La miniserie sobre el 23-F arrasa en TV

La verdadera historia del 23-F (3)

Como hemos visto en las dos anteriores entregas, la entrada de Tejero y sus guardias civiles en el Congreso de los diputados el 23-F no es más que el acto final, la conclusión inesperada de la larga cadena de tramas y conspiraciones puesta en marcha por EEUU a fin de remover el obstáculo que supone Suárez para el ingreso inmediato en la OTAN.

El rumbo de la olítica española, tanto en lo interior como en lo internacional, marcha a contrapelo de las exigencias norteamericanas derivadas de esta nueva situación mundial. Lo que desea Washington es una España “segura”, estable y sometida a sus dictados; una España dentro de la OTAN, dócilmente alineada en la lucha contra la otra superpotencia y por supuesto sin veleidades neutralistas o tercermundistas en su política exterior. En la medida que Suárez ofrece crecientes resistencias a ese cambio de rumbo, EEUU –con una victoria de la línea Reagan que ya se da por descontada– se va a lanzar a convulsionar y desestabilizar a través de múltiples canales la situación en España. Todos los mecanismos de intervención interna que los servicios de inteligencia norteamericanos han ido construyendo en paralelo e incrustando en el seno del nuevo régimen democrático se activan con el objetivo de derribar los obstáculos que se oponen a la nueva urgencia de sus planes, Suárez y su política el primero de ellos.Tanto el terrorismo de “extrema izquierda” (ETA, GRAPO, con más de 100 asesinatos en 1980) como el de extrema derecha (Fuerza Nueva, Batallón Vasco-Español, 16 asesinatos en ese año) se recrudecen con una virulencia nunca vista ni antes ni después. Los medios de comunicación a derecha (ABC, El Alcázar, YA,…) e izquierda (El País, Diario 16,…) se lanzan a una feroz ofensiva contra Suárez, denunciando su incapacidad y exigiendo su dimisión. La jerarquía de la Iglesia se lanza con furia contra el timorato proyecto de ley del divorcio, la CEOE descalifica la política económica del gobierno al tiempo que reclama más mano dura contra los trabajadores y los sindicatos y la cúpula militar exige medidas urgentes y excepcionales para paralizar el desarrollo autonómico y frenar “la ruptura de la unidad de España” y para acabar “a cualquier precio y de cualquier forma” con el terrorismo. En septiembre de 1980 triunfa un golpe de Estado en Turquía. El agregado militar de la embajada española en Turquía, el coronel Quintero –el mismo personaje que en noviembre de 1973 era el responsable de la seguridad personal de Carrero Blanco– redacta un elogioso informe del golpe que circula profusamente por todos los cuarteles. Los rumores sobre reuniones conspiratorias en la cúpula militar y en círculos de poder fáctico se extienden. El PSOE se pone a la cabeza de la desestabilización al presentar en la primavera de 1980 una moción de censura parlamentaria, que aun sabiendo de antemano que está perdida sirve sin embargo para crear más inestabilidad y sensación de desgobierno. El partido de Suárez, la UCD, sufre una crisis tras otra protagonizadas por los sectores de la derecha más vinculados a Washington. Una orquestada sinfonía, sabiamente dirigida desde la embajada de la calle Serrano, crea un gigantesco clima de desgobierno, de vacío de poder, que va a dejar en el aire la política de Suárez. Los poderes fácticos, la gran banca, las organizaciones empresariales, el ejército, la Iglesia,… todos le van a ir dando la espalda, cuando no enfrentándose con él abiertamente. En los círculos políticos, económicos y mediáticos de Madrid se alternan los rumores de sables con los de una posible solución “extraconstitucional” que ponga fin “al desgobierno”. Y en esa solución intervienen desde representantes de la derecha (Fraga, Osorio, Oscar Alzaga, Herrero de Miñón, Rupérez,…) hasta cualificados líderes de la izquierda socialista (González, Guerra, Múgica,…) y comunista (Tamames, Solé Turá,…) Mientras la cúpula del PSOE se reúne con el general Armada, el embajador norteamericano, Terence Toddman, almuerza cada domingo con el general Milans del Bosch. El cerco y derribo contra Suárez adquiere una virulencia extrema y se produce en todos los frentes. Suárez se ve obligado a suspender el congreso de UCD previsto en Mallorca a finales de 1980 –del que esperaba salir fortalecido dirigiéndose directamente a las bases del partido para debilitar a las camarillas de conspiradores– por una inesperada huelga de controladores aéreos que impide que la mayoría de los delegados se puedan desplazar a él: todavía hoy, 27 años después, no se sabe ni quién convocó esa huelga ni por qué motivos se hizo. Acosado desde todos los frentes, Adolfo Suárez dimite el 29 de enero de 1981, según sus propias palabras, “para que la democracia no sea otra vez un paréntesis en la historia de España”. Su sustituto, Calvo Sotelo, pone fecha a la exigencia que el nuevo secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig, había hecho sólo unas semanas antes: “España debe fijar un calendario para su integración en la OTAN”. Su programa de gobierno responde punto por punto al giro a la derecha que los círculos oligárquicos y Washington reclaman imperiosamente.Sin embargo, la trama de presiones y conspiraciones que se ha ido tejiendo en los meses anteriores ha ido muy lejos, y mientras una parte de ella se detiene una vez alcanzado el objetivo, otra parte toma sus deseos por realidades y continúa con sus preparativos. La amenaza del ruido de sables en los cuarteles, que era una parte de la sinfonía puesta en marcha por EEUU para desestabilizar al país y obligar a Suárez a capitular, desemboca el 23-F, en plena votación para la investidura de Calvo Sotelo, con el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero irrumpiendo en el Congreso con sus tropas, mientras el capitán General de la IIIª Región Militar, Jaime Milans del Bosch, decreta el Estado de Guerra en Valencia y saca los tanques a la calle. El intento de golpe es rápidamente abortado: con el relevo de Suárez por Calvo Sotelo, Washington ya tiene en sus manos las bazas que necesitaba y no es necesario llegar más lejos.Desde el jueves 19 de febrero (cuatro días antes del golpe), las bases americanas de Torrejón, Rota, Morón y Zaragoza están puestas en estado de alerta y sus pilotos acuartelados. Desde fechas anteriores todavía, una dotación de buques de la VI Flota, de maniobras en el Mediterráneo, son emproados hacia Valencia y se sitúan en las cercanías del litoral español. La tarde-noche del 23-F en la que Milans sacó los tanques a las calles de Valencia, aviones estadounidenses de inteligencia electrónica del 86 Escuadrón de Comunicaciones desplegados en la base de Ramstein (Alemania) sobrevolaron el centro y sur de la Península interceptando las transmisiones vía radio entre las diferentes unidades del Ejército, las Capitanías y los Cuarteles Generales; esa misma mañana el sistema de control aéreo USA (SAC: Strategic Air Command), con su estación central en Torrejón de Ardoz, anula al Control de Emisiones Radioeléctricas español (CONEMRAD)… esperando acontecimientos. En las primeras horas de la noche, Terence Todman, el hombre que probablemente más sabía del golpe, abandonó la embajada norteamericana. Dónde estuvo aquella noche, veintiseis años después, es un misterio. Hasta el mediodía del 24 de febrero, una vez que ya se había negociado la rendición de Tejero, la línea vip Madrid-Washington estuvo inactiva. Todos los intentos españoles porque el presidente norteamericano Reagan hiciera una declaración expresa de condena del golpe fueron infructuosos: la explicación oficial fue que había que “entender la diferencia horaria”. Las únicas palabras que transmitió Washington al mundo fueron las del secretario de Estado, antiguo comandante en jefe de la OTAN, general Alexander Haig: “es un asunto interno de España”.

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