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Literatura a lo grande

Libro póstumo que culmina una verdadera «odisea» literaria, «La Grande» es la última novela del escritor argentino Juan José Saer, uno de los autores más importantes de la literatura argentina de la segunda mitad del siglo XX -para algunos crí­ticos, «el más importante»- e, incluso, para un escritor y ensayista de la talla de Ricardo Piglia, «uno de los mayores escritores de nuestro tiempo en cualquier lengua».

Juan José Saer murió en París el 11 de junio de 2005, a los 67 años, después de una larga e infructuosa lucha contra un cáncer de pulmón. Había residido 34 años en Francia, adonde llegó en 1968 (en pleno auge del “nouveau roman” y del estructuralismo) y donde trabajó, como profesor de Estética, en la universidad de Rennes. Pero, a diferencia de Cortázar, el “exilio” de Saer invirtió la relación “centro-periferia”: Francia fue sólo para él la apartada y tranquila periferia desde la que mirar –y contar– su verdadero centro, que fue siempre esa franja costera de Argentina de la provincia de Santa Fé (donde nació en 1937), tejido por una malla de ríos, riachuelos y arroyos, que es el escenario predilecto donde tienen lugar buena parte de sus relatos, y que el llamaba “la Zona”. La obra de Saer es amplia y diversa –cinco libros de relatos cortos, casi una docena de novelas–, pero toda ella está construida con idéntico rigor formal y similar ambición estética. Saer fue un escritor sin concesiones: ni a los gustos, ni a las modas, ni al mercado, ni a las capillas literarias del momento. Ni una sóla página de una de sus obras se aparta de su convicción de que el escritor debe ser fiel únicamente a su propio proyecto literario. En toda su vida sólo recibió un premio: el Nadal, en 1986, por “La ocasión”.Y sin duda todo ello ha contribuido, a su manera, al enorme e injusto desconocimiento de su literatura, agravado tal vez por la inmensa sombra que el boom proyectó sobre la obra de los autores posteriores –a los que eclipsó o, peor aún, empequeñeció–, y también por el peso creciente de la nueva industria cultural, que impose abusiva y abrumadoramente el éxito de la nueva “literatura del entretenimiento”. En las antípodas de ella, Saer es un escritor dominado por las preocupaciones formales, amante de una prosa de frases largas y demoradas, acotadas por un manejo exquisito y preciso de la puntuación. “La Grande” es su novela póstuma… e inconclusa. La proyectó en 1999 como una historia en siete capítulos que abarcaba una semana, de martes a lunes: cada capítulo, un día. Escribió los seis primeros; del último sólo dejó una frase. La novela está concebida, evidentemente, como el final y cierre de su ciclo narrativo sobre “la Zona” (un espacio faulkneriano; u “onettiano”, si se busca una referencia ligüística mas cercana). En el sexto capítulo, Saer cita a buena parte de los personajes que han poblado su universo narrativo anterior: quince viejos amigos que se reúnen en torno a un asado en casa de Gutiérrez, que ha vuelto a su casa natal después de vivir treinta años en el extranjero. Vuelve “hastiado de una Europa muerta” –¿era esa la percepción del propio Saer? Seguramente sí– en busca de un pasado y de una tierra que, probablemente, ya sólo viven en su imaginación, alimentada por una mitología nostálgica. En la atmósfera encendida de ese “domingo de abril excepcionalmente caluroso” –el último capítulo que escribió, y donde están los rescoldos de toda su odisea narrativa– el lector puede vislumbrar –como nos recuerda el crítico Edgardo Dobry– los pilares esenciales en que se sostiene la excepcional narrativa de Saer: “En la compleja armonía que forman las muchas historias que vibran en una reunión social en apariencia banal puede verse la sombra de Proust; en la trayectoria del hombre que busca su origen –acaso ya borrado– está el Ulises homérico y, a través de las palabras que marcan su derrota, el joyceano; en la manera en que, en el aire de la narración, se entrecruzan la electricidad de los deseos, pensamientos, recuerdos y anhelos de los personajes diversos está el lirismo extremo de Virginia Woolf”. Con Saer –a quien nunca preocupó el público, pero sí el lector– podemos sumergirnos en una literatura verdaderamente grande.

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