Cómic

La virgen de plástico

La pelí­cula española se desarrollaba en el pequeño pueblo de Fuentecilla, donde los habitantes decidí­an inventarse una milagrosa aparición de San Dimas, con el objetivo de promocionar el turismo y rivalizar con Lourdes y Fátima. Berlanga desgranaba así­ la hipocresí­a que caracteriza ciertos fenómenos religiosos, y lo hací­a esquivando hábilmente la censura del franquismo. Es inevitable recordar este filme cuando leemos «La virgen de plástico». Rabaté y Prudhomme no recurren al engaño como elemento principal de la trama, pero el souvenir de Lourdes que llora sangres es el desencadenante de una cascada de situaciones cómicas que reflejan con maestrí­a la actitud de las diferentes generaciones frente al hecho religioso.

La humilde familia Garnier tiene que enfrentarse en esta historia a un milagro real, y de alguna manera “sufrirlo” en sus carnes. Una devota abuela les regala una de las famosas virgencitas de lástico llenas de agua bendita como souvenir de Lourdes, que empieza a crearles problemas cuando empieza a llorar sangre. Pese a las diferencias, las conexiones y el ritmo de la narración transcurren casi de forma paralela al de la citada película. La elección de un entorno rural y la exploración de las hipocresías sociales que la religión sigue despertando en la sociedad son en ambos casos el medio y objetivo de la sátira, con la conveniente actualización temporal y geográfica.Los autores recrean con maestría los tópicos de una familia rural francesa, desde el abuelo, comunista convencido e incrédulo ante el milagro, a los nietos, paradigma del nihilismo que se presume de la juventud, pero cuya educación y entorno les confieren un halo de bondad. La lucidez caracteriza la obra, y el guionista Rabaté entreteje virtuosos diálogos convertidos en afilados dardos que lanza sobre todos los blancos que el tema le permite explorar.La obra se convierte en un sofisticado despliegue de juegos y guiños constantes, entre los que destaca el enfrentamiento entre el busto de Lenin y la Virgen de Lourdes colocados sobre el televisor que preside el salón, en lo que parece una alianza de ideologías oponiéndose a la supremacía de la televisión que amenaza con enterrarlas.La sátira es eficaz y la sonrisa aparece con facilidad, pero la reflexión posterior sobre esta sociedad que vivimos tiene una lectura deprimente. En estos tiempos de telebasura, telerrealidad y de religiones que escapan de la esfera privada, el discurso de Prudhomme y Rabaté tiene el mismo efecto virulento que el de Berlanga cinco décadas antes, poniendo en solfa miserias e hipocresías de la familia y la sociedad, pero dejando un pequeño rescoldo de esperanza al no renunciar a aceptar el valor de unas creencias sinceras, sean cuales sean.

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