El domingo 19 de enero, tras 470 días de guerra genocida de Israel en la Franja de Gaza, entraba en vigor un frágil acuerdo de alto el fuego. Esta pausa en el cruento genocidio israelí, solo puede ser leída como una buena noticia.
Sin embargo en su materialización de lo factores que la han hecho posible hay una cara y una cruz. Por un lado, este alto el fuego es posible gracias a quince meses de lucha incansable del pueblo palestino, junto a un enorme y masivo movimiento mundial contra el genocidio.
Pero por otra parte, es imposible no relacionar el acuerdo -tras casi un año con Netanyahu saboteando las negociaciones- con el retorno de Trump a la Casa Blanca.
.
La victoria de una lucha global contra el genocidio
Lo que ha vivido Gaza durante quince meses pasará a los anales de los más cruentos horrores de la historia del imperialismo. El nivel de crueldad, de iniquidad del ejército israelí, la surtida colección de crímenes de guerra que se han cometido contra la población civil indefensa son estremecedores.

Pero aún en medio de tanto dolor, de tanta muerte y tanta destrucción, después de haber soportado 470 días de innombrable furor genocida, Gaza ha prevalecido, no ha sido borrada del mapa. Sus habitantes se han enfrentado durante meses a la posibilidad de su completa aniquilación, pero tal sangriento destino no se ha cumplido. Aquellos que soñaban con el exterminio de los gazatíes, o con la limpieza étnica total de la población, expulsándolos al desierto del Sinaí, han fracasado.

El alto el fuego es una victoria del pueblo palestino, de su heroica resistencia, de su legendaria resiliencia. Pero también de los millones y millones de personas que por todo el mundo y a lo largo de estos quince meses no han dejado de movilizarse para detener el genocidio, para conseguir la paz y el fin de este horror.
Sin el gigantesco mundial que con masivas manifestaciones y protestas contra el genocidio -en el mundo musulmán o en Europa, en Japón o en México, pero también de manera muy destacada, en EEUU o en el mismo Israel- los verdugos sionistas y sus cómplices en los medios de comunicación occidentales no habrían perdido la batalla ideológica del relato.

Si ese masivo movimiento planetario contra el genocidio, que ha decantado a la inmensa mayoría de la opinión pública mundial a favor del pueblo palestino, no se habría producido el contundente aislamiento político y diplomático de Israel, y la catarata de gobiernos -hasta 36- que se han sumado a la demanda de genocidio de Sudáfrica contra Israel en la Corte Internacional de Justicia.
Esta lucha global es la que ha generado que el coste político de mantener el genocidio a todo gas sea «demasiado» caro para su patrocinador en última instancia: EEUU.
.
¿Por qué a EEUU le puede interesar ahora el alto el fuego en Gaza?

El alto el fuego es un logro de la lucha global contra el genocidio. Pero al mismo tiempo tiene lugar justo en el momento en el que Trump vuelve a ser presidente de EEUU.
El acuerdo entre Hamás e Israel es prácticamente idéntico al que Qatar puso encima de la mesa casi un año antes. Durante todo este tiempo, Netanyahu ha saboteado de manera recalcitrante las negociaciones, poniendo todo tipo de excusas. Un boicot que ha costado la vida a decenas de miles de gazatíes, pero también a decenas de rehenes en manos de Hamás.
¿Qué ha cambiado? ¿Por qué ahora sí han accedido a un acuerdo de alto el fuego que se han negado a firmar durante más de un año con Biden? La respuesta es: Donald Trump y la línea que representa.
El objetivo último de desencadenar el brutal genocidio en Gaza, junto con la invasión de Líbano, no era otro que «remodelar el mapa de Oriente Medio», golpeando a los enemigos de EEUU en la región -principalmente Irán y su «Eje de Resistencia», pero también Rusia- y recuperando para Washington poder e influencia en una zona donde se ha resentido. Junto con forzar un realineamiento, un reencuadramiento, de los aliados de EEUU en la zona, algunos de los cuales están acercándose demasiado a los BRICS y a China.
Este objetivo está parcialmente conseguido, o al menos se ha avanzado cualitativamente en lograrlo. Veamos.
Gaza está devastada, Hamás está extremadamente debilitado, pero pervive, y seguirá existiendo para ser utilizado como «casus belli» para futuras agresiones a Palestina.
El poder de Irán, el gran rival regional de Washington y Tel Aviv, ha sido duramente golpeado. Además de sus propias contradicciones internas -con la lucha del pueblo iraní contra la ultrareaccionaria teocracia de los ayatolás- Teherán ha visto cómo la invasión de Líbano descabezaba a sus aliados de Hezbolá, eliminando a miles de sus principales cuadros con la cadena de atentados con móviles y walkie-talkies.
Pero el punto de inflexión de esta partida de ajedrez regional ha sido la reciente y súbita caída del régimen sirio de Bachar al Assad, sostenido por Rusia e Irán. Para Teherán el golpe es catastrófico, ya que la caída de Damasco parte por la mitad el eje Irán-Siria-Hezbolá con el que ejercía su influencia. Para Moscú también, ya que está en cuestión la continuidad de las dos bases militares que mantiene en el litoral del país, con los que proyecta su poder en el Mediterráneo Oriental.
La caída de Siria en manos occidentales ha hecho más patente la debilidad de Hezbolá en Líbano. Tras el fin de la guerra, la milicia chií quería que el actual primer ministro, Najib Mikati, continuara en el cargo. Pero el presidente electo, Joseph Aoun -que cuenta con el apoyo de EEUU- ha elegido otro primer ministro, Nawaf Salam, opuesto al poder de Hezbolá.
Siendo este el panorama, podemos entender por qué a EEUU le conviene -al menos «tácticamente»- el alto el fuego en Gaza.
El alto al fuego en Gaza ayudará a reanudar los “Acuerdos de Abraham” y la normalización de relaciones entre Israel y los gobiernos árabes pronorteamericanos.
Con un Irán y una Rusia debilitados en la región, y con una renovada influencia sobre Siria y Líbano, los EEUU de Trump van a buscar ahora el relanzamiento de los «Acuerdos de Abraham» entre Arabia Saudí, Emiratos, Bahreim e Israel. Unos acuerdos que buscan encuadrar a los vasallos norteamericanos en Oriente Medio, enfilándolos contra Irán y reforzando el poder estadounidense en la región, y que se habían agrietado con la ola de indignación de las opiniones públicas árabes ante el martirio de los palestinos.

El alto al fuego en Gaza ayudará a reanudar la normalización de relaciones entre Israel y los gobiernos árabes pronorteamericanos. Y quizá facilitará que las monarquías del Golfo lideren la reconstrucción de Gaza y Siria a cambio de estabilizar la situación en Oriente Próximo.
De conseguir esta «Paz Imperial» en Oriente Medio -altamente inestable y basada en la tensión, asentada sobre un polvorín de antagonismos y conseguida después de un baño de sangre en Gaza y Líbano- EEUU podría, (lo mismo que retirándose de Ucrania), concentrarse y destinar mayores fuerzas a la partida más importante: Asia-Pacífico y la contención de China.
Aún es pronto para saber si lo conseguirá, y cómo capeará la marejada de contradicciones en una zona tan convulsa como Oriente Medio, pero he aquí algunas razones que explican el porqué una línea tan peligrosa para la Paz Mundial como la de Trump le conviene -al menos en el corto plazo- el alto el fuego en Gaza.