Llamada a la reflexión

«La huelga general del 29 de septiembre se ha cerrado con un discreto éxito para los sindicatos, decidido prácticamente en el momento en que el Ministerio de Fomento selló unos servicios mí­nimos para el transporte generosos con los intereses sindicales, y muy poco coste polí­tico para el Gobierno, que no recibió ayer de la ciudadaní­a un mensaje abierta y masivamente contrario a su polí­tica económica»

Los sindicatos, or tanto, también están llamados a la reflexión. Si, como se presume y es deseable, el Gobierno mantiene la línea de austeridad en el gasto público, prosigue una reforma laboral que necesita muchas mejoras e insiste en negociar una modificación en el sistema de cálculo de las pensiones, UGT y CC OO tendrán que aceptar la negociación y la colaboración en la tarea. No tendría credibilidad alguna la convocatoria de otra huelga general. Y el enfrentamiento directo con el Ejecutivo no disuelve el problema real de la recesión española: no hay actividad económica suficiente para generar empleo y la red de protección social solo puede financiarse con deuda cuyos prestatarios exigen un plan de ajuste convincente. (EL PAÍS) PÚBLICO.- Algunos datos objetivos como el descenso del consumo de electricidad pueden medir si una huelga general ha tenido éxito. Unos miles de megavatios de menos transforman, casi por arte de magia, un miércoles en domingo, aunque sin churros calientes a la hora del desayuno. Algo parecido a esto es lo que ha ocurrido ayer, donde los sindicatos a los que mucha gente había matado con precipitación y alevosía han confirmado que no es que gocen de una salud excelente pero van tirando con sus achaques. Sería triste que el resumen de lo ocurrido fuera que el Gobierno ha salvado la cara y las centrales, los muebles, mientras se acepta con estoicismo que el pasado es inamovible y que el futuro vendrá movido. No lo merecerían los millones de trabajadores que han secundado la huelga, de los que no cabe decir que han ejercitado un derecho sino más bien que han dado pruebas de su heroicidad EL MUNDO.- La huelga general de ayer fue un fracaso por mucho que los sindicatos cifraran la participación en el 70% de los asalariados, un porcentaje sencillamente increíble que sólo ahonda en su descrédito al multiplicar por diez -7% de seguimiento entre los funcionarios- los datos del Gobierno y las organizaciones empresariales. Más allá de esa guerra de cifras, fue patente por doquier que sólo un escaso porcentaje de los ciudadanos secundó la convocatoria. Y ello a pesar de la acción de piquetes violentos que paralizaron el transporte por carretera, lograron impedir la salida de los autobuses urbanos, bloquearon accesos estratégicos y dificultaron el abastecimiento de los mercados centrales. LA VANGUARDIA.- Hubo huelga, pero no fue general. El corazón de la huelga estuvo en las grandes empresas de los polígonos industriales y desde allí se expandió mediante los piquetes hacia ganglios decisivos de la actividad y de la movilidad urbana. La conclusión podría ser la siguiente: movilización de los trabajadores de las grandes fábricas y acción expeditiva de los piquetes ante una policía prudente. Detrás de ese núcleo rocoso un mar de gente temerosa, en mayor o menor grado, del futuro de su empleo y de su lugar en el mundo. La huelga no fue general, pero sería arriesgado, y posiblemente erróneo, llegar a la conclusión de que todos los que no la secundaron estaban ayer en contra del espíritu que la animaba. Editorial. El País Llamada a la reflexión El desigual seguimiento de la huelga favorece las propuestas de negociación social del Gobierno La huelga general del 29 de septiembre se ha cerrado con un discreto éxito para los sindicatos, decidido prácticamente en el momento en que el Ministerio de Fomento selló unos servicios mínimos para el transporte generosos con los intereses sindicales, y muy poco coste político para el Gobierno, que no recibió ayer de la ciudadanía un mensaje abierta y masivamente contrario a su política económica. Tal como muestran los indicadores económicos más fiables, como el consumo de energía eléctrica, el seguimiento del conflicto se aproxima más a los moderados porcentajes que ofrece el Gobierno que a ese 70% que reclaman los sindicatos. Si la medida del triunfo es la pretensión de UGT y CC OO de "parar el país", lo cierto es que ayer no lo consiguieron. Ni siquiera pueden reclamar el capital popular para exigir la eliminación de la reforma laboral y la rectificación de las decisiones económicas de los últimos meses. Abstracción hecha de los lamentables sucesos de Barcelona, protagonizados por okupas, sin relación directa con la convocatoria, fue reducido el número de brotes violentos, una demostración convincente de que huelga general y caos destructivo no son sinónimos. Pero lo que importa después de la jornada del 29 de septiembre es extraer las consecuencias políticas de la huelga, para el Gobierno, para los sindicatos y también para la oposición parlamentaria. El hecho es que el malestar creado por la política de recortes del gasto, limitación de algunos derechos sociales y congelación de las pensiones no se concretó ayer en una huelga masiva. Lo cual no quiere decir, por supuesto, que aprueben la gestión de la crisis que ha realizado hasta ahora el Ejecutivo; más bien la rechazan. Pero son muy conscientes de las gravísimas dificultades de la actividad económica y del mercado laboral, muchas de las cuales no proceden de decisiones políticas. También perciben, y así lo demostraron, que una huelga general no resuelve esos problemas. Los sindicatos, por tanto, también están llamados a la reflexión. Si, como se presume y es deseable, el Gobierno mantiene la línea de austeridad en el gasto público, prosigue una reforma laboral que necesita muchas mejoras e insiste en negociar una modificación en el sistema de cálculo de las pensiones, UGT y CC OO tendrán que aceptar la negociación y la colaboración en la tarea. No tendría credibilidad alguna la convocatoria de otra huelga general. Y el enfrentamiento directo con el Ejecutivo no disuelve el problema real de la recesión española: no hay actividad económica suficiente para generar empleo y la red de protección social solo puede financiarse con deuda cuyos prestatarios exigen un plan de ajuste convincente. En ese sentido, las ofertas del presidente del Gobierno a los sindicatos para negociar los cambios en el sistema de pensiones son una aproximación muy sensata a la realidad. Con el paso de los días, UGT y CC OO empezarán a entender que es más útil formar parte de una negociación que oponerse a ella con el pretexto de defender a ultranza unos derechos sociales que no se pueden pagar a largo plazo salvo si se toman las decisiones adecuadas en el corto. Es mucho más útil para las organizaciones sindicales estar dentro de este debate que fuera. Resulta notable la inhibición de la oposición parlamentaria. En el caso del PP, la táctica ha sido la de no respaldar la huelga, por razones ideológicas obvias, pero sin rechazarla con la rotundidad propia de una descalificación, en tanto que será un factor de desgaste del presidente. Pero en política, las causas y los efectos no siempre se siguen necesariamente en la misma proporción. Si el Gobierno consigue sumar a los sindicatos en una negociación seria en torno a las pensiones, no saldrá muy dañado de la huelga de ayer. *************************************** Opinión El gobierno descarta rectificar tras una huelga de seguimiento muy desigual Carlos E. Cué / Lucía Abellán La huelga también va por barrios. Para algunos, como las grandes fábricas de automóviles, fue total. Para otros, como el pequeño comercio o el funcionariado, muy limitada. Los sindicatos estaban satisfechos, porque creen que el seguimiento fue muy similar a la de 2002, que consideran un éxito porque acabó con el decretazo. Y sobre todo, porque esta huelga, contra un Gobierno del PSOE, con la peor crisis de la democracia, con cuatro millones de parados y muchos trabajadores con miedo a ser despedidos, y en medio de una inédita campaña de descrédito de los medios conservadores contra las centrales, era la más difícil para UGT y CC OO. "Estamos contentos, sobre todo porque la hemos hecho contra todos y contra todo, y ha salido", comentaba a EL PAÍS Cándido Méndez, secretario general de UGT, poco antes de empezar la gran manifestación en Madrid que remató el paro. El Gobierno, principal objetivo de la protesta, cambió la estrategia de todos los Ejecutivos anteriores. En vez de minimizarla o criticarla, como hicieron todos los que le precedieron, José Luis Rodríguez Zapatero decidió apostar por una huelga de guante blanco. Por primera vez se pactaron los servicios mínimos en el transporte, y se cumplieron. El ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, evitó dar una cifra global, alabó la "responsabilidad" de los sindicatos, y evitó hacer hincapié en los incidentes con los piquetes, que se centraron especialmente en Madrid y Barcelona y dejaron 74 detenidos en toda España. "Ha tenido un seguimiento desigual, y un efecto moderado", fue lo más duro que dijo. El Gobierno tiende la mano a las centrales e intenta no romper los lazos con los sindicatos, especialmente con UGT, en la que milita el 60% del grupo parlamentario socialista, Zapatero incluido. En la memoria está la traumática ruptura de los ochenta -Nicolás Redondo, entonces líder de UGT, estaba ayer en la manifestación con Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo, líder de CC OO-. Zapatero quiere reunirse cuanto antes con los sindicatos y dejar atrás la huelga. Sin embargo, no hay ninguna posibilidad de que el Ejecutivo rectifique la reforma laboral, según fuentes oficiales. La decisión está tomada, forzada por la presión del mercado de deuda, y no hay marcha atrás posible. Los sindicatos cifraron el seguimiento, sobre el total de asalariados -la reforma solo les afecta a ellos, no a los autónomos-, en el 70%. El consumo eléctrico, indicador clave, cayó un 14,7% respecto a lo previsto. El dato no alcanza el 20,5% de caída registrada en 2002, pero la actividad depende ahora más de la energía eléctrica, por lo que es una caída importante, similar a la de un festivo. Los sindicatos no quieren oír hablar de esa mano tendida del Gobierno si no rectifica. Exigen que Zapatero retire la reforma laboral que abarata el despido, porque facilita acogerse al de 20 días por año frente al de 45 con una simple previsión de pérdidas. Con contundencia pero también con un discurso sereno que sorteó los ataques directos al Gobierno, Méndez y Toxo instaron al presidente a rectificar. "No nos conformamos con el éxito de participación. No queremos cambiar el Gobierno. Queremos una rectificación de las políticas", aseguró el líder de CC OO. Los sindicatos insistían en que nada será igual después de la huelga. Y lo cierto es que la fractura en la izquierda es evidente. Los huelguistas, y los manifestantes, que forman el corazón del electorado socialista, dieron un espaldarazo a los sindicatos. "La huelga ha sido una radiografía del poder sindical". "Los sindicatos han demostrado que no han perdido un ápice de fuerza", es el análisis de dos dirigentes socialistas. Tan claro está que la huelga la hace el corazón de la izquierda que llevó al PSOE al Gobierno que, además de varios diputados socialistas, en la manifestación estaba hasta Valeriano Gómez, ex secretario general de Empleo con Jesús Caldera. El Gobierno evitó negar la huelga, como hizo el de Aznar en 2002. Fue la patronal la que se encargó de esa tarea. El presidente de CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, llegó a decir que solo había huelga donde había piquetes. "No ha habido huelga general hoy en España", dijo Arturo Fernández, de CEIM, la misma frase que usó en 2002 Pío Cabanillas y remató Mariano Rajoy, entonces vicepresidente: "Ha sido muy parcial". La huelga fue desigual, pero importante. El Metro de Madrid, que funcionó a medio gas pero funcionó, iba medio vacío en hora punta. Casi no hubo autobuses. El tráfico fue el de un festivo. Las grandes fábricas, los grandes mercados, algunos puertos como el de Valencia, pararon. La SEAT de Martorell dejó de fabricar 1.700 coches ayer, según la empresa. Ciudades como la industrial Vigo vieron parar a la Citroën, los almacenes de Inditex también pararon, y en muchas ciudades como Sevilla hubo grandes manifestaciones que remató la de Madrid. Los medios, siempre simbólicos, también sufrieron la huelga. Telemadrid no emitió en todo el día. Tampoco Canal Sur. Como TVE en la mítica huelga de 1988. La cadena pública, además de los telediarios pactados, emitió programas enlatados y películas antiguas -Cómo está el servicio, con Gracita Morales, toda una ironía. Los periódicos, con ediciones muy limitadas y un importante porcentaje de periodistas en huelga, apenas llegaron a los quioscos. Las tiendas, en su mayoría, sí abrieron. Pero hubo poca actividad. Por no haber, no hubo ni siquiera grandes tensiones. Un antidisturbios se encaró con un joven manifestante frente al Congreso. Su jefe le recriminó y le apartó. "Si no podemos ni empujar un poco a la gente, ¿a qué hemos venido?, aquí no se puede trabajar", se quejaba después el agente con sus compañeros. Hasta en eso fue todo muy distinto a las huelgas anteriores. EL PAÍS. 30-9-2010 Editorial. El Mundo Los sindicatos, noqueados por su huelga LA HUELGA GENERAL de ayer fue un fracaso por mucho que los sindicatos cifraran la participación en el 70% de los asalariados, un porcentaje sencillamente increíble que sólo ahonda en su descrédito al multiplicar por diez -7% de seguimiento entre los funcionarios- los datos del Gobierno y las organizaciones empresariales. Más allá de esa guerra de cifras, fue patente por doquier que sólo un escaso porcentaje de los ciudadanos secundó la convocatoria. Y ello a pesar de la acción de piquetes violentos que paralizaron el transporte por carretera, lograron impedir la salida de los autobuses urbanos, bloquearon accesos estratégicos y dificultaron el abastecimiento de los mercados centrales. Se podría decir que la huelga tuvo seguimiento en algunos feudos sindicales como la industria del automóvil, pero fracasó en las administraciones públicas, las empresas de servicios, los colegios, los comercios o la hostelería, donde la participación fue mínima. Baste un dato objetivo: el consumo de electricidad fue siete puntos mayor a mediodía que el de la huelga de 2002, que ya quedó muy por debajo de las expectativas de las centrales. No hay duda de que los sindicatos salen muy debilitados de esta convocatoria, con mucho menor seguimiento que la última contra el PP y ya no digamos de las que se organizaron en la etapa de González. Pero es que esta huelga no tenía nada que ver con ninguna de las anteriores por diversas razones. La primera es que los sindicatos no querían hacer daño a un Gobierno que tampoco quería que fracasara el paro. En realidad, los sindicatos forman parte de la maquinaria política que ha apoyado a Zapatero hasta la fecha, como se ha podido advertir en los contradictorios mensajes de las centrales en estas últimas semanas. Con el pretexto del debate sobre los servicios mínimos, daba impresión de que la iniciativa se dirigía más contra el PP y Esperanza Aguirre que contra la reforma laboral y los recortes sociales del Gobierno. Esa ambigüedad ha sido nefasta para los sindicatos. Otro factor importante es que existe una profunda diferencia entre convocar una huelga en un clima de euforia económica como la primera de 1988 o la de 2002 y hacerlo con cuatro millones y medio de parados en medio de una crisis dramática. Ello ha sido determinante para que muchas personas acudieran a su puesto de trabajo. Haciendo de la necesidad virtud, es muy posible que el fiasco de ayer sirva de lección a Méndez y a Fernández Toxo que, por mucho que hayan intentado convertir el fracaso en éxito, han tenido que darse cuenta de su pérdida de influencia e incluso de su desprestigio en un amplio sector de la sociedad española. Pasará mucho tiempo hasta que convoquen otra huelga general. En cualquier caso, el paro de ayer va a ser inútil porque el Gobierno carece de margen para dar marcha atrás en sus políticas, a diferencia de lo que sucedió en anteriores huelgas. En la citada de 2002, el ministro de Trabajo fue cesado y Aznar revocó las medidas que habían provocado la protesta. Ahora eso es impensable. Los sindicatos han quemado su última gran baza en esta huelga que se ha vuelto contra ellos. La opinión pública tardará en olvidar la utilización de piquetes violentos y las coacciones que sufrieron ayer los trabajadores del transporte y de otros sectores. Ello vuelve a plantear la necesidad de esa Ley de Huelga eternamente postergada pero hoy más necesaria que nunca para garantizar los servicios mínimos y el derecho al trabajo. En conclusión, los sindicatos son los grandes perdedores de la jornada de ayer, en la que, utilizando un símil del boxeo, han quedado noqueados por su propia huelga. Ello les obliga a replantearse principios que creían firmemente establecidos pero que han quedado superados por la evolución de una sociedad que ya no encaja en sus tópicos y prejuicios. EL MUNDO. 30-9-2010 Opinión. Público La resignación es el suicidio J. C. Escudier Algunos datos objetivos como el descenso del consumo de electricidad pueden medir si una huelga general ha tenido éxito. Unos miles de megavatios de menos transforman, casi por arte de magia, un miércoles en domingo, aunque sin churros calientes a la hora del desayuno. Algo parecido a esto es lo que ha ocurrido ayer, donde los sindicatos a los que mucha gente había matado con precipitación y alevosía han confirmado que no es que gocen de una salud excelente pero van tirando con sus achaques. Sería triste que el resumen de lo ocurrido fuera que el Gobierno ha salvado la cara y las centrales, los muebles, mientras se acepta con estoicismo que el pasado es inamovible y que el futuro vendrá movido. No lo merecerían los millones de trabajadores que han secundado la huelga, de los que no cabe decir que han ejercitado un derecho sino más bien que han dado pruebas de su heroicidad en un país donde más del 94% de las empresas no llegan a los diez empleados y dar un paso al frente estigmatiza de por vida. Al ayudante del taller mecánico, a la dependienta de la mercería, a la señora de la limpieza y al camarero del bar de la esquina que, como poco, han entregado un día de su pequeño salario y, a mayores, pueden acabar en el INEM haciendo cola si el jefe tiene día travesado y le ha sabido mal su atrevimiento, no se les puede decir gracias y hasta la próxima. Fue para toda esa gente para la que se inventaron los piquetes, por mucho que Díaz Ferrán los tildara casi de terroristas y asegurara que las empresas habían abierto para garantizar el derecho al trabajo. Obviamente, no se refería a las suyas, donde ya no quedan ni arañas en la caja fuerte porque Don Gerardo cuando limpia es más eficaz que Mister Proper. El 29-S no merece pasar a la historia como una huelga menor. Quizás sus efectos no se aprecien rápidamente pero transmite algunas enseñanzas interesantes. Ha permitido retratar a un Gobierno que ha dimitido de la política para entregar la cuchara a los mercados, esos que nunca se presentan a las elecciones. Debe mostrar a los sindicatos lo inconveniente que es irse de luna de miel con los que mandan, porque de besos también pueden llegar a morirse. El resto nos conformaríamos con haber aprendido que la resignación es el suicidio cotidiano del que nos hablaba Balzac. PÚBLICO. 30-9-2010 Opinión. La Vanguardia El antecedente Cabanillas Enric Juliana Pío Cabanillas Alonso ya no trabaja en el complejo de la Moncloa. El joven Cabanillas fue una figura decisiva en el éxito de la huelga general del 20 de junio del 2002 contra la política laboral del gobierno Aznar. La historia es conocida. El entonces ministro portavoz intentó ridiculizar el seguimiento del paro y al cabo de cuatro meses el Partido Popular, con mayoría absoluta en el Parlamento, retiraba los decretos que habían dado pie a la movilización sindical. Celestino Corbacho Chaves aún trabaja en el ala izquierda de los Nuevos Ministerios de Madrid, presidida por un monumento en bronce a Francisco Largo Caballero, histórico líder del PSOE republicano y del sindicalismo revolucionario. El ministro de Trabajo, con las maletas ya preparadas para regresar a Catalunya, se empleó ayer a fondo en un único objetivo: evitar el error Cabanillas. Lenguaje cauto, casi de seda –"la huelga ha tenido un seguimiento desigual"– y una significativa ausencia de datos conclusivos. No hubo gesticulación gubernamental contra los sindicatos, pero los datos parciales ofrecidos por Corbacho eran chorros de agua en el vino euforizante de UGT y Comisiones Obreras. Hubo huelga, pero no fue general. De los datos oficiales llama la atención el moderado seguimiento del paro en las empresa públicas (23%) y en los transportes (21%), tradicionales bastiones sindicales. El corazón de la huelga estuvo en las grandes empresas de los polígonos industriales y desde allí se expandió mediante los piquetes hacia ganglios decisivos de la actividad y de la movilidad urbana. La conclusión podría ser la siguiente: movilización de los trabajadores de las grandes fábricas y acción expeditiva de los piquetes ante una policía prudente. Detrás de ese núcleo rocoso –puesto en escena ayer por la tarde por Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo en la Puerta del Sol de Madrid, frente a la presidencia de la Comunidad de Madrid, cuartel general del thatcherismo castizo que rellena los estudiados silencios de Mariano Rajoy– un mar de gente temerosa, en mayor o menor grado, del futuro de su empleo y de su lugar en el mundo. La huelga no fue general, pero sería arriesgado, y posiblemente erróneo, llegar a la conclusión de que todos los que no la secundaron estaban ayer en contra del espíritu que la animaba. Delegada la política sedante en el hombre de hierro de l’Hospitalet del Llobregat, José Luis Rodríguez Zapatero hizo todo lo posible para que no le persiguiese la fotografía del 20 de junio del 2002, fecha en la que acudió con su plana mayor a la manifestación sindical. En declaraciones en los pasillos del Congreso de los Diputados, Zapatero tendió la mano a los sindicatos y desapareció en el interior de su agenda. Por la tarde, el presidente del Gobierno fue recibido por el jefe del Estado en el palacio de la Zarzuela. Zapatero informó al Rey de la evolución de la jornada. El dato tiene su relieve. Hubo ayer agenda del Monarca. La información de que el Rey había optado por una jornada sin actos públicos para transmitir a la sociedad un mensaje de neutralidad, ha sido intensamente masajeada estos días por el tea party madrileño (cazalla party sería la imagen más pertinente del nuevo extremismo capitalino, influyente y airoso en la televisión digital terrestre). El antimonarquismo de derechas nunca descansa en Madrid. Pese a la profesionalidad de Corbacho en el sedoso encaje de la jornada, Zapatero no sale indemne del 29-S. Una definitiva ruptura de la conjunción PSOE-UGT (la alianza que ha regido España desde marzo del 2004 hasta mayo del 2010) podría provocar una mayor depresión en la base sociológica del PSOE en pleno ciclo electoral y dar combustión al conflicto social latente. Los sindicatos aún arriesgan más. La huelga se ha llevado a cabo sin programa negociador y ha hecho aflorar un discurso antisindical de amplio espectro, con fuerte eco en la atomización del trabajo asalariado. Nunca tanta gente se había puesto de acuerdo en España para hablar mal de los sindicatos y de sus zonas de reposo en los presupuestos públicos. El día después pasa por el sistema de pensiones y el reglamento de la nueva legislación laboral (esto es, los mecanismos de la negociación colectiva). La jubilación a los 67 años pasa a ser la bandera. Si es arriada, los sindicatos podrán decir que han vencido. El Directorio Europeo (ayer reforzado en Bruselas con la penalización del déficit de los estados) reclamará disciplina en lengua alemana y el mercado de los bonos no está calmado. El debate de las pensiones puede cruzarse como un camión en la carretera de la campaña electoral catalana. Mala noticia para el PSC. Y no muy buena para CiU. Más derivadas del 29-S. La situación en la CEOE ya no se sostiene. La ausencia de un liderazgo claro en la patronal confiere un tono surrealista y tenebroso al cuadro crítico español. Y los incidentes de Barcelona no son notas a pie de página. Pese a la hostilidad antisindical de la derecha, la tensión social se ha encauzado mejor en Madrid. LA VANGUARDIA. 30-9-2010

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