Como si de un aria muda se tratará surgió la pospintura. En medio de la orgía existencialista del expresionismo abstracto y su Yo sufriente. Sutil, revindicó su autonomía como objeto sin referencias externas y la necesidad de que se alzara la cabeza para buscarla. Para ser más preciso, que se mirara con atención si se quería ver. Su máximo exponente fue Ad Reinhardt, quien escribió un divertido manifiesto titulado «las 12 reglas para una nueva academia». Luego Agnes Martin y James Bischop entre otros pocos investigando por ese camino hicieron su propio trabajo.
En el pasado (ese lugar donde según Borges todo sucede) me encontré pintando unos cuadros a los que había llegado sin obstáculos, se podría decir que me deslicé hacia ellos, trabajando como suelo hacer en la pintura sin convicciones, «sin aferrarme a mis impulsos, cultivándolos sin creer en ellos». Tenía en aquel entonces un Atelier de 300 metros que me permitía desarrollarme con absoluta libertad. Las naves vecinas habían ido con el incesante tiempo siendo habitadas por otros artistas. Quien haya leído el relato «Una convivencia nacida de una necesidad imperiosa» de Rainer Maria Rilke, sabe que la idea de confraternizar con otros artistas es muy bonita pero no funciona. Fue entonces que una Galería en Francia vendió dos cuadros míos y abandoné el gran Atelier y a los «grandes artistas», estábamos a punto de cortarnos la oreja. Me instalé en una villa medieval de la Bretaña Francesa, a la entrada un cartel dice: «petite cité de carácter», todo lo que necesitaba para en silencio y soledad continuar indagando en ese lenguaje pictórico, que amenazaba con haber nacido para crear dificultades. Fue entonces que mirando hacia atrás supe que esa pintura era deudora de lo que en los años 50 se acuñó como la Pospintura.
Ad Reinhardt hizo desaparecer la pincelada en el cuadro, la huella del artista. Su pintura se diluye como lo hace Bach en la música. Sus cuadros no salen al encuentro, es necesario que estemos quietos en posición de observador, es entonces que se encaminan de manera cuidadosa hacia nosotros, como si nos revelaran el horizonte y detuvieran el tiempo que pasa. Y así detenidos en ese punto, a la distancia necesaria para observar sus cuadros, podemos alargar ese lapso de tiempo que nos permite el goce de su pintura.
El arte se desarrolla en la acción/reacción y mientras más trabaja un artista más trabajo le queda por hacer, «el arte es el arte y todo lo demás es todo lo demás», así Ad Reinhardt. El arte no es vida ni muerte, ni natural ni naturaleza. Su excelencia se alcanza en la constante corrección para intentar alcanzar la pureza que es en todo momento el fin del arte. Todas estas concepciones me cautivaron despertando con suavidad las armonías de luz que rigen ahora mi pintura y relegando así mis sombras crepusculares, resonando en mi interior con una ternura infinita el goce que produce su conocimiento.

Tal como somos, así vemos, dijo Emerson, y lo que vemos tiende a su vez a ser lo que somos.
Habría que intentar ver la pintura como quien se asoma a los espejos para descubrir algo que delate que ya ha sido mirado profundamente por el artista y así vislumbrar ese estado fuera del tiempo que propicia la resonancia con la obra de arte.
Asomarse a un cuadro de Ad Reinhardt es como abrir una ventana y mirar el mundo de otra manera. Pero es necesario hacer el esfuerzo de querer ver y sentir. Lo que se sirve en bandeja de plata se olvida enseguida, en cambio a lo que no se comprende del todo se regresa una y otra vez. De esa manera las posibilidades que nos ofrece esa ventana abierta son mayores. Que permanezca así mucho tiempo no está garantizado, podemos también encontrar un muro delante o que te corten la cabeza.
R. ¿Sabes lo que es Homo Ludens?
L. Bien sur
R. Entonces sabrás que estoy jugando
Al poco tiempo de estar en la Bretaña la presencia tan poderosa del paisaje se hizo inevitable. Haber transitado por la pospintura fue definitivo para partir de cero, todo lo anterior quedaba atrás, ahora la economía de recursos plásticos que supone el minimalismo me permitía abordar la incidencia que tenía en mí lo que mis ojos de nuevo veían. Con el tiempo y con astucia conseguí encontrar mi propio camino otra vez y así evitar convertirme en el epígono de esos pintores. Su conocimiento me enriqueció sin duda. pero no podían ser otra cosa que estímulos o instrumentos ocasionales. Continué la búsqueda propia de un lenguaje pictórico con mis errores, solo ellos son nuestros, dijo el poeta. Después de dos años de intentarlo comencé a sentirme uno con lo que hacía, no podría computar el vértigo de todas la veces que comencé un cuadro, las que se alejaba de mí y las que regresaba, de los pasos que divergían y los que no, todo ese tiempo gracias a la alegría de quien espera y con la misma indiferencia hacía el éxito o el fracaso que muestran las estrellas.
Las gaviotas en esta ciudad han abandonado su conocida agresividad, ahora merodean las terrazas con postura corporal estudiada para dar pena y emitiendo un lastimero y quejumbroso chirrido. Sin duda alguna lo han pactado entre ellas. Esto me lo hizo notar T (no quiere que escriba más su nombre)
Un aria muda es un imposible, pero es que el arte es una proeza

