Literatura

Lope de Vega: la «monarquí­a cómica»

Es célebre la expresión con la que un apesadumbrado Cervantes renunció a una posible carrera dramática ante la total imposibilidad de competir con Lope de Vega, cuya popularidad y capacidad productiva no dejaban resquicio a ningún otro en el escenario dramático español de principios del XVII: «Lope alzóse con la monarquí­a cómica». Rey, monarca absoluto, heredero de un trono antiguo que, sin embargo, él refundó, inaugurando una nueva «dinastí­a» cuyo poder acabarí­a expandiéndose desde las corralas y teatros de Madrid hasta los últimos confines de la tierra (de su influencia también podrí­a decirse aquello de que en ella «no se poní­a el sol»), Lope de Vega llevó a cabo, en el ámbito dramático, una «revolución» similar a la que Cervantes hizo con la novela: fundarla sobre nuevas bases.

Se cumlen estos días los 400 años de la publicación, en 1609, del “Arte nuevo de hacer comedias”, lo que hoy llamaríamos el “manifiesto fundacional” del teatro moderno, pero que en aquel momento era un simple “discurso poético”, dirigido a la Academia de Madrid, en el que Lope de Vega defiende la necesidad de “adaptar” el teatro clásico a los nuevos tiempos que corren y al público que acude (en masa) a los teatros, para lo que postula una serie de transformaciones que, de hecho, van a suponer una “ruptura” de la que acabará emergiendo la dramaturgia moderna. Un logro que, sin embargo, no le es total y unánimemente reconocido. Si hoy ya nadie duda de que Cervantes fundó la novela, muy pocos son los que otorgan (dentro y fuera de España) a Lope un mérito similar en el campo teatral, pese a que, sin duda, le corresponde, ya que de su ingenio y de su pluma va a nacer enteramente la revolución estructural y temática que dará acta de nacimiento a “la comedia”, género por excelencia del nuevo teatro. Es probable que sea su propia “desmesura” la que, paradójicamente, haya contribuido a borrar sus más nítidos perfiles. Pero esa era una cualidad indisociable de su vida y de su obra: la desmesura. Lope de Vega fue un personaje prototípico de la España del Siglo de Oro, con todas sus facetas singulares y todas sus contradicciones. Nació en Madrid en 1562, hijo de un humilde bordador y de una mujer del pueblo, pero su precocidad y su talento innato le permitieron estudiar primero con los jesuitas de la capital (se dice que a los cinco años ya sabía leer y escribir en castellano y en latín) y más tarde en la “universidad” de Alcalá de Henares. Como hijo de su tiempo (a Cervantes le ocurrió lo mismo), Lope participó como soldado en algunas campañas militares (entre otras, en la expedición naval que conquistó las Azores), vivió largos períodos bajo el amparo y protección de ciertos nobles y, en cambio, otras veces se vio obligado al destierro, atravesando períodos de penuria, necesidad y abandono. Su vida amorosa y sentimental fue auténticamente “volcánica” (e insólita para la época, máxime si tenemos en cuenta que era una figura pública y estaba el Santo Oficio): se casó dos veces, tuvo infinidad de amantes (la mayoría actrices) y dio su apellido a catorce hijos, entre legítimos e ilegítimos. Como subrayan todos los críticos y comentaristas de su obra, no es extraño que Lope llegara a ser un verdadero experto en tejer y destejer en la escena conflictos sentimentales y enredos amorosos. También su creatividad literaria fue portentosa. Dejó escritos más de tres mil sonetos, unas cuatrocientas comedias, tres novelas (entre ellas, una de notable éxito: “La Dorotea”) y algunas epopeyas y poemas didácticos. Como es célebre, se jactaba de ser capaz de escribir una comedia en una noche o, como lo dice en un soneto, hacer que “pasara de las Musas al Teatro en horas veinticuatro”. Era, en cierta forma, un escritor “profesional”, que dependía para su subsistencia de la venta de sus obras, tanto a editores como a productores teatrales: quizá este sea uno de los motivos de su abundante obra, aunque, desde luego, no explica su singular desmesura: él solo tiene más producción dramática que todo el celebrado teatro clásico inglés. (Otra cosa es que mientras Inglaterra ha convertido a su “teatro clásico” en el mejor escaparate de su país y en la fuente de una cantera de intérpretes sin parangón en el mundo, en España el teatro clásico ha dormido el sueño de los justos bajo una capa de polvo y olvido varias veces centenaria). Amén de prolífico, Lope fue un dramaturgo popular, muy popular. Un autor que tenía en cuenta a la hora de escribir los “gustos”, las “aficiones” y las “necesidades” del público, sin que ello supusiera tirar por la borda su indiscutible talento ni le abocase a la mediocridad o a la chavacanería. Lope sabía hacer reír y llorar, estremecerse o intrigarse, conmoverse o explotar a carcajadas, a un público inmenso y variopinto. En el “Arte nuevo de hacer comedias”, dado a la imprenta en 1609, Lope de Vega sostiene que la esencia del nuevo drama por él planteado consiste en escribir obras de teatro “sin el Arte”, es decir, sin atenerse a los preceptos tradicionales de la dramaturgia, sentados ya en la “Poética” de Aristóteles y defendidos como cosa inmutable por los comentaristas italianos del siglo XVI. Lope “respeta” el legado del pasado, pero formula tres cambios sustanciales. El primero consiste en poner fin a las tres grandes unidades clásicas de “acción, tiempo y lugar”, que habían regido el universo dramático desde sus orígenes. La segunda consiste en la “herejía” de poner fin a la separación de géneros: Lope de Vega propugna la necesidad (y reclama la libertad) para mezclar en la escena lo cómico y lo trágico, dando pie a un género nuevo, la “tragicomedia”, que él denomina directamente como “comedia”. Por último, Lope aboga por la “polimetría” (la utilización de distintos tipos de métrica en una misma obra), frente a la obligación clásica de utilizar una misma métrica poética en toda la obra. Lope “justifica” esta reformulación de las sacrosantas reglas de la práctica dramática en la necesidad de adecuarse “a los nuevos tiempos” y “al público” (el “colérico” e “impaciente” público de las corralas de Madrid, dice). En realidad, Lope, como Cervantes, es consciente de que los tiempos habían cambiado. La vieja sociedad estamental inamovible y sus ideales heroicos y caballerescos empezada a formar parte del pasado. La “nobleza” ya no era una casta intocable. En la escena, un noble podía ser incluso el mayor villano. Y su “dolor” o su “desgracia”, en vez de lágrimas podía hacer estallar al público en carcajadas o en aplausos. La entrada en escena de la burguesía y la crisis de la aristocracia y sus ideales, crean un nuevo ámbito de realidades, de relaciones sociales, de conflictos y de ambigüedades, que el dramaturgo debe explorar, y para lo cual precisa un marco más amplio de “libertades” formales, estilísticas y temáticas. Eso es exactamente lo que reclama Lope de Vega en su “Arte nuevo de hacer comedias”, y lo que lleva a cabo, de forma efectiva, en su producción dramática. La “comedia” que propugna (y realiza) Lope tiene solamente tres actos, cada uno de los cuales contiene aproximadamente 1.000 versos. Aunque siempre se ha dicho que Lope fue un “dramaturgo conservador” (¡vaya palabreja para hablar del siglo XVII!), y que en definitiva promovía los valores sancionados oficialmente y apuntalaba el orden establecido, lo cierto es que el teatro de Lope”incurre” en frecuentes y notables incorrecciones y desafíos a esos valores y a ese orden. Con Lope, no sólo los nobles o los hidalgos tienen “honor” y “dignidad”, también la tiene el pueblo. Al igual que en “La Celestina”, el “Lazarillo” o el “Quijote” (o que en la pintura de Velázquez), en el teatro de Lope el pueblo no es “inferior” a las otras clases sociales, no es un mero súbdito pasivo y obediente, una “cuerda” de siervos sin dignidad ni valor. Contradecir y burlarse de hidalgos y de nobles, de sus “maneras”, de sus sentimientos, de sus fechorías, es algo frecuente. Criticar a los “amos”, ridiculizar a los hidalgos e incluso presentar a los nobles como villanos y malvados es un “recurso dramático” de primer orden en el teatro de Lope. En cambio, la lucha del pueblo contra la opresión (“Fuenteovejuna”) es elogiada, y hasta justificado el asesinato del comendador; el “derecho de pernada” del noble también recibe la sanción condenatoria de Lope. También las “mujeres” de Lope son en gran medida irreverentes y guardan muy poca fidelidad al “molde” o “modelo” oficialmente sancionado. Suelen ser soberanas en sus asuntos sentimentales y muchas veces determinantes, no sólo a la hora de decidir su destino, sino de enfrentar complejas situaciones sociales. Su inteligencia y astucia merecen el constante reconocimiento de Lope. Con el paso del tiempo, se han ido decantando, de ese fondo impresionante e interminable de más de cuatrocientas “comedias” (a las que aún se añaden, de cuando en cuando, obras “nuevas”, al confirmarse su autoría), unas cuantas obras cuya reconocida maestría las ha convertido ya en “clásicos” esenciales de nuestro mundo escénico: son títulos como “El mejor alcalde, el rey”, “El villano en su rincón”, “Peribánez y el Comendador de Ocaña”, “Fuenteovejuna”, “El Caballero de Olmedo”, “La dama boba”, “El perro del hortelano” o “El castigo sin venganza”, que forman parte de un repertorio teatral español casi permanente. Así, este año, para “conmemorar” los 400 años de la publicación de su “Arte nuevo de hacer comedias”, la cada vez más extensa y tupida red de “festivales españoles de teatro clásico” (desde el Festival de Almagro a los de Alcalá de Henares, Cáceres, Olite, Olmedo, Chinchilla, Niebla, Almería…), han programado cinco puestas en escena diferentes del “Fuenteovejuna”, dos de “El perro del hortelano”, además de “El caballero de Olmedo”, “La viuda valenciana” y “La dama boba”. A estos “clásicos”, además, se ha sumado una auténtica primicia: “¿De cuándo acá nos vemos?”, una obra muy poco conocida, de inusitada belleza, una comedia en la que una madre y una hija se disputan el amor de un galán: es la apuesta escénica con la que la Compañía Nacional de Teatro Clásico se ha presentado al Festival de Almagro. Lope de Vega aún guarda en la recámara, pues, muchas sorpresas para el futuro. Como no podía ser de otra manera, el auge o renacimiento del teatro en España acaba coincidiendo con con una nueva reivindicación de la figura y de la obra de Lope de Vega, su verdadero creador, el príncipe indiscutible de nuestra “monarquía cómica”.

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