Javier Cercas

Las leyes de la frontera

Después de «Anatomí­a de un instante» (Premio Nacional de Narrativa 2010), Javier Cercas se sumerge en el lado oscuro de la Transición

Muchos lectores dicen que han leído la novela de un tirón, arrastrados tanto por el interés como por lo fácil que resulta leerla. Y habrá, sin duda, quien interprete esta «facilidad» como una concesión tuya. Tú en cambio dices que trabajas mucho para que no se note todo lo que trabajas. ¿Qué buscas? ¿A qué aspiras con ese estilo tan absorbente?

Aspiro, como dice Milan Kundera, a escribir libros fáciles de leer y difíciles de entender, es decir, lo contrario de esos libros que son difíciles de leer, porque hay que pasar las páginas con grúa, y fáciles de entender porque no dicen nada o solo dicen banalidades. Mi aspiración es escribir un libro, pongamos, como el Quijote, que es el libro más divertido del mundo y el más profundo, el que se lee con más facilidad, porque es un libro de entretenimiento, pero al mismo tiempo es noble, complejo. Es mi aspiración como la de cualquier escritor decente.

Es un elogio escuchar que mis libros se leen con facilidad. La Literatura es aquello que se lee, no una vez sino varias. Mi lector ideal es aquel que acaba el libro y lo vuelve a empezar.

Un crítico ha titulado su crónica sobre tu novela como «Un paseo por el lado salvaje». ¿Es Las leyes de la frontera efectivamente un paseo por el lado salvaje de la transición, de los últimos treinta años de nuestra historia?

La primera parte, que está ambientada en 1978, es un paseo por el lado salvaje porque cuenta la historia de un adolescente de clase media, como lo era yo en ese año, que por azar, impulsado por circunstancias personales, por el descubrimiento del sexo o del amor que viene a ser lo mismo, o por lo menos lo es para algunos, conoce un verano a una panda de bandidos, de radicales, salvajes, delincuentes, de forajidos adolescentes y se une a ellos. Se convierte en uno de ellos. En ese sentido lo es.

La segunda parte cuenta qué se hizo de alguno de esos adolescentes. La novela, que abarca desde 1978 hasta nuestros días, cuenta, a través de una larga y compleja historia de amor, cómo éramos, qué ha sido de nosotros, y cómo hemos sobrevivido a lo que fuimos, si es que hemos sobrevivido. «Todos los personajes son posibilidades no realizadas de uno mismo»

En la novela hay sin duda muchos recuerdos de tu adolescencia en Girona. ¿Qué papel ha jugado tu memoria personal a la hora de dibujar el escenario y los hilos de la trama?

Un papel importante porque todas las novelas son autobiográficas, por muy alejadas que estén de la vida del autor. No son autobiográficas porque cuenten la vida del autor sino porque parten de las experiencias del autor, de sus sueños, de sus frustraciones… en este caso, claro, yo he partido de mi propia experiencia, porque fui un adolescente en una capital de provincia en los años 70. Es carburante inmediato del libro. Pero no es un libro que hable de una capital de provincia en los 70, es un libro que parte de lo particular para hablar de lo universal, porque la historia podría haber transcurrido en otro sitio, no son problemas locales.

Como cualquier literatura trata de abordar temas universales, el amor, el desamor, la lealtad, la identidad personal, quiénes somos, en qué nos convertimos, y las máscaras que nos ponemos para engañarnos a nosotros mismos. Parte de mi experiencia, quizás, de un modo más visible, porque hablo de un adolescente en aquella época, pero evidentemente no soy yo. Tiene una parte de mí como lo tienen todos los personajes.

Todos los personajes son posibilidades no realizadas de uno mismo. Supongo que un día Cervantes se preguntó si en vez de haber estado en Lepanto y haber estado en la cárcel, podría haberse pasado la vida en su casa leyendo libros de caballería y se hubiese vuelto loco… se imagina una posibilidad no realizada de su propia biografía.

¿Qué me hubiese pasado si en vez de haber sido un adolescente pedante y timorato, hubiese sido más echado pa´lante y me hubiese juntado con una panda de adolescentes, de esos que estaban a mi alrededor, y a los que yo miraba con temor y fascinación a la vez? Parto de lo que me ha ocurrido y lo que no me ha ocurrido, que también forma parte de mi biografía.

En unas declaraciones tuyas recientes dices que al documentarte sobre la transición, para Anatomía de un instante, te sorprendió lo cerca, lo próximas, lo simultáneas que eran las noticias de la política y las del delito, las referencias a los políticos y a los quinquis a finales de los 70 y principios de los 80. ¿Por qué se daba esa situación?

Porque los políticos eran los protagonistas de la vida política y los quinquis lo eran de la vida social. Cuando hablamos de quinquis hay que aclararlo, porque no me gusta excesivamente esa palabra. Hablamos de las variantes de un mito universal, el mito del forajido adolescente, del fuera de la ley. Es un avatar de ese mito que se dio en aquel momento.

A finales de los 70, España está cambiando una dictadura por una democracia, hay más adolescentes que nunca, y adolescentes que no tienen nada. Como diría Bob Dylan no tenían nada que perder y se lanzaban a la delincuencia. Los medios de comunicación los convirtieron en mitos, los idealizó. Por eso pasaron a protagonizar las páginas de sociedad y de sucesos. Pero no solo eso, sino que en torno a ellos surgió una subcultura, películas protagonizadas por los propios chavales, libros, canciones… por eso eran protagonistas como lo eran los políticos.

Eran una suma de verdades y mentiras. Cuando sumas una verdad y una mentira sale una mentira, pero dice mucho de la sociedad que la crea. Estos chavales decían mucho de la sociedad que estaba experimentado un cambio vertiginoso. Había muchas esperanzas en ese cambio, y se miraba a ese cambio con mucho temor, porque no se sabía cómo iba a ser esa libertad. Todo el mundo tiene miedo a la libertad, y esa es una verdad secreta.

Pero también fueron efímeros, tan efímeros como ellos mismos, que desaparecieron por la delincuencia, la heroína o las consecuencias de la heroína, el sida sobretodo. Entonces el país ya había cambiado, un cambio radical en el que esta gente ya no pintaba nada.

Otro motivo de inspiración que has citado es la historia de Juan Moreno Cuenca, el Vaquilla, el famoso quinqui que de joven había pasado una temporada en los albergues, y ya de mayor en la cárcel de Girona. ¿De alguna manera podemos considerarlo un modelo del Zarco, el quinqui de tu novela?

Claramente. Para empezar a trabajar leí muchas cosas sobre ese personaje. Si quieres crear un personaje de esa época tienes que ir al vaquilla, si quieres crear un personaje sobre un forajido del Oeste tienes que leer sobre Billy El Niño. Luego el personaje se va por su camino, de hecho Billy El Niño no tiene nada que ver con el real. Esto siempre es así, los personajes son siempre son un poco Frankestein, coges de aquí y de allá y construyes un personaje autónomo. La ficción pura no existe, siempre parte de la realidad, si no, no tendría el menor interés.«Los medios de comunicación los convirtieron en mitos»

Dejé un 5% del personaje del Vaquilla como un guiño a mi generación, y me he encontrado con que la gente recordaba más al Vaquilla de lo que yo esperaba. Quise dejar constancia como homenaje.

La novela habla de fronteras porosas que se pueden cruzar o no. El Gafitas cruza esa frontera el verano de 1978, y de charnego de clase media se hace quinqui, para luego retornar a su antigua condición. ¿Javier Cercas visitó esas fronteras aquellos días?

Me encantaría decir que sí, pero era demasiado pedante y timorato para hacer una cosa así. Aún así era consciente de que eso existía, y que eran fronteras muy tenues y porosas, mucho más que ahora, y que esos chavales más allá de la frontera convivían con los chavales de clase media. Luego la droga masiva volvió las fronteras mas porosas. Se podía estar en un lado o en el otro con mucha facilidad.

La mayoría de los quinquis murieron a manos de la heroína. Ya nadie recuerda ese lado oscuro de nuestra historia. ¿Por qué se oculta todo debajo de la alfombra?

No tengo una sola respuesta. No es que se haya ocultado, hay muchas respuestas y ninguna del todo satisfactoria, por vergüenza, por el dolor… pero no hay una explicación perversa, se cometieron horrores, murieron decenas de miles, las personas que lo han estudiado no lo saben, fue escalofriante y terrorífico, y afecto a varias clases sociales… pero no hubo algo organizado.

Nos encanta lo del plan preparado por la CIA para acabar con una generación, y no lo hubo. Un poeta loco, genial y drogadicto, contestando a todas las teorías conspirativas, que parten de verdades para construirse, que atribuyen al Estado el haber acabado con una generación para evitar la revolución, dijo, la droga viene de algo peor que el Estado que es la mafia. Mientras la droga no se legalice será la mafia la que la controle.

La descripción que haces de los albergues para inmigrantes es terrible y conmovedora. Aquello era una verdadera fábrica de quinquis.

Eran lugares donde se hacinaban miles de personas en un estado indescriptible, inmigrantes del resto de España a Cataluña, amontonados en lugares insalubres parecidos a campos de concentración. Están descritos con exactitud, sin añadir detalles que no correspondieran a la realidad, basándome en mis propios recuerdos, en testimonios de la gente y fotografías. Así era España en aquel momento.

Durante la redacción de tu novela has visitado varias cárceles y has participado en talleres de lectura con reclusos. ¿Cómo valoras tu experiencia?

Fantástica. Fueron más visitas a cárceles hablando de mis libros, en dos ocasiones. Diría al ministro de Educación que pusiera como asignatura obligatoria, con créditos, visitar una cárcel para que lleguen a entender las leyes de la frontera, y que la gente que está allí es como tú y como yo, que es muy fácil traspasar la frontera.

La primera vez que entré en una cárcel, vi a una chica de 18 años, rumana, no entendía ni una sola palabra de español, y estaba llorando a lagrima viva. Se me cayeron los palos del sombrajo. Le pregunté al director qué había hecho, “ha robado un bolso”. Estos tipos que roban miles de millones de euros… Puede sonar a populismo, pero es verdad.

La novela, en cierto modo, pretende liquidar el mito del «delincuente juvenil», ese mito fraudulento creado por los medios con fines espúreos, que los erige en un falso símbolo de libertad. ¿Qué te ha movido a tratar de demoler esa falsa imagen precisamente ahora?

No lo se. Lo cierto que los libros que he escrito últimamente desmontan mitos. Me he dado cuenta hace poco. Cogen un mito y miran que hay dentro. No es algo deliberado, surge en el propio curso de la novela… ¿por qué algo así se convierte en algo significativo para una sociedad entera?, ¿porque una cosa adquiere para una colectividad tanta importancia?, ¿por qué se convirtieron en un símbolo del momento y cómo sobrevivieron a su propio mito?, ¿qué hay detrás?… Cortázar, que lo cito ahora porque no está de moda, dijo: “aunque todos los gatos sean teléfonos, todos los hombres siguen siendo hombres”.

También hay una reflexión explícita sobre el poder de los medios, su capacidad para inducir modelos y generar conductas, por lo general perjudiciales para la gente. ¿Por qué estos medios de manipulación tienen aún «tan buena prensa»?

No se si tienen buena prensa. Los medios tienen un poder brutal, y algunos lo usan pesimamente. Por tanto, tienen una capacidad extraordinaria para hacer el bien y también para hacer mucho daño. Esa capacidad debería dotarse de una responsabilidad extraordinaria que no tienen. Son medios de propagación de intereses.«La buena literatura es como anti-literatura»

Los medio no solo reflejan la realidad, sino que la fabrican. Afortunadamente cada vez hay mas medios, medios alternativos, y podemos luchar contra los que manipulan, mienten y usan los medios de manera nociva, pero sigue siendo cierto que cada vez los medios tienen mas poder.

La novela cuenta cómo se creaban los mitos en los 70 y ahora, y habla de una enfermedad, la mediopatía, la dependencia enfermiza de los medios. Para quienes la padecen solo existe lo que existe en los medios. En los 70 era una gran novedad, ahora es lo cotidiano es una sociedad hipermediática. En mi opinión eso hay que utilizarlo. Igual que no se puede ir contra la ley de la gravedad, porque acabarás mal, tenemos la capacidad para utilizar los medios.

La trama de la novela discurre a través de un curioso y peculiar sistema de entrevistas (dos con El Gafitas, una en cada parte del libro, otra con un policía y otra con un director de cárcel), ¿por qué decidiste esta estructura?

La fui buscando a medida que iba trabajando. Llegué a ella trabajando. Servía para contar la historia como había que contarla, para que sonase a verdad. La literatura no debe sonar a literatura, la buena literatura es como anti-literatura. Contar la historia desde diversos puntos de vista, a menudo contradictorios, era la manera ideal.

En este sentido, busco la verdad literaria, que es superior a la verdad histórica o periodística, y me pareció que la manera adecuada de llegar a ella, era esa. Como un puzzle que nunca acaba de componerse del todo, o que solo el lector puede acabar de componer.

La novela tiene dos partes: Más allá y Más acá. ¿Qué define cada uno de esos espacios?

El más allá de la frontera es el lugar donde viven esos delincuentes, vistos con fascinación y temor por el principal protagonista, como héroes románticos cuyo mito es desmontado. Y el más acá es donde vivimos todos. Se cuenta las aventuras de la banda de delincuentes a la que se incorpora el Gafitas, y después el Gafitas se ha convertido en un abogado que defiende al Zarco. La frontera del titulo es la frontera física que separaba la ciudad de lo que estaba más allá, pero también es una frontera moral que separa la justicia de la injusticia, el bien del mal. Más allá son unas leyes y más acá son otras.

La enorme crisis que estamos viviendo ahora en España, ¿no piensas que arroja una luz más sombría e inquietante sobre ese período que tanto has indagado en tus novelas, el de la transición?

Al contrario, lo que no podemos hacer es culpar a la Transición de nuestros males. Es una actitud irresponsable, infantiloide y cobardona. Es muy frecuente entre la gente de 30 y 40 años, pero es mentira, la culpa de todo la tenemos nosotros. La Transición cambió una dictadura por una democracia, una cosa dificilísima. ¿Fue una chapuza?, ¿un apaño? por supuesto, pero éramos nosotros los encargados de coger ese apaño y mejorarlo, ¿qué hemos hecho?, tumbarnos a la bartola. Los responsables no son nuestros padres si no nosotros. Ya basta de echar la culpa a nuestros padres. El que echa la culpa a sus padres es un irresponsable…

Como cada vez que hay una grave crisis en España, un sector del nacionalismo, en vez de arrimar el hombro, lanza un órdago independentista. ¿Cuál es tu posición ante todo ello?

Contraria al independentismo, y pienso que vuestro análisis es muy correcto. Es una forma de egoísmo insolidario y cobarde, y no sigo porque a lo mejor tendría que venir la Guardia Civil a llevarme al cuartelillo. Me parece mal, lo he dicho muchas veces. Es el rico que cuando vienen mal dadas se quiere separar del pobre, sin entender que si se separan, al pobre le va a ir mal, pero al rico también, porque a parte de insolidario es tonto. Como dijo Juan Rulfo, “o nos salvamos juntos o nos hundimos separados”.

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