Este marzo la editorial Alpha Decay publica en España «Las Teorías Salvajes», de Pola Oloixarac. La novela considerada como el gran acontecimiento de la nueva narrativa argentina. En palabras de Ricardo Piglia: «inolvidable, filosófica, salvaje y muy serena».
Asistimos en nuestro tiemo a una auténtica mutación cultural global. ¿Es Las Teorías Salvajes un reflejo de esa mutación? Esta es una pregunta bien amplia, y responderla tomaría más tiempo. Por una parte, me interesaba trabajar la diseminación de sentidos, pero no para reforzar su aspecto caótico, sino la manera en la que opera en las conciencias… mostrar el rol que esa “diseminación” tiene a la hora de marcar la crueldad de las relaciones contemporáneas, la bestialidad que late al abrigo de los entornos más sofisticados. Luego, mi plan era escribir una novela que fuera varios libros al mismo tiempo, que hablara en diferentes lenguajes, también el lenguaje de programación informática. Quería trabajar con lo tecnológico como práctica, y no meramente como discurso; por ejemplo, si sigues las instrucciones que están en el libro, de lo que hacen los personajes, puedes hackear Google Earth. Me interesaba pensar cómo plantear un experimento sobre el lenguaje de la época, la psicología de la guerra total, y el devenir contemporáneo de la erudición. Eres implacable con la cultura “progre” de los años 70, en los que se producen rupturas traumáticas en todos los terrenos, político, ideológico, cultural… ¿qué es rescatable? ¿o hay que romper y reinventarlo todo? Bueno, la cultura “progre” es un espacio estupendo para la comedia. Y cuando haces comedia, para citar al personaje que interpreta Alan Alda en Manhattan, de Woody Allen, tu plan no puede ser romper, al contrario: si se dobla es gracioso, si se quiebra no lo es. Es mucho más potente, en mi opinión, por su valor heurístico, trabajar con fantasmas, hacerlos moverse, hablar y bailar entre sí. El libro desbroza caminos reconstruyendo códigos culturales del pasado en las relaciones sexuales, políticas, culturales… ¿cuáles son los nuevos caminos que ha pretendido abrir? ¿Tú crees que si digo que quise renovar la novela contemporánea de cara al siglo XXI me arrojarán del Calatrava? (risas) ¿Trata de encontrar la guía para unas nuevas generaciones que desconocen “los textos sagrados” – del marxismo, del psicoanálisis, los grandes de la literatura -? ¿o desenmascara las teorías modernas que no son más que máscaras, esperpentos de sus fuentes originales? Las teorías que pululan en la novela no remedan las viejas teorías de los “maestros de la sospecha”, como se ha llamado a Marx y Freud. Las teorías (sobre las multitudes, la imitación, la guerra, etc) quizás sí adquieren la forma de máscaras –la máscara significa la persona, en griego, y las teorías funcionan como personajes fluidos que entran y salen el escenario mental de los personajes. ¿Crees que una de las características culturales de nuestra sociedad es precisamente la descomposición en miles de partes convertidas en núcleos centrales que, al final, ocultan, el sentido último de la búsqueda? Bueno, no acuerdo con esa explicación. Creo que esa descripción de la sociedad tiene bastante de propaganda posmoderna, de gente que dedicó su vida a los estudios marxistas y después se le acabaron las ideas. La revolución no sucedió, el sentido está oculto o no existe, ¿entonces para qué molestarnos en traerlo siquiera a colación? Por mi parte, yo lo veo bastante articulado, o debería decir: no puedo resistir a llevar a cabo el esfuerzo de la organización del sentido, y también me interesa pensar la novela como exploración del universo ético (que implica las faces filosófica y política en sentido profundo). También, porque creo que el Zeitgest presente postula desafíos más complicados que antaño: implica mayor énfasis en decisiones éticas individuales, ¿cómo hacemos para hacer un mundo mejor desde nuestras soledades? ¿O es que ya no es posible buscar un norte, y todo es una vorágine de “partes contratantes de la primera parte”? Yo creo que lo contrario, que el libro es un esfuerzo (bastante deliberado, y autoconsciente, y por lo tanto cómico) por dar con una teoría total, no como un bloque monolítico sino pensándola como un entramado de lógicas en movimiento que encierran un enigma psicológico terrible… y que en ese sentido, siempre es posible encontrar un norte, aunque sea de locura, como a veces le pasa a la narradora… “Una voz obsesionada eróticamente con la guerra, que transmitiera control y brutalidad, vanidad y erotomanía”, ¿qué representa esa voz, o qué busca? Esa voz es mi experimento. Sería la voz de la novela, que es un género pero también es una máquina que está viva, que se lanza sobre las palabras y las cosas. Quería transmitir el placer de esa avalancha: tomar a la novela como objeto y sujeto del deseo. Desde aquí habla de hacer pedazos la cristalización de los 70s, “tanto como botín político, como para asimilarse al discurso del management”, ¿pura rebelión contra la institucionalización de la revolución, el freudiano “asesinato del padre”…? Bueno, en rigor la cristalización de los 70s tiene un presente bien concreto en la utilización política que le dio el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner en Argentina. En todo caso puede leerse una interpelación política directa al presente y al estatuto actual de la memoria pensada como un guión, donde tienes un rol ya adjudicado a los personajes (cuya narrativa, por ejemplo en el caso de los 70s en Argentina, consiste en una hagiografía de la guerrilla peronista, dictada desde el Estado) y moverte de ese guión es caerte del lado de la incorrección política. Luego, en relación al management, creo que la cultura progresista, bienpensante, se ha asimilado totalmente con la mentalidad liberal, en una zona de confort desde donde sentarse a mirar la “falta de sentido y de ideales” de la época actual. ¿Cómo se coloca respecto a autores argentinos como Alan Pauls, Rodrigo Fresán, César Aira o Ricardo Piglia, que por cierto avala su libro con maravillosas recomendaciones y comentarios únicos? Sí, es un honor inmenso, para mí Piglia es como Madonna. Esos autores son la generación anterior a la mía (tienen la edad de mis padres), y cada uno tiene un proyecto novelístico diferente. Por una parte, podría sostenerse que coincido con Aira en que ambos tenemos un proyecto teórico, la diferencia sería que en mi caso la literatura funcionaría como una forma positiva del conocimiento (en donde coincidiría con la visión de Piglia), integrada totalmente con la novela. En el caso de Aira, el proyecto teórico es como un anexo a las novelas, y si no se transita ese anexo las novelas son como cuadros incompletos. Luego creo que hay diferencias de los problemas que cada uno enfrenta y qué lee, cuáles son sus armas para trabajar eso. En general, después de Piglia la herencia de Borges tendió a vivirse de una manera traumática; esa sería otra diferencia, yo no vivo traumáticamente la herencia de Borges: lo amo como a una abuelita divertida y maligna.