SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Las desconcertantes decisiones de un banquero cuestionado

El 15 de diciembre pasado crujieron las cuadernas del mundo financiero español. José María García Hoz, veterano y solvente periodista económico, lanzaba desde la tronera de Expansión, periódico que fundó y dirigió (y que este viernes abría edición alabando la colocación por el BBVA de 1.500 millones en deuda a cinco años al 3,75%), un torpedo en la línea de flotación de Francisco González. Puño de hierro en guante de terciopelo, García Hoz perfilaba al financiero gallego como un hombre escrupulosamente cuidadoso en el discernimiento de sus gastos personales de los propios de su función en el banco, pero constatando que no por ello dejó de cobrar su nutrido fondo de pensiones en 2010 y seguir al mando de la entidad más allá de los setenta años. “Puede sonar ridículo -escribía el periodista- proclamar la propia honradez porque no pasa la factura de un taxi, mientras se cobra decenas de millones de euros. ¿Ridículo? Al fin y al cabo, la ley lo permite y la memoria del banco lo publica”.

Tras este introito, García Hoz hace un relato de las batallas que ha librado González y que le han hecho transitar siempre por “territorio hostil”. Despidió “como a empleadas de hogar” a los miembros del Consejo del BBVA, rama vizcaína, para “desvasquizar” la entidad con la ayudad de “Aznar, Rato y el Banco de España”; se libró del acoso de Luis Del Rivero, apadrinado por Miguel Sebastián, que quiso destronarle en pleno zapaterismo y, antes, anota con memoria paquidérmica García Hoz, vadeó con soltura las pegas contables que detectó la CNMV cuando en 1996 vendió su sociedad de valores, a pesar “de que el grupo Prisa se constituyó en acusador principal de FG”.

Aunque las conclusiones parecerían ser favorables a este gladiador de las finanzas, el periodista no le presta clemencia porque, aun reconociéndole pulcritud en los números, subraya que hoy por hoy la prudencia de González le ha hecho perder posiciones al BBVA en relación con el Santander en capitalización, valor bursátil y rentabilidad. González no compró acciones de Bankia y no ha invertido en el llamado banco malo (Sareb) apunta García Hoz para el que la prudencia excesiva implica “renunciar a jugar la liga de los grandes bancos”. Es tan independiente, escribe nuestro autor, que “seguramente, se ha quedado aislado”.

El texto de García Hoz provocó pitos y aplausos -más de los segundos que de los primeros-porque el presidente del BBVA, después de haberse erigido en inquisidor del Gobierno socialista y de haberle plantado cara, ha ido adoptando una serie de decisiones desconcertantes. La primera se produjo cuando en un foro del diario ABC, en septiembre del pasado año, González reclamó al presidente del Gobierno, casi a empellones dialécticos, la urgente petición del rescate a través de la solicitud de adquisición de deuda por el Banco Central Europeo. A Rajoy “le sentó como una cofia” -en palabras de uno de sus colaboradores- que precisamente González fuera quien le situase en una tesitura de urgencias y perentoriedades.

La segunda decisión que le distancia del Ejecutivo ha sido su negativa a que el BBVA se sumase al accionariado de la sociedad de gestión de activos siniestrados de las Cajas, Sareb, y que ha comenzado a funcionar el pasado martes. En el Gobierno tampoco se entendió que siendo una operación-país, impuesta por el MoU para el rescate financiero, González se inhibiera, cuando el Santander –que tampoco veía con buenos ojos la iniciativa- aporta 660 millones (el 17,3% del capital), Caixabank, 476 millones, el Sabadell, 264 millones, el Popular, 227 millones y hasta Kutxabank participa con 101 millones. Pero lo que duele no es la ausencia del BBVA en función de la presencia de estas otras entidades españolas, sino en función de la aportación de extranjeras como el Deustche Bank o el Barclays. El retraimiento del segundo banco del país -sano y solvente- a colaborar en el saneamiento de activos inmobiliarios tóxicos o muy lesionados, desconcierta a los analistas que comienzan a valorar su prudencia en los mismos términos que García Hoz: un peligroso aislamiento.

Pero junto a estas decisiones que han distanciado a González del Ejecutivo de Rajoy y le sitúan extramuros de la comunidad financiera española –una comunidad que detecta un irritante estilo de superioridad moral injustificado en el presidente del BBVA, que no se recata al criticar a sus competidores-, en el PP un sector importante –el más vinculado a Rodrigo Rato- no le perdona que fuese implacable con el exvicepresidente del gobierno de Aznar –que tanto le ayudó- cuando asumió la presidencia de Bankia.

El periodista Iñigo de Barrón describe en su libro El hundimiento de la banca –en realidad trata del hundimiento de las cajas- publicado el pasado mes de octubre, la cena que en mayo del pasado año mantuvieron González, Fainé, Botín, Guindos y Rato. Y dice: “Pasada la primera parte de la cena, González tomó la palabra y explicó con cierta diplomacia lo que llevaba diciendo desde hacía meses de forma descarnada fuera de España: la única forma de que regrese la confianza a España y baje la prima de riesgo es que se produzca el saneamiento y el relevo en la cúpula de Bankia. Rato, cuyas relaciones con González son algo peor que frías, conocía las críticas que este había vertido sobre Bankia en los ambientes inversores internacionales, así que no le extrañó su papel”.

Un papel que fue decisivo en la precipitación de los acontecimientos según el entorno del propio Rato que atribuye la hostilidad de González a inseguridad propia (¿suponía una amenaza para él que prosperase el plan de Rato y que quizás el Gobierno le pidiera una fusión, luego de que el exvicepresidente se negase a realizarla con La Caixa?) y a la necesidad del propio González de ir suprimiendo del escenario financiero a aquellas personas que en su momento le encumbraron a la presidencia del BBVA.

A grandes rasgos, este es el statu quo de Francisco González y de su gran entidad en el tablero financiero español. Pero no se trata de una foto fija: el Gobierno favorecerá con seguridad cualquier operación de Caixabank que, además de ayudarle a matizar su fuerte marchamo catalanista, le permita superar en el ranking al banco con sede en Bilbao. Mientras tanto, algunos se lamentan en el entorno del Ministerio de Economía de la adjudicación en marzo pasado del nacionalizado grupo Unnim al BBVA en unas condiciones extraordinariamente favorables. Claro que entonces, González no había urgido a Rajoy a pedir el rescate; tampoco se había negado a participar en el banco malo, ni se supuso su protagonismo en el acoso y derribo a Rodrigo Rato para al final tener que escuchar las terribles palabras de Mario Draghi, presidente del BCE, según el cual, la operación Bankia se ejecutó “de la peor manera posible”.El PP y el Gobierno no tienen banquero de cabecera, no hay un “banquero del régimen” porque González se instala en una espléndida soledad que en el negocio financiero se denomina aislamiento. Peligrosa posición cuando se trata de un aislamiento en territorio “hostil” como García Hoz definió el que pisa el banquero de Chantada. Al que, ahora sí, un buen número de afectados podría estar ideando la forma de moverle la silla una vez más.

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