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Lí­mites de la devaluación interna

“Nadie puede defender que el modelo de España es el de los bajos salarios. Es una estrategia abocada al fracaso” ha dicho ayer la ministra de Empleo, Fátima Báñez. Seguramente una de las pocas cosas acertadas que ha dicho en su mandato hasta ahora. Sin embargo, esa es la estrategia seguida hasta el momento. Con mano firme y, hay que reconocerlo, con éxito, al menos parcial y con un coste social cada vez menos soportable. Claro que ese éxito se va a agotar por sí mismo. Vamos por partes.

Todos los indicadores disponibles muestran que el deterioro en los salarios y en las condiciones laborales han sido puede decirse que brutal en estos dos últimos años sobre todo a partir de la reforma laboral. Se está cumpliendo su objetivo que no es otro que desequilibrar pronunciadamente el terreno de juego entre empresarios y trabajadores situándolo cada vez más cuesta arriba para los últimos. O dicho de otra manera más clásica y antigua, la extracción de plusvalía es cada vez mayor. Muchos ejemplos lo demuestran. Caída de los salarios estimada en promedio en un diez por ciento, crecimiento imparable de los contratos a tiempo parcial no voluntarios, número creciente de horas extra que no se abonan, aumento de la contratación temporal, cada vez más trabajadores por horas, estancamiento del paro por encima del veinticinco por ciento, participación decreciente de salarios y sueldos en el ingreso nacional en beneficio del excedente empresarial. Esto es lo que hay y eso es lo que busca la reforma laboral. De atenuar la dualidad en el mercado de trabajo entre indefinidos y temporales, nunca más se supo.

Paralelamente las exportaciones de bienes han aumentado (aunque cada vez a menor ritmo) y eso unido a la ralentización de las importaciones ha hecho que la contribución neta del sector exterior (en el que cuentan otros renglones como el turismo) haya sido decisivo para evitar mayores caídas en el PIB anual. La base prácticamente única o, por lo menos, la de mayor peso en ese “milagro exportador” está en la competitividad- costes en la que los salarios son clave. Ninguna novedad: eso ocurrió en los años inmediatamente posteriores al Plan de Estabilización de 1959 cuando la brutal contracción interna acompañada de una fuerte devaluación de la peseta posibilitó y obligó a muchas empresas a exportar como fuera por primera vez. Afortunadamente esta vez contamos con una base empresarial así como de mecanismos públicos de promoción y fomento públicos mucho mejores, sin discusión.

Pero esa opción de competitividad espuria tiene sus límites tanto en el tiempo como en el espacio. En lo primero, porque llega un momento en que se agota. En lo segundo, porque siempre hay países que son más baratos y cada vez con técnicas más avanzadas conforme van recibiendo inversión extranjera y van aprendiendo. Muchos años atrás llegó, recuérdenlo, Japón rompiendo los mercados hasta que llegaron otros, los “japonés” de Japón. Luego ha llegado China y ahora están ahí las chinas de China desde Vietnam hasta Bangladesh. Y así sucesivamente. La división internacional del trabajo no es estática, es un proceso dinámico. Hoy España ocupa temporalmente ese nicho descrito en gran parte de su exportación siempre caracterizada por segmentos tecnológicamente poco avanzados y de demanda internacional media o baja. Temporalmente puede valer como remedio de urgencia en vez de una devaluación clásico hoy no factible. Permanentemente no. Así, el gran reto sigue siendo encontrar ese lugar en el comercio internacional que posibilite competir sobre bases más firmes aunque siempre cambiantes y, reto principal, crear trabajo. Retos muy complejos y, en cualquier caso, de solución muy lenta.

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