Literatura

Los Girasoles Ciegos

En enero de 2004 -hace ahora cinco años – editorial Anagrama publicaba un delgado volumen de cuentos escrito por un autor hasta entonces desconocido. Tení­a 63 años y era su primer libro. Su temática, en principio, no parecí­a tampoco muy novedosa ni atractiva: «otra» incursión narrativa en el filón hiperexplotado de la guerra civil y el franquismo. Nada auguraba, a priori, que no fuera otro fracaso editorial; y, en efecto, en los primeros meses apenas se vendió.

Pero “Los girasoles ciegos”, de Alberto Méndez no era “otro libro más”. En sus entrañas había un latido de verdad que sonaba distinto, un trabajo de orfebrería narrativa que recordaba a los grandes del relato breve, una sutileza a la hora de abordar el horror que conmovía hasta las iedras. Y boca a boca, “Los girasoles ciegos” se fue abriendo un camino que le ha llevado a protagonizar, por derecho propio, una de las mayores conmociones del presente literario español. “Los girasoles ciegos” es el único libro publicado por Alberto Méndez, hijo del conocido traductor José Méndez Herrera. Nacido en plena posguerra (en 1941), estudió el bachillerato en Roma (donde su padre trabajaba para la FAO) y luego se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid. Desde los años 60 trabajó en diversos grupos editoriales, nacionales e internacionales. Impulsó el nacimiento de la editorial Ciencia Nueva (que Fraga cerraría), y luego fue colaborador de Montena, de la distribuidora Les Punxes y de la editorial Grijalbo. También colaboró en la puesta en escena de diversas obras dramáticas para TV y trabajó como guionista para Pilar Miró. Fue militante del PCE, desde los años 60 hasta 1982. Alberto Méndez no se dedicó a la literatura propiamente dicha hasta el final de su vida. En 2002 ganó el Premio Internacional de Cuentos con uno de los relatos que luego integraría en “Los girasoles ciegos”. Y en enero de 2004 (ya con 63 años) publicó éste, su único libro, que obtuvo el I Premio Seteval al mejor libro de cuentos del año. A finales de 2004 fallecía Alberto Méndez: de forma póstuma su libro obtendría el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Narrativa y, sin duda, el mejor premio posible: el fervor de los lectores, que le ha convertido, en apenas cinco años, en un clásico contemporáneo. Y es que –sin ningún ruido, casi a hurtadillas – Méndez había logrado lo que muchos antes que él habían intentado sin conseguirlo plenamente: vivificar la memoria, sacarla radicalmente de las estadísticas y las frías cifras oficiales, convertir historias reales en ficciones verdaderas, otorgarle a la crónica de unos años de terror, miedo y angustia un lenguaje a la altura de los hechos: un lenguaje que Méndez fue a buscar en Borges, en Cortázar, en Carver, sus “maestros”, los clásicos del género. Y sin necesidad de “subrayar” nada, ni añadir “condenas” (morales o políticas) a lo que ya de por sí el relato muestra como execrable, Méndez alcanza a dar plena vida y sentido a unas historias que son la memoria oculta, silenciada y doliente de los vencidos. “Los girasoles ciegos” es un libro de cuentos articulado por cuatro historias –que Méndez llama también “cuatro derrotas”, fechadas en los años 1939, 1940, 1941 y 1942–, que discurren, por tanto, en el período más duro de la posguerra. Aun siendo cuatro relatos independientes y que tienen todo su sentido por sí mismos, Méndez consigue entrelazarlos hábilmente entre sí, de modo que componen expresamente un “cuadro”, teñido en negro, que ilustra con pavorosa crudeza cómo la “Victoria” de 1939 no fue el fin de la guerra sino la continuación del exterminio. Aunque los argumentos de los cuatro relatos son ya de por sí bastante explícitos y desgarradores, lo que llama la atención, sin embargo, del libro de Méndez no es en absoluto lo “truculento” de las historias, sino la enorme sensibilidad literaria, la sutileza y precisión con que están escritos. En ningún momento Méndez cae en el “tremendismo”, ni se afana en imponer moralejas: al contrario, con notable sencillez y realismo deja que su cuidado lenguaje vaya empujando un relato explícito lleno de sugerencias, de matices, de insinuaciones, para que sea el lector el que extraiga sus propias consecuencias.

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