Para ser un dibujo en la arena, ha sido excepcionalmente endeble. Recién ganadas las elecciones griegas por el partido radical anti austeridad Syriza, a los líderes europeos les ha faltado tiempo para recordar que no pueden renegociar la deuda del país. De Alemania a Finlandia se han oído avisos escalofriantes de que el dinero que adeuda el país debe pagarlo al completo, mientras el BCE insinúa que dejará que se hunda el sistema bancario griego si el nuevo gobierno no entra en vereda pronto.
¿Y bien? Menos de una semana después, se ha descubierto el farol. El acuerdo con Syriza parece inevitable. Toda una victoria para el joven primer ministro griego Alexis Tsipras. Pero también abre la próxima fase de la crisis del euro. Syriza animará a otros países a votar a partidos anti austeridad, con la victoria garantizada de Podemos en España y un empujón para los Verdaderos Finlandeses, el Frente Nacional en Francia y el Movimiento 5 Estrellas en Italia.
Sin embargo, las políticas económicas de estos partidos harán estragos. Aciertan en su rechazo a la austeridad, pero un salario mínimo más alto, mayor gasto público, unas prestaciones sociales generosas y el control de las importaciones, entre otras propuestas, es lo último que necesitan las economías europeas no competitivas. Todo partido radical tiene al menos una política buena (y una docena de malas).
El acuerdo llegaráCon el tiempo, las malas harán que la situación empeore mucho más. Angela Merkel debe de estar sintiéndose francamente dolida. La estrategia alemana de mantener el euro a base de rescates y planes severos de austeridad en los países periféricos se viene abajo. La canciller alemana ha estado diciendo a sus periódicos que no puede haber compromisos con Syriza, pero es una amenaza hueca. La UE no tiene medios de forzar su voluntad sobre unos Estados elegidos democráticamente, más allá de cortar el grifo económico y echar a sus líderes del acogedor club que suele permitirles pasar del gobierno a un trabajo de prestigio en Bruselas.
Grecia ya está en la ruina y a Tsipras no le importa lo más mínimo que un día consiga empleo en la Comisión Europea o el Fondo Monetario Internacional. Todo lo que puede hacer Merkel es dejar que el país se hunda; la posibilidad de que pudiera llegar a firmar una alianza con la Rusia de Vladimir Putin es lo último que nadie quiere.
Por eso habrá que llegar a un acuerdo, probablemente antes de que acabe el mes. Grecia obtendrá otro impago de su deuda, quizá disfrazado de reestructuración, y dará a Syriza cierto margen para relajar la austeridad. Los sueldos griegos han bajado tanto que un modesto impulso a la demanda derivado del aumento del gasto estatal debería dar a la economía un empujón decente. No se sorprendan si crece a un 2-3% en estas fechas dentro de un año (y parecerá un triunfo de Tsipras).
El problema es lo que ocurrirá después. Si Grecia empieza a recuperarse enseguida, animará a los votantes a pasarse a otros partidos anti-austeridad en casi todo el resto de Europa. ¿Por qué tienen los españoles, portugueses, franceses o italianos aguantar unos recortes tan duros del gasto público cuando los griegos han demostrado que un gobierno que se defiende puede optar por el impago y verse recompensado con un crecimiento más rápido?
Aciertan pero se equivocanAunque Syriza en Grecia, Podemos en España, el Frente Nacional en Francia y similares aciertan al rechazar las políticas fiscales y monetarias, absurdamente restrictivas, impuestas por Bruselas y Berlín como el precio de permanecer en la moneda única, se equivocan en casi todo lo demás. La mezcolanza de maoístas, leninistas y nacionalistas de línea dura tienen tantas probabilidades de gestionar una economía con éxito como la Rana Gustavo.
Pongamos el ejemplo de Podemos, potencial ganador de las elecciones de este año. Acabar con la austeridad es perfectamente sensato pero Podemos también quiere introducir la jornada de 35 horas (oigan, ha funcionado bien en Francia, allí casi no hay paro), adelantar la edad de jubilación a 65 y aumentar el número de funcionarios. No está claro si sigue a favor de un salario básico para todos, trabajen o no, con un coste del 14,5% del PIB, pero estaba en su programa para las elecciones europeas.
O hablemos del Frente Nacional francés. Marine Le Pen tal vez se posicione a la derecha, pero sus políticas económicas tienen mucho en común con la extrema izquierda. El partido apoya la nacionalización parcial de los bancos, las barreras al comercio para frenar la importación, el adelanto de la edad de jubilación a 60 y una subida del salario mínimo. El partido Verdaderos Finlandeses, que lidera el movimiento anti-euro y anti-austeridad en Finlandia, defiende una subida de los impuestos para costear programas sociales, mientras que, en Irlanda, el Sinn Fein propone impuestos altos y más gasto público.
¿Qué sentido tiene cualquiera de esas políticas en países con cargas fiscales de las más altas? Lo único que conseguirán es que sea más difícil todavía competir con los fabricantes de bajo coste del mundo en desarrollo.
Los partidos anti-austeridad europeos aciertan en una cosa grande y se equivocan en muchas pequeñas. A corto plazo, acabar con la austeridad y aumentar el gasto público ayudará, sobre todo si se combina con una moneda en descenso. A medio plazo, socavará la competitividad aún más. Syriza y sus camaradas están ganando el primer asalto, aunque solo a costa de iniciar otra crisis en el futuro.