Cumbre de las Américas

Los gestos son importantes, los hechos más

Después de tres dí­as de discursos amables y declaraciones serenas, de gestos amistosos y de sí­mbolos de reconciliación, la impresión que la Cumbre de las Américas, primer encuentro entre Obama y los lí­deres iberoamericanos, ha dejado ha sido resumida por la mayorí­a de los medios en dos conclusiones. Se inicia una nueva etapa en las relaciones entre EEUU y el resto del continente y por fin Iberoamérica vuelve a contar en la agenda polí­tica del poderoso vecino del norte.

Dando or buenas, de entrada, ambas afirmaciones, cabe sin embargo preguntarse: ¿en qué consiste exactamente esa nueva etapa que se anuncia? ¿Y qué papel ocupa Iberoamérica en la nueva agenda “multilateral” de la administración Obama? Vender la piel del oso antes de cazarlo suele conducir, por lo general, a encontrarse con desagradables sorpresas. Y quienes están lanzando las campanas al vuelo por el clima positivo y la relativa armonía que ha presidido la cumbre deberían tener más presente las enseñanzas de la historia reciente. Está bien celebrar el fin de la política de Bush, ¿pero garantiza una presidencia demócrata el inicio de una etapa en las relaciones de Washington con Iberoamérica de naturaleza sustancialmente distinta a la que hemos conocido hasta ahora? La experiencia histórica no permite sostener tan optimista pretensión. Con un presidente demócrata, John F. Kennedy, Cuba conoció la invasión de Bahía de Cochinos y los reiterados intentos de asesinato de Fidel Castro. Con Johnson, otro demócrata, vivimos la implacable persecución, detención y asesinato del Ché, la invasión con 43.000 marines de la Republica Dominicana, los golpes de Estado en Bolivia, Brasil u Honduras. En la década siguiente, bajo otro presidente demócrata, Carter, se consumó el golpe de la Junta militar argentina y en el mandato del último presidente demócrata hasta Obama, Clinton, se fraguó el “Consenso de Washington” que llevó al continente iberoamericano a cotas desconocidas de pobreza, miseria y dependencia exterior. ¿Va a cambiar sustancialmente el demócrata Obama este historial de agresiones y explotación sobre los pueblos iberoamericanos? Una cosa es la inteligente política diplomática que han seguido los líderes de los distintos gobiernos bolivarianos, tendiendo la mano y recibiendo a Obama sin juzgar previamente sus intenciones, y otra bien distinta echar en el olvido la tradición histórica que Washington ha impuesto durante más de un siglo sobre los pueblos iberoamericanos. ¿Cree alguien de verdad que sus recientes órdenes a la CIA para eliminar la tortura incluyen también poner fin a sus actividades conspiratorias, a las tramas de subversión, infiltración y control que tiene desplegados por todo el mundo, pero de forma especial en el corazón de la mayoría de Estados latinoamericanos? Puede que, como afirman muchos, las relaciones entre EEUU e Iberoamérica entren en una nueva etapa con la llegada de Obama. Pero lo que es mucho más difícil es que con él se ponga fin a la insaciable voracidad yanqui por dominar y saquear a sus vecinos del sur. Cambiarán los medios tal vez –y ni siquiera esto es seguro– no los objetivos últimos. Al garrote y la cañonera se unirá la zanahoria, pero la amenaza del palo siempre estará presente para cuando las cosas se tuerzan. Los gestos pueden ser amables, pero los intereses son duros. La diplomacia se volverá inteligente, pero será para seguir dominando con otras formas. Confundir la amabilidad de los gestos diplomáticos con la dureza de la realidad política y de los intereses económicos suele conducir a un fracaso garantizado. Ni siquiera hubo en la cumbre unanimidad para firmar un comunicado conjunto final. Las diferencias y conflictos que enfrentan a los países más avanzados del frente antihegemonista iberoamericano con Washington son un foso demasiado profundo para cubrirlo en una sola cumbre. Ni siquiera en varias. La ausencia de Cuba de la cumbre fue el argumento principal de los gobiernos bolivarianos para no firmar la declaración final. Pero tras él se esconde todo un mundo de diferencias y antagonismos entre el imperialismo yanqui y los pueblos y naciones oprimidas de Iberoamérica. Como conclusión, las palabras de Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, en la cumbre, actuando como portavoz oficioso del grupo de naciones que componen el ALBA, la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de América: “Aquí estamos presentes una gran mayoría de los Presidentes y Jefes de Gobierno de América Latina y el Caribe; están participando el Presidente de Estados Unidos, el Primer Ministro de Canadá; pero aquí hay dos grandes ausentes: uno, Cuba, cuyo delito ha sido luchar por la independencia, por la soberanía de los pueblos; prestar solidaridad, sin condiciones, a nuestros pueblos, y por eso se le sanciona, por eso se le castiga, por eso se le excluye. Por eso yo no me siento cómodo en esta Cumbre, no puedo sentirme cómodo en esta Cumbre, siento vergüenza de estar participando en esta Cumbre con la ausencia de Cuba. Otro pueblo no está aquí presente, porque, a diferencia de Cuba, una nación independiente, solidaria, ese otro pueblo está sometido todavía a las políticas colonialistas: me refiero al hermano pueblo de Puerto Rico. Estamos trabajando para construir una gran alianza, una gran unidad de los pueblos latinoamericanos y caribeños. Llegará el día en que ahí también, en esa gran alianza, estará el pueblo de Puerto Rico”.

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