El arraigo de la lucha femenina en España toma auge en el s. XIX y principios del XX con figuras como Concepción Arenal o Teresa Claramunt, por el sufragismo, la igualdad y el feminismo. No será hasta la instauración de la II República, y especialmente en la Guerra Nacional Revolucionaria, cuando se alcancen verdaderas cotas de autonomía e igualdad para la mujer en España. El avance del movimiento comunista y anarquista situará a la mujer como abanderada de la lucha contra la explotación y la opresión, codo con codo con el hombre. Accederá a todos los ámbitos políticos y sociales. Fueron los tiempos de las tres primeras diputadas como Clara Campoamor, Margarita Nelken y Victoria Kent. Federica Montseny sería la primera mujer ministra (de sanidad y asistencia social) en 1936-37, en plena Guerra Civil.
«Con la Revolución, la clase obrera se pone en pie, y la mujer alza el vuelo»
Este periodo de la guerra, de carácter revolucionario y antifascista, con el Partido Comunista a la cabeza, supondrá la apertura para la mujer de un ámbito alejado del tradicional papel doméstico. A la vez que pelea por mantener los derechos conquistados de igualdad con el hombre, la mujer llegará al frente como miliciana en la lucha antifascista. Por primera vez en la historia aparecen mujeres como grandes dirigentes revolucionarias, al mismo nivel que los hombres. Dolores Ibárruri “Pasionaria” es conocida y reconocida a nivel mundial junto con su consigna “¡No pasarán!”.
Significará la igualdad civil de la mujer, el libre acceso a la educación, el matrimonio libre, el divorcio, etc. Cuando uno ve lo que se perdió en aquel pasado, parece mirar a logros del futuro.
Ayer y hoy
La lucha organizada de la mujer continúa hoy con fuerza, reforzando la lucha contra la explotación y la opresión capitalista; la lucha por la plena igualdad de derechos políticos, laborales, familiares y sociales con el hombre no puede separarse de lo anterior, no puede aislarse de la lucha por la emancipación obrera y de todos los oprimidos, aunque ocupe un lugar específico propio y de gran importancia. Toda disgregación supondría debilitar la lucha y favorecer la desmovilización. Caer en el legalismo mezquino aboca a la tendencia pequeño-burguesa “clasista” que separa la mujer y sus problemas.
«La mujer hermana frente al mito de Pandora»
Pues la legalidad por sí sola no basta para transformar este problema de raíz; es necesario dar la vuelta a la conciencia y prácticas sociales imperantes, impuestas por la clase social dominante y sus intereses.
Las rosas más rojas quieren pan, paz y libertad para todos.