De la desmembración de Cataluña al "virreinato francés"

Lo que une a Pau Clarí­s con Felipe V

Desde mediados del siglo XVII, España pasa de ser la potencia hegemónica en Europa a convertirse en terreno de intervención por parte de las grandes potencias. El azuzamiento y respaldo a la desmembración «no ya del vasto imperio, sino también de la misma unidad peninsular» se convierte en uno de los privilegiados instrumentos de dominio e intervención sobre España. Francia es, en este periodo, el origen y sostén de todos los movimientos disgregadores, provocando en 1640 la secesión de Cataluña y Portugal.

Aunque las necesidades de la política imperial y la falta de cintura táctica del Conde-Duque de Olivares fuerzan el enconamiento de las relaciones entre Cataluña y la Corona, es la intervención francesa –a través de un minoritario pero muy activo partido profrancés, cultivado durante años por la diplomacia gala– lo que transforma la rebelión catalana en una aventura secesionista. Quebrando la histórica corriente principal de desarrollo peninsular hacia la creación de una más amplia unidad política, culminada sólo sesenta años antes con la incorporación de Portugal a la corona española. «La intervención francesa provoca la fragmentación peninsular, debilitando España hasta el punto de transformarla, en un brevísimo lapso de tiempo, en una mera colonia de las grandes potencias»

Paralelamente, y al calor de la secesión catalana, Francia azuza y presta respaldo político y militar a las ambiciones de los sectores de la nobleza lusa en torno al Duque de Braganza, que terminan –no sin antes sofocar una importante oposición a la secesión en el interior de Portugal– por consumar la independencia de Portugal.

El desarrollo histórico y la peculiar forma en que se había articulado la unidad española, junto a la posición adoptada por los monarcas, permite una amplia autonomía en los antiguos reinos. Mientras que la autoridad real era más elevada en Castilla, en Portugal, Aragón, y sobre todo Cataluña, ésta se veía limitada por los fueros y privilegios, celosamente guardados por las autoridades locales.

El conde duque de Olivares, valido de Felipe IV, encarna una política unificadora, distribuyendo las cargas y premios de la política imperial, hasta entonces sostenida en exclusiva por una Castilla ya exhausta.

Pero las necesidades de la política imperial, especialmente tras la guerra con Francia en 1635, impulsan a Olivares a forzar de manera suicida los ritmos, adoptando formas nada conciliadoras.

Olivares elige deliberadamente a Cataluña como frente para atacar a Francia e intentar así que Cataluña contribuyese a los esfuerzos militares. Una política suicida que encona las relaciones con las elites catalanas, y hace estallar la rebelión social.

Sobre esas contradicciones actuará la injerencia francesa, transformando una rebelión provocada por los excesos de Olivares que jamás habría derivado por su propia dinámica a una ruptura, en un abierto desafío secesionista.

La valoración del enviado plenipotenciario de Luis XIII, y pariente de Richelieu, Du Plésis-Besançon, no deja lugar a dudas sobre la intervención francesa en la secesión catalana: “Se puede decir sin exageración que las consecuencias de este acontecimiento (la revuelta catalana) fueron tales que nuestros asuntos que en Flandes no iban nada bien y peor aún en el Piamonte, súbitamente empezaron a prosperar por todas partes, incluso en Alemania, pues las fuerzas de nuestros enemigos, contenidas dentro de su país, quedaban reducidas a debilidad en todos los demás teatros de la guerra”.

La histórica política francesa hacia España aparece ya definida en 1640: mantener a España enredada en sus provocados desgarros internos, azuzar la fragmentación para someterla, en todo o en parte, a vasallaje.

Durante años, la diplomacia francesa –y una privilegiada red de agentes de Richelieu, como el monje de Montserrat Fray Ferrand- había intentado crear en el seno de las clases dirigentes catalanas un partido profrancés. Obteniendo éxito entre sectores con especiales vínculos con el otro lado de los Pirineos: los barones locales de la frontera, comerciantes con notables intereses transfonterizos o círculos eclesiásticos radicalizados.

Será ese minoritario, pero muy activo, partido profrancés quien aprovechará las dramáticas circunstancias de 1640 –enconamiento excesivo del conflicto con la Corona, amenaza militar francesa, rebelión campesina…- para dar un auténtico golpe de Estado interno.

Violentando la misma legalidad local, Pau Claris se anticipa a la convocatoria de Cortes anunciada por Felipe IV, llamando a los Brazos a una reunión, mucho más reducida que la de las Cortes, donde se otorga todo el poder de la defensa del Principado a una Junta de 36 personas afectas a los Diputados más profranceses.

Entonces se materializa el pacto secreto que destacados miembros del partido profrancés habían acordado con París para asegurar la protección militar francesa en un levantamiento contra España.

Las tropas galas penetran en la península. Francia empujará entonces los acontecimientos. Richelieu insta a tres embajadores catalanes a proclamar una República separada de España. Bresançon acudirá a Barcelona a alumbrar la nueva República, que Claris hace aceptar a los Brazos y el Consejo de Ciento. Para una semana después declararla inviable y colocar a Cataluña bajo obediencia francesa, “como en los tiempos de Carlomagno”. Ese mismo día se proclama a Luis XIII como Conde de Barcelona, bajo el nombre de Luis I. El mismo Claris se valió de su cargo para presionar a los miembros de la Junta de Brazos y el Consejo de Ciento, temeroso de que la mayoría no aceptara la propuesta y frustrando los intentos de mediación de Felipe IV.

Al calor de la secesión catalana, los círculos de la nobleza lusa en torno al Duque de Braganza –la familia real portuguesa- reciben el apoyo de Richelieu para hacer realidad sus ambiciones independentistas. En 1641, Richelieu firmó una Alianza con Portugal, y el ejército luso fue reorganizado por el general francés Schömberg. A pesar de que un importante sector de la nobleza portuguesa se opuso a la secesión, el apoyo francés, y más tarde británico, obligarán a España reconocer en 1668 la independencia portuguesa.

El cuestionamiento de la unidad peninsular alcanza tales cotas que algunas destacadas cabezas pretenden tomarse el reino por su mano. En Andalucía fue descubierta la conspiración nobiliaria del duque de Medina Sidonia y del marqués de Ayamonte, que pretendían tomar el poder en esta zona contando con el apoyo portugués (la hermana del primero se había convertido en reina del país vecino). En 1648 se volvió a descubrir otra intentona de ruptura con Castilla, esta vez procedente de tierras aragonesas y cuyo protagonista era el duque de Híjar, que pretendía proclamarse rey de Aragón.

La intervención francesa provoca la fragmentación peninsular, que no sólo debilitará España hasta el punto de transformarla, en un brevísimo lapso de tiempo, en una mera colonia de las grandes potencias, sino que acarreará nefastas consecuencias para los territorios empujados hacia las aventuras secesionistas.

El carácter de agentes franceses y enemigos de Cataluña de los máximos promotores de la secesión quedará demostrada en su colaboración con el invasor galo.

Cataluña huirá espantada de la ocupación francesa, que provoca un unánime rechazo popular, no sin antes sufrir la amputación de casi un tercio de su territorio, incorporado a Francia. Y Portugal iniciará su andadura formalmente independiente satelizada por la voracidad inglesa.

Pocos meses después de que los dirigentes del partido profrancés enarbolaran la negativa a cualquier tipo de colaboración militar con la Corona española, aceptaron facilitar el desembarco de tropas francesas en puertos catalanes, sufragar las tropas de Luis XIII y enviar a Francia nueve rehenes como garantía. Condiciones mucho más duras que las exigidas por Felipe IV.

La Diputación, que había negado colaboración incluso para la defensa de Salses, llama a la movilización general aplicando severas penas e incrementando los impuestos.

Los privilegios locales que los Claris, Tamarit, Villaplana dicen defender son pisoteados por los invasores. El gobierno catalán, que hasta entonces permanecía celosamente en manos locales, pasa a manos francesas. Francia nombró un Gobernador y luego un Virrey, impuso en las instituciones catalanas individuos adictos a París, estableciendo el derecho de veto sobre las listas de candidatos a cargos institucionales, o suprimiendo de ellas los nombres de los posibles desafectos a la causa francesa. Richelieu había dado instrucciones de que se nombraran gobernadores catalanes en cada localidad conquistada pero poniendo a su lado “un francés particularmente hábil y decidido, que ejerza verdaderamente el poder”.

El coste del ejército francés para Cataluña era cada vez mayor, y cada vez se mostraba más como un ejército de ocupación. Mercaderes franceses comenzaron a competir con la burguesía comercial local, pero favorecidos por el gobierno francés que convirtió a Cataluña en un nuevo mercado para Francia. Todo esto, junto a la situación de guerra, la consecuente inflación, plagas y enfermedades llevó a un descontento de la población que iría a más conscientes de que su situación había empeorado con Luis XIII respecto a la que gozaban con Felipe IV.

Tras la capitulación de Barcelona (1652) las tropas francesas abandonaron gran parte del territorio catalán y se concentraron en conservar la Cataluña norte, bajo la amenaza, en palabras de Mazarino, de que “no pensamos sólo en conservar el Rosellón, sino en hacer un esfuerzo por establecernos nuevamente en Cataluña”.

El tratado de los Pirineos, en 1659, anexionará a Francia el Rosellón, Conflent, Vallespir y parte de la Cerdaña.

Mientras que Felipe IV decreta una amnistía y respeta los fueros y privilegios catalanes, en la parte francesa Luis XIV ordena la supresión del Consejo General de Cataluña, la Diputación y las demás instituciones catalanas, al tiempo que prohíbe el uso oficial del catalán “por ser contrario a mi autoridad y al honor de la nación francesa”.

Destacados miembros del partido profrancés catalán se exiliarán en el Rosselló ocupado por Francia, ejecutando, al ocupar importantes cargos locales, la política centralizadora de Luis XIV.

Por su parte, el Portugal formalmente independiente pronto quedó satelizado por Londres. Lisboa perdió una sustancial parte de su imperio (Malaca, Mascate, Tidore, Ceilan, Cochín, Tánger, Azemmur, y Bombay a Inglaterra). Al año siguiente, el matrimonio de Catalina de Braganza con Carlos II de Inglaterra selló una alianza que pronto se transforma en dependencia. En 1703, el tratado de Methuen reservó el mercado inglés a los vinos de Madeira y de Oporto; a cambio, Inglaterra podía colocar libremente el trigo y sus géneros de lana en Portugal, que a partir de entonces se dedicó al monocultivo de la vid, y participar en el comercio de Brasil.

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