El nuevo tablero mundial (4)

Laberinto de pasiones en Asia Central

Durante prácticamente toda la Guerra Frí­a, la región de Oriente Medio quedó convertida en una de las áreas geopolí­ticas claves en la disputa entre las dos superpotencias de entonces, EEUU y la URSS. Dominar sus ingentes recursos petrolí­feros era esencial para el control de Europa, verdadero centro de la disputa entre ambas superpotencias. Un papel similar ha pasado a ocupar en nuestros dí­as la región del Asia Central. Una especie de nuevo Gran Juego, como el que protagonizaron a finales del siglo XIX la Inglaterra victoriana y el imperio zarista ruso, se desarrolla en su tablero, sólo que con protagonistas distintos esta vez.

Las modernas teorías de la geoolítica, disciplina nacida en paralelo a la aparición del imperialismo, ya habían establecido a principios del siglo XX que Asia Central constituía el “área pivote” euroasiática, uno de los trampolines vitales para la obtención del dominio continental de Eurasia, requisito previo imprescindible para el dominio mundial. Un siglo después de aquello, la importancia geoestratégica de la región se ha multiplicado. Por dos poderosas razones. En primer lugar por ser un espacio geopolítico donde confluyen directamente los intereses de una buena parte de los principales jugadores activos del tablero mundial. Los casi 3 millones de kilómetros cuadrados por los que se extiende constituyen la frontera natural de dos de los mayores “reinos combatientes”, China y Rusia. Además, dentro de su área de influencia geopolítica caen también los intereses de un potencial jugador global, la India, y de un importante actor regional, Irán. Históricamente, Asia central, debido tanto a la aridez predominante de su territorio como a la falta de vías de comunicación ha sido un elemento de separación y aislamiento entre los países ubicados en su periferia. Pero al mismo tiempo, es también el nexo, débil pero nunca roto, a través del cual esos países pueden establecer un espacio geopolítico común de alianza entre ellos. Evitar la conformación de ese espacio geopolítico común como plataforma para una profundización de las alianzas entre China y Rusia –alianza potencialmente ampliable a la India e Irán– se ha convertido en una prioridad de primer orden para la superpotencia yanqui. Introducirse política y militarmente en él es adquirir influencia y capacidad de maniobra en el “patio trasero” de su dos principales rivales. Algo que Moscú y Pekín tratan de evitar a toda costa. Aquel, fortaleciendo sus alianzas militares en la región, éste creando vínculos de cooperación económica y política a través de la Organización de Cooperación de Sanghai. La dimensión energética Pero además de su importancia geopolítica, la dimensión económico-estratégica de Asia Central está determinada por las importantes reservas de petróleo y de gas situadas en el entorno del mar Caspio. Hasta el punto de que, desde la desaparición de la URSS en 1991, el control de las reservas, de la producción y de las rutas de salida de sus recursos energéticos constituye una cuestión clave cuya dimensión rebasa ampliamente las fronteras regionales. La gran cuestión respecto a los recursos energéticos de Asia central no es tanto el de su explotación, como el de sus vías de conducción, es decir, la construcción de oleoductos que permitan la salida y comercialización del petróleo y el gas almacenado en su subsuelo. Un asunto que en las dos últimas décadas ha constituido el núcleo duro de las relaciones y de las rivalidades entre las potencias regionales y mundiales. Para los países productores –Kazajstán, Azerbaiyán, Turkmenistán–, la conducción del petróleo y del gas se ha convertido en una cuestión vital, de supervivencia, ya que toda su política económica y su viabilidad como Estado están basados en la explotación de su potencial energético. Otro tanto ocurre con las repúblicas vecinas, desprovistas de recursos energéticos pero cuyo territorio constituye el paso obligado para el transporte de cantidades importantes de crudo y la construcción de oleoductos y de gasoductos. Derecho de paso que sirve, a la vez, tanto de elemento de presión frente a los productores como de baza negociadora frente a las grandes potencias interesadas en controlar las rutas de suministro. De acuerdo con este valor estratégico de la conducción de unas reservas en su inmensa mayoría aún por explotar, el laberíntico entramado de las rutas (construidas o proyectadas), da una idea de la complejidad de la cuestión. La primera de estas rutas es la llamada vía rusa que hasta ahora había mantenido una posición casi monopolista para la salida del petróleo, debilitada en la actualidad por las consecuencias de las guerras en Chechenia. La segunda es la vía turca, que saca el petróleo del Caspio, sorteando el territorio ruso y pasando por Georgia y Turquía. Vía privilegiada por EEUU y en la que sus grandes petroleras controlan más del 50% de la extracción del petróleo en Azerbaiyán. La tercera es la vía iraní o vía sur. Más racional económicamente y más corta, ya que coloca el petróleo kazajo y el gas turkmeno directamente en el Golfo Pérsico, se enfrenta a la oposición frontal de EEUU. La cuarta ruta es la vía oriental o china, también llamada vía de la Ruta de la Seda, cuyo objetivo es extraer el petróleo kazajo y el gas turkmeno para, recorriendo las cinco repúblicas centroasiáticas, colocarlo, a través de la región china de Xinjiang, en los puertos de China y Japón del Pacífico. China sumerge su dedo del pie en el Mar Negro M K Bhadrakumar (…) Así, la pregunta del millón de dólares es si la actual agitación es un simple eco lejano o equivale a una repetición de los esfuerzos de los EEUU para financiar y equipar a los combatientes muhiyadin y promover el Islam militante como un instrumento geopolítico en el Asia central soviética en la década de 1980. Por esta razón, las observaciones de Biden de remontarse al reaganismo se toman muy en serio en Moscú y Pekín; y aunque la economía rusa es un naufragio, su geografía está plagada de una serie de debilidades que pueden llegar a ser abrasadoras, y EEUU no debería subestimarlas. El paso valiente de China en Moldavia demuestra que puede haber comenzado una relación con el espacio post-soviético como su "exterior cercano".El punto es, hay una fuerte perspectiva económica en todas estas maniobras. El enviado de Estados Unidos para la energía en Eurasia, Richard Morningstar, admitió sin rodeos en la audiencia de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de hace dos semanas que el éxito de China para acceder a las reservas de energía del mar Caspio y Asia central amenaza los intereses geopolíticos de Estados Unidos.Curiosamente, el renovado impulso de los disturbios en Asia central (incluidos los de Xinjiang) –que la inteligencia rusa había previsto desde fines de 2008– se está llevando a cabo a lo largo de la ruta de los 7.000 kilómetros de gasoducto desde Turkmenistán a través de Uzbekistán, Kirguistán y Kazajstán, que conduce a Xinjiang donde se espera que se acabe a finales de año. No cabe duda de que el oleoducto significa un punto de inflexión histórico en la geopolítica de la región en su conjunto. ASIA TIMES. 31-7-2009

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