y fuerte arraigo en la tradición literaria española, no sólo por los homenajes “internos” que hace en el relato a destacadas figuras de esa tradición, sino también por el tono, el estilo, la forma de ver y narrar el mundo, el uso de ciertos racursos narrativos propios y específicos de nuestra literatura. Como afirma Álvaro Colomer, “hay en Manuel Vilas un deseo de preservar la tradición”.

Aunque esta apuesta narrativa va a chocar mucho a los paladares más acostumbrados a las formas clásicas de la narración, sin embargo su excesivo peaje a la estética posmoderna no debe ser un obstáculo para leer este libro (y la obra de Manuel Vilas en general), como una contribución positiva al panorama literario español, a veces demasiado encastillado y poco propenso a las rupturas.

En todo caso, Manuel Vilas no sólo nos ofrece narraciones imaginativas, frescas, delirantes y atípicas, sino tambén una visión descarnada de la deriva española, que bien podría enmarcarse en esta respuesta ofrecida por el autor en el curso de una entrevista: “España es un país crepuscular. Vivimos bien porque hemos heredado las bases económicas occidentales. El PSOE se negó a reinventar una identidad nacional, una identidad alternativa a la identidad vergonzante de la derecha. No tenemos identidad. Pero está bien. Por otro lado, a los franceses no les va mejor. En realidad, todo es USA. El franquismo se cargó la identidad nacional, y la democracia no ha sabido generar una identidad nacional progresista y distinta. Todo esto es muy complejo. Yo no soy historiador ni sociólogo. Describo lo que veo, pero no sé muy bien qué significa lo que veo”.

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