Cine

Los Goyas de Álex

La gala de los Goya más vista de la historia: 4.656.000 de espectadores y hasta 14 millones que se conectaron en algún momento de la noche. No se ha tardado en explicar este incremento de audiencia por la ausencia de publicidad en TVE. Y aunque haya que tenerlo en cuenta éste no es más que un aspecto secundario si atendemos a lo que vimos en la gala. Otra lí­nea, otra dirección, lo mejor de nuestro cine y su respuesta a la situación actual: unidad, competitividad y calidad.

Dos hechos se movían en el subsuelo, estaban resentes en cada nominación y afloraron en el discurso de Alex de la Iglesia, el presidente de la Academia. Por una parte un cine que ha colocado a alguna de sus películas entre las más vistas del año, como Ágora o Celda 211, que se ha atrevido ha competir con Hollywood en su propio terreno con producciones de animación, como Planet 51, y cortos de tecnología punta, como La dama y la muerte, y una colaboración activa con el otro lado del Atlántico con co-producciones iberoamericanas de gran éxito, como El secreto de sus ojos. La presencia en la gala de Penélope Cruz y Javier Bardem, o el apoyo de Antonio Banderas al corto español candidato a los oscars, escenificaba, lejos de los insulsos cotilleos, la calidad internacional de nuestros actores y nuestra capacidad de competir en calidad con excelentes resultados. Y por otra parte la incapacidad manifiesta de los gestores políticos de articular una respuesta a la preponderancia de las majors norteamericanas en la distribución. En varias ocasiones hemos traído a colación que el beneficio por copia no difiere entre las españolas y las norteamericanas, es la cantidad de copias que se editan de partida las que abren el abismo. Ni si quiera Ágora, siendo la película española más cara de la historia, ha podido igualar a las grandes producciones norteamericanas que imponen la adquisición de otras tantas de segunda categoría, copando el 80% del mercado. Ante todo la unidad Alex de la Iglesia ya había anunciado que su discurso no dejaría indiferente a nadie. Y así fue. Empezó por una autocrítica que servía de llamamiento a la unidad, a dejar a un lado los choques de intereses particulares para aunar esfuerzos en la tarea de convertir a la industria cinematográfica en un motor que genere riqueza para el conjunto de sectores que lo forman y para el país. “Ante todo somos trabajadores”, como lo es el transportista o el que sirve los cafés en los rodajes… El momento de mayor audiencia fue precisamente la aparición de Pedro Almodóvar que puso en pie a toda la platea. Después de cinco años alejado de la Academia y de los premios, Almodóvar volvió para dar el premio a la mejor película, y lo hizo apoyando la determinación de Alex de la Iglesia con un discurso franco y de unidad. Ante su aparición pudieron verse las caras de sorpresa y los aspavientos de satisfacción, como los de un exultante Antonio Resines que se giraba a derecha e izquierda buscando la alegría compartida, pareciendo decir “lo ha conseguido, Alex, lo ha conseguido”. Aunque no se haya reparado en ello en las crónicas, no son baladí las palabras de Almodóvar que queriendo transmitir confianza y respeto hacia sus compañeros y el presidente de la Academia, agradeciendo el calor con el que había sido recibido, señaló el argumento que le hizo decidirse: “¿cómo no vas a venir y después te vas a presentar premios a Estados Unidos?”. Alex lo tiene claro, hay que desarrollar nuestra industria… y hacer un cine que conecte con las aspiraciones del espectador. Antígona entre rejas Por eso tampoco es casual el triunfo de Celda 211. Un película pensada como pequeño proyecto dentro de la selva de superproducciones que ha barrido en la taquilla y que ha despertado la admiración del público sin distinción de edad. Aunque Daniel Monzón no se atreva a desvelar las claves del éxito explícitamente, sí lo hizo, en cierta manera, cuando De Verdad le entrevistó. La película recoge una posición de principios universal, seca y rotunda, “enfrentarse al poder sin importar las consecuencias”. Esa columna levantada por la tragedia griega de Antígona o llevada al cine en obras maestras como “Grupo Salvaje”. Una película recorrida de principio a fin por un tipo de relaciones basadas en la fidelidad, la indoblegabilidad, y la firmeza, que chocan más si cabe al tomar partido por los reclusos amotinados frente a los funcionarios corruptos y el Estado capaz de cualquier cosa por perpetuarse. En esta dirección no es de extrañar que los votos del gremio hayan apostado en los premios clave por Celda 211 y no por Ágora, pues ambas expresan posiciones enfrentadas ante la realidad: Ágora se horroriza ante la transformación y el cambio, ante el vandalismo de la multitud que contrasta con la delicada intelectualidad de las clases dominantes esclavistas en decadencia. Celda apuesta por la rebelión, y consciente de estar hablando de presos, criminales y sus desmanes en un motín, se pone de su lado, de sus familiares, y de la determinación por enfrentarse al poder encarnada en Malamadre y Juan, el preso y el funcionario que ya no tiene nada que perder… solo sus cadenas. El horror lo representan las frías estrategias de represión, no la gente que se rebela. Huir aterrados o enfrentarse al poder… está claro qué es lo que se ha premiado en un momento en el que nada ni nadie puede permanecer impasible ante la situación dramática que vive el país. "No es un palo directo a un partido político, pero sí que es verdad que si la película dispara con bala hacia algún lado es hacia el poder. El final es tan épico, tan emocionante precisamente porque tanto Malamadre como Juan son conscientes de que no van ganar; Juan es consciente de su destino, lo garabateó en la pared de su celda. Estudié griego clásico, y me fascinaba la tragedia clásica. Juan recuerda al héroe clásico […] aunque es un asesino, tiene un código moral superior a los funcionarios del orden, a lo mejor me tiran piedras por decir esto…” Daniel Monzón en una entrevista para deverdaddigital.com

Deja una respuesta