Irán: conservadores y reformistas se enfrentarán en las elecciones de junio.

Los dos caminos del Ayatolá

El anuncio de Mohamed Jatamí­, presidente iraní­ entre 1997 y 2005, de presentarse a las elecciones en Irán ha sido acogido con gran interés en las cancillerí­as occidentales. El ex-presidente, conocido por sus posiciones moderadas, reformistas y aperturistas, goza de mayor popularidad en el exterior que en su propio paí­s. Durante el mandato de Jatamí­, las relaciones con Occidente vivieron ocho años de relativa calma, quebrados después con la llegada del actual presidente Mahmud Ahmadinejad y su lí­nea de confrontación con Washington. Aunque la lí­nea «dura» del conservador Ahmadinejad ha conseguido éxitos notables, y la influencia de Irán en el mundo musulmán y en todo el planeta se ha multiplicado, la llegada de Obama a la Casa Blanca está decantando a fuertes sectores del régimen de los ayatolás a poner en la presidencia de Irán a un interlocutor moderado que pueda aprovechar la oportunidad de participar en diseñar y construir «la nueva arquitectura de poder» en Oriente Medio y en el mundo que ofrece la nueva administración norteamericana.

La nueva línea internacional de Barack Obama busca sin duda mantener la hegemonía mundial en manos norteamericanas, ante un mundo cada vez más multiolar donde al declive norteamericano se le oponen nuevas potencias emergentes. La Casa Blanca tiene ante sí la complicada tarea de diseñar y construir un nuevo orden mundial, una nueva arquitectura de poder que al mismo tiempo que da cabida a las nuevas potencias emergentes, contiene su ascenso y subordina sus intereses a la hegemonía yanqui. Es en este marco –y en el momento concreto en el que EEUU se plantea el necesario repliegue iraquí y el refuerzo de la imprescindible pieza afgana- en el que la diplomacia norteamericana está abriendo su mano a Teherán, buscando explorar la vía diplomática con el régimen iraní, y renunciando –de momento- al uso de la fuerza, visto que en la actual correlación de fuerzas eso sólo ha reforzado a Irán y potenciado su creciente influencia en el mundo musulmán.Los cambios en el marco internacional, en la cabeza del hegemonismo, se traducen de forma más o menos directa en cada país del mundo. Y el caso de Irán no es una excepción. El régimen de los ayatolás nacido de la Revolución Islámica de 1979 hizo que Irán pudiera sacudirse el yugo norteamericano, que a través de la dictadura del Sha dominaba el país persa. El nuevo régimen –que impuso el nuevo integrista con una represión feroz, eliminando a miles de militantes izquierdistas de organizaciones vinculadas a Moscú- conquistó la independencia de las dos superpotencias, soportando luego la cruenta guerra contra Irak, armado a la par por los dos hegemonismos. Sin embargo Irán no sucumbió, y a lo largo de las décadas se ha transformado en una de las cabezas visibles del mundo islámico. Ni la actuación de EEUU ni la de sus adversarios árabes han podido impedir que hoy Teherán tenga una enorme influencia en Oriente Medio –principalmente sobre Siria, Líbano y Gaza- y excelentes relaciones con China y Latinoamérica. La línea de dictadura terrorista mundial de Bush, que trajo la guerra primero al vecino afgano y luego al iraquí, puso a Teherán en su punto de mira. Sólo el pantano de Bagdad impidió que Bush siguiera su mortífero dominó con Siria e Irán. La respuesta del régimen de los ayatolás a la amenaza norteamericana fue tajante: el moderado Jatamí fue apartado del poder y el impulsivo Ahmadinejad aupado al gobierno en junio de 2005. La línea dura ha dado resultados más que notables, pero algunos puntos de la misma, como la beligerancia hacia Israel y el espinoso programa nuclear iraní dificultan notablemente el entendimiento con Washington. Si bien Ahmadinejad y el máximo dirigente iraní, el ayatolá Alí Jamenei han mostrado una actitud cada vez más receptiva –aunque no exenta de recelo- con los mensajes de la Casa Blanca, el anuncio de concurrir a los comicios del aperturista Jatamí muestra que influyentes sectores del régimen piensan que es momento de aprovechar la oportunidad de unos EEUU debilitados y dispuestos a negociar y hacer concesiones, e incluso –si se maneja hábilmente la diplomacia- a incluir de alguna manera a Teherán en las decisiones sobre el diseño de Oriente Medio. Una misión para la que Ahmadinejad, a pesar de sus méritos en otros terrenos, no parece ser el más idóneo. El debate en Irán se centra en otros aspectos: la defensa ultranza de la tradición islámica o una suerte de perestroika a lo persa. A la popularidad de Ahmadinejad entre los sectores más conservadores –los más rurales- de Irán se contrapone el apoyo a las reformas y a la relajación de la ley islámica entre grandes sectores de los habitantes de las ciudades, especialmente entre la juventud y las mujeres. Pero detrás de estos debates –como siempre- se ocultan dos caminos para Teherán, dos rumbos para Irán.

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