SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Las encuestas, otro modo de propaganda para dirigir el voto

Decía Stanislav Andresky que las ciencias sociales eran otro modo de hacer brujería. Algo perfectamente aplicable a la forma en la que los partidos usan las encuestas y los sondeos en periodo electoral. Los resultados de una encuesta, basados en metodologías que cuantifican la realidad social y la intención de voto de una forma casi científica, intentan adivinar qué ocurrirá en un periodo electoral futuro. La supuesta neutralidad numérica de la demoscopia es olvidada por los actores políticos y mediáticos cuando los resultados no se ajustan a sus intereses. Es entonces cuando los sondeos se convierten en un elemento propagandístico que intenta determinar el voto y dirigirlo hacía la posición adecuada.

“Podemos imaginar la dificultad de probar la validez de las fórmulas químicas si, con repetirlas durante bastante tiempo, o de modo suficientemente persuasivo, el químico pudiera inducir a las sustancias a comportarse de acuerdo con ellas, con el peligro, no obstante, de que las sustancias pudieran decidir mortificarlo haciendo exactamente lo contrario”.

La metáfora de Andresky sirve para explicar lo complejo de predecir el comportamiento humano, es esa complejidad y esa capacidad de ser influido la que es utilizada por los partidos políticos y los medios para intentar derivar el voto hacia un lado u otro también con las encuestas. En sociología existen dos efectos conocidos en la influencia que las encuestas tienen sobre el comportamiento de las encuestas. El efecto underdog y el efecto bandwagon. El efecto bandwagon (subirse al carro) es el que provoca que los electores se sumen a la opción mayoritaria, y el efecto underdog (apoyar al desvalido) el que hace que, por empatía con el débil, apoyen la opción minoritaria.

El conocimiento de esta actitud del electorado es lo que lleva a los dos grandes partidos a criticar las encuestas cuando se encuentran en la oposición y enarbolarlas como verdad absoluta cuando están en el gobierno. Cuando el PP se encontraba en la oposición, y las encuestas del CIS no les convenían para sus propósitos, la crítica al centro de estudios sociológicos era segura. En el año 2011, Esteban González Pons declaró que la cocina del CIS olía a tostada al no coincidir la intención de voto directo con los resultados finales de la encuesta.

Un año antes, José Antonio Bermúdez de Castro, pidió al Gobierno que cargara los gastos de las encuestas del CIS a los gastos de propaganda del PSOE y acusó al gobierno de “utilizar el CIS como arma electoral para crear determinados climas de opinión”.

La misma actitud que tomó el PSOE ya en la oposición cuando las encuestas y los sondeos del CIS no se ajustaban a sus intereses. Óscar López declaró en la Cadena SER al respecto de una encuesta del CIS el pasado mes de febrero lo mismo que González Pons en 2011, achacar a la cocina de las encuestas el hecho de que a pesar de que en intención de voto directa el PSOE superaba al PP los resultados favorecían a los populares.

Soraya Rodríguez, portavoz del PSOE en el Congreso, se expresó en los mismos términos para valorar la última encuesta del CIS que daba 5 puntos de ventaja al PP sobre los socialdemócratas. “La cocina del CIS estaba en campaña”, declaró.

Lo cierto es que en las Elecciones Generales de 2011 la encuesta preelectoral del CIS arrojó unos resultados que luego serían muy similares a los que finalmente se dieron en las urnas. En la encuesta publicada por el CIS, a primeros del mes de noviembre de 2011, el centro de estudios sociológicos otorgaba al PP una mayoría absoluta con una percha de diputados que oscilaba entre los 190 y 195 escaños y un porcentaje de voto del 46.6%, los resultados finales dieron al PP 186 diputados con un porcentaje del 44,62%. La encuesta del CIS otorgaba al PSOE un porcentaje de voto del 29,91% con una horquilla de diputados que variaba entre los 116 y los 121 diputados. Finalmente los resultados para los socialdemócratas fueron del 28,73% con 110 diputados.

El problema no son las encuestas o los sondeos, que son una herramienta completamente válida, sino la utilización de una herramienta democrática con fines partidistas. Los sondeos y las encuestas son uno de los pocos elementos de participación en los que se pregunta al ciudadano, su voz pasa a formar parte de la opinión pública y tiene influencia, pero el problema aparece cuando no se pide la voz para ser escuchada, sino para dirigir la voluntad del resto de ciudadanos.

Sobre esa problemática alerta el Catedrático de comunicación, Victor Sampedro, en su libro, Opinión pública y democracia deliberativa: medios, sondeos y urnas:

“Los sondeos ofrecen a las elites un conocimiento prospectivo. Les señalan las preferencias ciudadanas que atenderán o ignorarán. Al público, en el mejor de los casos, una encuesta le permite juzgar retrospectivamente a los gobernantes, según sus actividades pasadas o unas promesas cuyos efectos aún no puede evaluar. Pero un descenso en los barómetros de popularidad no implica la destitución del líder. Éste puede aprender qué retórica desplegar y qué proyectos ocultar. La iniciativa de las elites les confiere ventaja sobre los ciudadanos, que no financian sondeos, ni deciden los temas o las preguntas; sólo contestan. Esta asimetría conlleva el riesgo de la manipulación. Por ejemplo, se realizan sondeos cuando las noticias o los acontecimientos favorecen cierta respuesta; se aplican preguntas e interpretaciones tendenciosas; o se interroga sobre asuntos desconocidos y se obtiene del público un cheque en blanco sobre decisiones ya adoptadas”.

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