Conclusiones de los resultados del 1-M en Galicia

Las ciudades dan la espalda al BNG

Tanto en número absoluto como relativo de votos, el BNG es el gran perdedor de las pasadas elecciones gallegas. Pierde 39.618 votantes, un 14,8% menos respecto a las pasadas elecciones. 14 mil más de los que pierde el PSG-PSOE.

Pero su retroceso es todavía mucho mayor si lo comaramos con el momento de máximo auge del BNG, dirigido entonces por Beirás, en 1997 y 2001. En 12 años, el BNG se ha dejado 127.804 votos, es decir, un 32,3%. El cambio de línea propiciada por Anxo Quintana, radicalizando al BNG y conduciéndolo hacia un nacionalismo cada vez más excluyente ha hecho que 1 de cada 3 de sus votantes le haya abandonado. Y donde mejor se expresa esta pérdida de votantes, que en algún caso puede considerarse casi como de desbandada, es en las ciudades de más de 25.000 habitantes. Ferrol con una pérdida del 38% de los votos, Narón con el 37,3%, Coruña el 34,7%, Oleiros el 31,8%, Orense el 29,17%, Santiago el 20%, Carballo el 19%, Vigo el 9,5%. La Galicia urbana, que en la década de los 90 fue el motor que impulsó el crecimiento del BNG, una década después empieza a volverle la espalda. Unos datos que fuerzan a sacar dos conclusiones. En primer lugar para el propio BNG. La radicalización de su línea y su discurso le pasa una grave factura electoral. Los números indican con claridad y consistencia que, a diferencia de lo dicho por Quintana, sus resultados del 1-M no se corresponden, en lo principal, con lo que ha llamado “la más sucia campaña electoral en la historia de Galicia”, sino con la deriva que ha impulsado en el seno de la formación nacionalista, conduciéndola hacia posiciones fragmentadoras extremas que son rechazadas abiertamente por un número cada vez mayor de los que en otro tiempo le confiaron su voto. Poner fin a esta deriva es la única alternativa desde la que aspirar a recuperar el voto perdido. La segunda conclusión es para el PSG-PSOE. Aliarse y unir su destino político con una fuerza nacionalista embarcada en un rumbo cada vez más disgregador tiene sus costes electorales y, sobre todo, políticos. En lugar de imponer su liderazgo como cabeza de la coalición de gobierno y partido más votado, Touriño y su equipo han conciliado y dejado hacer, desde los proyectos más sustanciales como la ruptura del consenso sobre la política lingüística hasta los más anecdóticos y disparatados como el cambio horario con respecto al resto de España. Este, y no los episodios de despilfarro y corruptelas, es, de fondo, el origen de la perdida del gobierno. Esperemos que tanto unos como otros saquen conclusiones de la derrota.

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