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La victoria de Syriza en Grecia estremece Europa

Desde Oslo a Madrid, pasando por Berlín y Bruselas, la victoria de Siriza en Grecia cuestiona los esquemas económicos y políticos arraigados en el Viejo Continente.

¿Tiembla Europa tras el seísmo griego? No es para tanto. En todo caso, algunos más que otros. Por primera vez en la historia, un partido considerado a la izquierda de la izquierda se hace con la dirección de un gobierno de la zona comunitaria.

El monopolio ejercido –democráticamente– por las tradicionales formaciones de centroizquierda y centroderecha, o si se quiere democristianos y socialdemócratas, ha sido perforado –democráticamente– por un partido que cabalga sobre la deesperación de una mayoría.

En los mítines del partido ganador, Syriza, no se hacía alusión a conceptos ideológicos, a teorías que en el pasado han empujado a ciertas revoluciones en diferentes lugares del planeta. El mensaje era simple: subida de salarios, sanidad y transportes gratuitos, basta de humillación y dolor.

¿Nueva izquierda o populismo?

¿Es el nuevo programa de una nueva izquierda europea? ¿Es la única respuesta a las políticas de austeridad aplicadas a los países «manirrotos» del Sur de Europa? ¿Es una fórmula de éxito asegurado para el nuevo populismo surgido de la crisis?

Desde Oslo a Madrid, pasando por Berlín, los líderes políticos y los politólogos se lo preguntan.

El futuro apocalíptico que los partidos tradicionales europeos auguraban a los griegos si se atrevían a decantarse por Syriza y su líder, Alexis Tsipras, no ha afectado a una ciudadanía que lleva sufriendo desde hace años las consecuencias de los ajustes exigidos por Bruselas y Berlín. Pero esa ciudadanía es también en parte responsable de lo ocurrido.

Grecia vive desde 1974 ‘cloroformada’ por la ayuda europea y la ‘prestidigitación’ política ejercida por las dinastías de los Karamanlis y los Papandreu. Conservadores y socialdemócratas se han estado repartiendo el poder y sus beneficios económicos entre sus respectivas clientelas, sin que el Partido Comunista griego tampoco pusiera en duda la perpetuación del sistema.

En tiempos de bonanza, hasta Bruselas podía hacer oidos sordos y ojos ciegos a las «especificidades» locales, como el hecho de que las grandes fortunas, los constructores de barcos (armadores) y la Iglesia estuvieran exentos de pagar impuestos.

Cuando en 2009 la derecha se presentó a una elecciones anunciando medidas drásticas para frenar la crisis, el electorado prefirió creer las peroratas demagógicas del PASOK, el histórico partido de los socialdemócratas griegos que el domingo consiguió los peores resultado de su historia.

Europa, problema y solución

Lo que vino después, con mandatos socialistas o conservadores, fue el despertar a una realidad que millones de griegos han sufrido en pérdida de empleos, poder adquisitivo, o sanidad.

Las terapia de choque aplicada por la llamada ‘catastroika’ (Comisión Europea, Banco Central europeo y FMI), ha sido tan brutal, que a una mayoría de ciudadanos griegos la tentación de abandonar el club de Bruselas y su moneda común ya no les parece peligrosa sino, al contrario, una vía de escape.

Pero Grecia forma parte de un sistema, y dejar de formar parte de él no es tan sencillo. Atenas ha recibido ayudas económicas europeas por valor de más de 230.000 millones de euros desde que se vió incapaz de asegurar sus deudas. Y es desde Europa de donde tendrá que seguir afluyendo el dinero para superar la crisis.

Horas después de la euforia, los nuevos dirigentes griegos ya se empleaban para renegociar su deuda. A Bruselas, a Berlín, a París u a otros paises comunitarios que han evitado la bancarrota griega no les conviene condonar esos préstamos y harán todo lo posible para facilitar una salida al vecino del sur. Otros «sudistas» están también pendientes de la jugada para obrar en consecuencia.

Los vecinos del Norte, los considerados ricos y prestamistas, no aceptarán por su parte facilidades de pago, y mucho menos perdones, a gobiernos de países considerados dilapidadores y poco serios con el dinero público. El dilema griego puede acabar de un hachazo con la solidaridad comunitaria.

En Grecia, la victoria de Syriza se vivió también como una derrota de la Canciller alemana, Angela Merkel, a la que se acusa de exigir el «austericidio» en la Europa del Sur. Alemania, por su parte, cree que los sacrificios que sus socialdemócratas aplicaron a sus conciudadanos y que los cristianodemócratas de Merkel han continuado, son un ejemplo que el resto de sus vecinos de la UE deberían seguir sin lamentos, y más si son sus bancos y sus ciudadanos los que sufragan el «desplifarro» griego.

Le Pen también lo celebra

La victoria de un partido de lo que en Europa se considera «extrema izquierda» ha sacudido –aunque fuera esperada– a todos los actores políticos.

En Francia, donde la izquierda socialdemócrata gobierna, la desaparecida extrema izquierda sueña con imitar a los griegos y blande el «Je suis Syriza».

Pero no son solo los comunistas, los troskistas y el ala izquierdista del gobernante PSF los que se reconocen en la vistoria de Tsipras. También Marine Le Pen ha interpretado los resultados como un apoyo a sus tesis antiausteridad y antiUnión Europea.

Lo que a muchos analistas da pie a considerar que lo que se ha vivido en Grecia no es la toma de poder de jóvenes bolcheviques del siglo XXI, sino el resultado de la angustia y desesperación de ciudadanos que solo ven una esperanza en las promesas de las nuevas formaciones populistas.

En Grecia, Syriza ha convencido desde la izquierda. En Francia, el Frente Nacional hace lo mismo desde el otro extremo y con promesas similares. Podemos, el partido que se considera el Syriza español, inevitablemente ve en la victoria de Tsipras un anuncio de lo que sucederá en las próximas elecciones de finales de año.

Para los conservadores del Partido Popular, en el poder, Grecia y España no son comparables. Los socialistas del PSOE observan cómo sus primos griegos desaparecen del escenario político.

Era divertido y a veces patético observar en la noche del histórico 25 de enero griego la reacción de ciertos políticos europeos. Para algunos, el terror ante lo desconocido, la posibilidad democrática de que los votantes elijan opciones no «convencionales», les quitó el sueño y les amenazó con rupturas de aneurisma.

Otros desempolvaron viejas banderas y símbolos de un pasado preindustrial, como si los problemas actuales de Europa pudieran tener solución en recetas de siglos pasados.

El futuro de Grecia y consecuentemente el de la Europa unida se empieza a jugar a partir de ahora. Lo desconocido es una desafío que debería estimular y no producir pánico.

Dejando de lado euforia y temor, habría que felicitarse de que hoy en una parte del mundo la —por otros- denostada democracia pluripartidista haya permitido a una ciudadanía optar por una opción considerada radical.

Ello, pesar de la presión de grupos mediáticos y económicos poderosos. Grupos a los que Syriza y Tsipras respetarán en el futuro como parte fundamental de esa normalidad democrática.

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