Ante la escenificación de la disolución de ETA

Lo que tiene que quedar claro y lo que no puede subvertirse

ETA reconoce su derrota y procede a su disolución. Es una noticia que todos los demócratas y gentes de bien recibimos con alegría. Pero conviene despejar el paisaje, el de la escenificación con que ETA pretende sembrar una interesada confusión que justifique sus desmanes.

Algunas voces recuerdan ahora que los dos dirigentes etarras encargados de leer el comunicado final de la organización terrorista, Josu Ternera y Soledad Iparraguirre, contribuyeron al final de ETA, abriendo vías de diálogo conscientes de que la violencia ya no tenía cabida. Pero obvian que el primero está en fuga desde 2002, reclamado por haber ordenado, entre otros, el atentado contra la casa cuartel de Zaragoza en 1987, que provocó la muerte de once personas, entre ellas cinco niños. Y que la segunda cumple condena en Francia por haber dirigido algunos de los comandos más sanguinarios de ETA. Debemos recordarlo, para que no nos engañen haciendo pasar lobos por corderos.

En el último comunicado de ETA no hay una sola palabra de autocrítica o rechazo a lo que han hecho. Ni siquiera se menciona a las víctimas, ni se rectifica la repugnante diferenciación entre aquellas a las que sí pedían perdón y las que se deslizaba que su asesinato estaba justificado.

Por el contrario, insisten en justificar el terror, bajo “el conflicto que enfrenta a Euskal Herria con los estados [español y francés], y asimilando la sangre derramada con la defensa de la nación vasca contra la opresión española al afirmar que “ETA nació cuando Euskal Herria agonizaba, ahogada por las garras del franquismo y asimilada por el Estado jacobino”.

ETA no nació para defender a Euskadi ni para luchar contra el franquismo, sino con el propósito de imponer sobre los vascos un reaccionario totalitarismo étnico. Eso, aquí y en cualquier parte, se llama fascismo.

Resulta especialmente repugnante que en su final sigan intentando presentarse como “organización socialista revolucionaria vasca de liberación nacional”, difundiendo el veneno ideológico que identifica la eliminación física del disidente con la revolución o la lucha de los pueblos.

Se disuelven porque se les ha obligado a ello, gracias a la lucha del conjunto del pueblo español, con un grupo de vascos valientes a la cabeza. Pero no renuncian a seguir sembrando cizaña y división.

Por eso afirman que “los y las exmilitantes de ETA continuarán por la lucha por una Euskal herria reunificada, independiente”, afirmando que “materializar el derecho a decidir para lograr el reconocimiento nacional será clave”, y que “el independentismo de izquierdas trabajará para que ello conduzca a la constitución del Estado Vasco”.

Un medio tan importante como el New York Times ha valorado el final de ETA afirmando que “han llegado a la conclusión de que para avanzar hacia la independencia es necesario renunciar a la violencia”.

Pero lo importante no es lo que ETA diga. No tienen capacidad ya para imponer su discurso. Sino lo que otros, con mucha mayor influencia, digan sobre ellos. Es decir, en que relato se imponga en la sociedad vasca y en el resto de España sobre los años del terror.

El lehendakari vasco, Iñigo Urkullu, y la presidenta navarra, Uxue Barkos, se reunirán para pronunciar conjuntamente un comunicado valorando el final de ETA. Quieren dar su versión de los hechos, demarcándose de la difundida por ETA en su comunicado. ¿Pero por qué Urkullu solo ha buscado la unidad con el gobierno navarro? ¿No asesinó ETA también en Madrid, en Cataluña, en Andalucía…? La unidad del conjunto del pueblo español en defensa de la libertad ha sido clave para derrotar a ETA. Debemos fortalecerla con cada pronunciamiento, acto, gesto, y nunca debilitarla.

Algunas fuerzas políticas han confirmado su participación en el acto con que ETA, en la localidad francesa de Kanbo.

Lo hará el PNV, con su presidente, Andoni Ortuzar, y con Joseba Eguibar, expresamente invitado “por haber participado en procesos previos para la resolución del conflicto”, como las negociaciones que dieron lugar al Pacto de Estella.

Conviene recordar que esa “negociación” dio lugar a una de las más sanguinarias ofensivas de ETA. Y en ella, Arzallus expresó la complementariedad del terror, bajo el argumento de que “no conozco de ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan. Unos sacuden el árbol, pero sin romperlo, para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas”.

Esta es la “contribución” de Eguibar. Conviene recordarlo. Urkullu no es Ibarretxe. Pero Eguibar sigue siendo el presidente del PNV en Guipuzcoa.

Sorprende también que dirigentes de Podemos Euskadi acudan a Kanbo, afirmando además que “no hay que llegar a un relato de vencedores o vencidos, sino llegar a un relato compartido”.

¿Qué relato se va a compartir con quien sigue pretendiendo justificar sus crímenes y no ha pedido, ni se espera que lo haga, perdón a todas las víctimas?

El relato no debe ser compartido, debe ser verdad. Afirmar que no “no hay vencedores ni vencidos” es defender que no hubo verdugos ni víctimas. Sorprende que halla quien lo tenga claro cuando se habla del franquismo, y dice exactamente lo contrario al referirse al terror en Euskadi.

ETA forma parte del pasado. Es algo que debemos celebrar. Pero para construir un futuro justo, de una convivencia real, debemos empeñarnos en ganar “la batalla del relato”. Para que quede claro lo que sucedió durante cinco décadas, el intento por imponer a la sociedad vasca un proyecto totalitario. Recordando como se merecen a los auténticos héroes, a quienes se enfrentaron, a veces a costa de su vida, al terror.

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