SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Los dí­as contados

Cuando se publique este comentario se habrá producido la sustitución en la jefatura del Estado en medio de una nube de empalagos cortesanos y sectarios, que ofenden a la inteligencia y que no favorecen al nuevo inquilino de La Zarzuela. Así se inicia formalmente la andadura del monarca en una situación complicada para él y de grave desasosiego para los españoles que asistimos como testigos un tanto impotentes a la disolución del régimen político fundado por el padre de Felipe VI. Esa es la realidad, porque, con la marcha de aquel, ha finalizado un modelo de gobierno personal, cuyas vigas maestras están profundamente carcomidas. Bajo las inercias de la normalidad institucional aparente mucha gente se pregunta hacia dónde va nuestro país, porque las versiones y los discursos oficiales carecen de credibilidad a la vista del lamentable espectáculo del poder. El Gobierno parece a merced de los acontecimientos y, a trompicones, trata de granjearse el favor de quienes le han abandonado de forma ostensible y los restantes actores se encuentran entre la vieja posición de a verlas venir o el sálvese quien pueda, que es el caso del agónico PSOE. Las preguntas carecen de respuestas que no sean las de la mera propaganda o las del voluntarismo inconsistente. Así enfilamos el verano previo a las próximas y quizás decisivas consultas electorales de 2015.

Confusión e incredulidad

Los análisis demoscópicos y sociológicos van mostrando las imágenes de una sociedad dolida por los castigos recibidos y con la irascibilidad a flor de piel por la acumulación de corrupciones mil, que no han recibido las más mínimas explicaciones desde los poderes públicos, cuyos titulares piensan que la acumulación de noticias actúa como la humareda que tapa el origen de los incendios. Así ocurrió en los años 90, cuando afloraron las primeras miserias, pero ésta segunda parte, corregida y aumentada por los problemas económicos, ha terminado por colmar el vaso de la paciencia, y las reacciones en cadena no han hecho más que empezar. Puede que la única personalidad del régimen que ha diagnosticado la realidad y lo que nos aguarda es el monarca que se marcha de manera tan abrupta como lo ha hecho. Ha descolocado a sus fieles y confundido a los adversarios sin que hasta la fecha casi nadie se aplique de verdad a diseñar las pautas del modelo político que deba suceder a los cuarenta años de Transición.

Los descolocados, empezando por el Gobierno, se aferran a la “normalidad” y a la continuidad sin fisuras de la monarquía parlamentaria. Olvidan que ésta sólo ha existido sobre el papel, y la última prueba de ello es cómo el Rey saliente ha manejado al sedicente gobierno parlamentario tanto en lo concerniente a su renuncia o abdicación como en la exigencia de garantías que prolonguen en la práctica la inviolabilidad de que ha gozado. El desconcierto es evidente y debería servir para que se tomaran en serio la recuperación de su monarquía parlamentaria, aunque creo que, agotado hasta las heces el cáliz del poder personal con las lacras inherentes al mismo, es tarde para restaurar una normalidad constitucional abandonada durante décadas. Será interesante comprobar el desarrollo de los acontecimientos en los altares del poder durante las próximas semanas, teniendo presente que los graves problemas que nos han conducido a la situación actual persisten para desgracia de todos y oprobio de los responsables políticos.

El revulsivo en la izquierda sin contrapeso en el resto

Por su parte, la masa de adversarios o indignados ha crecido exponencialmente, como se ha puesto de manifiesto en la pasada consulta electoral; y en medio de la confusión llega el momento de rellenar el discurso del cambio para ordenar las aguas turbulentas que amenazan romper los diques de lo políticamente correcto. En la izquierda sí aparece un discurso distinto, en comparación con el existente en el PSOE y su apéndice de IU, que está agujereando a ambas organizaciones porque no aciertan a comprender qué ha ocurrido. La confortabilidad del poder, las listas cerradas y la mano de hierro de quienes dirigen los partidos políticos que hemos conocido suelen derivar en la incapacidad absoluta para enfrentar las novedades y las apuestas políticas que han surgido en éstos meses convulsos. Es pronto para aventurar qué saldrá de ese magma, pero llevan las de ganar los que tienen discurso propio y objetivos claros. Y en este momento, en la izquierda, esas condiciones las cumple Podemos, una organización nutrida de jóvenes universitarios y de profesionales diversos, que parecen resueltos a tomar la iniciativa sin confiar en los intermediarios tradicionales. Por cierto, resulta chocante oír, en sentido peyorativo, que se trata de una organización dirigida por politólogos. Al menos no son los indocumentados que tanto han abundado en la política española.

Aparte de eso, queda la gran masa del centro y la derecha democráticos con sus clases medias empobrecidas y ahítas de discursos vacuos y de promesas incumplidas. Millones de ciudadanos de esa condición han perdido la confianza en sus representantes y muchos de ellos se preguntan con inquietud qué nos aguarda, porque conocen a sus clásicos y saben de qué pie cojean. En ésta zona templada de la política se necesitaría un revulsivo del estilo del que ha surgido en la izquierda española. Eso no se vislumbra pero, como a la fuerza ahorcan, terminará por ocurrir en los meses venideros. Hay que confiar en que esos nuevos movimientos vayan en pro de la profundización democrática y de la higiene pública para evitar las pulsiones autoritarias de tan malos recuerdos en nuestra historia.

La convulsión de nuestro Ruedo Ibérico se produce en un contexto internacional bastante inestable, especialmente en el continente europeo, flanqueado por el conflicto del Este y la pobreza del Sur, sin que las organizaciones supranacionales tengan respuestas claras y eficaces. En consecuencia, cada país deberá hacer recuento de sus recursos para utilizarlos como mejor convenga. Los nuestros ya los conocemos, por lo que la necesidad de elaborar un discurso unitario, nacional, civilizador y democrático sería lo menos a lo que podemos aspirar para sacar a la nación del trance en el que la han puesto los que han malbaratado los esfuerzos y sacrificios de los españoles.

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