La USAID y los golpes blandos en América Latina

Los recientes sucesos en Nicaragua han revelado un patrón calcado al de otros procesos desestabilizadores: Venezuela, Ecuador, Bolivia… Detrás de todos ellos encontramos al mismo pulpo de «organizaciones de la sociedad civil» promoviendo la erosión, desestabilización y caída de los gobiernos contrarios al dominio norteamericano. Y tras ellas, un tentáculo principal, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), uno de los principales aparatos de intervención de EEUU para crear y potenciar los «golpes blandos» en América Latina.

Nicaragua. Las protestas, originadas inicialmente en rechazo a las controvertidas reformas de la Seguridad Social impulsadas por el gobierno sandinista, se transformaron de la noche a la mañana en violentos disturbios, con decenas de muertos y centenares de heridos. De nada sirvió que el presidente Daniel Ortega retirara las medidas sobre las pensiones. El objetivo de las manifestaciones había pasado a ser el derribo del gobierno sandinista, hostil a la intervención de EEUU, y alineado con el bloque antihegemonista y bolivariano de América Latina. Un Gobierno nicaragüense que además está negociando con China la apertura de un segundo canal transoceánico que privaría a EEUU del monopolio del Canal de Panamá.

En el clímax de la violencia, se supo de la reunión que el administrador de la Agencia Norteamericana para el Desarrollo (USAID), Mark Green, había mantenido con los representantes de la «sociedad civil nicaragüense», prometiéndoles el respaldo de Washington. «Es imperativo que trabajemos en estrecha colaboración para respaldar el papel vital que todos ustedes desempeñan”, les dijo.

Detrás de la deriva violenta de las protestas se encuentra un plan de intervención norteamericano, una nueva reedición de la táctica de los «golpes blandos» prácticamente idéntica a la que se ha utilizado en Venezuela para provocar un cambio de gobierno. Un proceso descrito en los manuales de «guerra no convencional» de la US Army, o en los libros del politólogo norteamericano (y exanalista de la CIA) Gene Sharp: el uso combinado de las protestas de la sociedad civil, de la artillería mediática y el sabotaje económico, que crean una sensación de caos para propiciar el derribo de gobiernos hostiles o refractarios al poder de Washington.

En las bambalinas de todos estos golpes blandos, encontramos siempre una maraña de aparatos de inteligencia norteamericanos, pero siempre uno en particular: la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). También hay otras, como la Fundación Nacional para la Democracia (NED), y otras siglas como NDI, IRI… Todas ellas trabajando codo a codo con los aparatos de inteligencia e intervención de la superpotencia.

Una constelación de agencias dependientes del Departamento de Estado, que bajo banderas altruistas como la ayuda al desarrollo, la lucha contra el cambio climático, la defensa de los derechos humanos, el impulso a la educación o la promoción de la democracia, han ido sembrando una lluvia de millones de dólares para crear organizaciones autóctonas y estructuras locales en cada país de América Latina. Todo un entramado para que la injerencia, la reconducción y la desestabilización hegemonista en esos países pasen inadvertidas y se disfracen como «las luchas de la sociedad civil».

En su libro USAID, NED y CIA. La agresión permanente (2009), los periodistas norteamericanos Jean-Guy Allard y Eva Gollinger explican que tanto la USAID como la NED “cuadruplicaron los fondos entregados a sus aliados en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Cuba del 2002 al 2006. Solo en Venezuela, invirtieron más de 100 millones de dólares en ese tiempo para alimentar a los grupos de oposición, promoviendo actualmente la creación de más de 400 nuevas organizaciones y programas para filtrar y canalizar esos fondos”. Un ejemplo es la financiación de la organización Súmate, un instrumento de la «sociedad civil venezolana» bien untado y engrasado por la USAID y la NED, que en 2002 instigó y apoyó el golpe de Estado contra Hugo Chávez.«En las bambalinas de todos estos golpes blandos, encontramos siempre una maraña de aparatos de inteligencia norteamericanos, pero siempre uno en particular: la USAID»

Algo similar se registró en Bolivia: entre 2005 y 2006, la USAID “reorientó más de 75% de sus inversiones” (más de 120 millones de dólares) en el país para financiar a los grupos separatistas de la región conocida como la Media Luna, la más rica en hidrocarburos del país, y cuya oligarquía criolla tiene vínculos especialmente intensos con EEUU. No es de extrañar que Evo Morales acabara expulsando en 2013 a estas agencias de Bolivia.

La actividad de la USAID también ha sido largamente denunciada por los gobiernos de Rafael Correa. En 2012, unas 26 ONG extranjeras debieron cesar las actividades en Ecuador tras comprobarse la falta de transparencia en sus procesos. También se detectó la promoción de tendencias separatistas en la región de Guayaquil.

La trayectoria de agencias como la USAID en America Latina se remonta a los años 60, y la historia de su intervención es larga, y alcanza a cada país de América Latina. Pero es a raíz del declive del poder norteamericano en la región -con la formación de una larga lista de países formando un frente antihegemonista- cuando EEUU se vio impedido de poder recurrir a los golpes de Estado “clásicos» (es decir, militares) para deponer gobiernos rebeldes. Se hacía imperioso recurrir a la nueva estrategia de los golpes blandos, y agencias como la USAID adquirieron un nuevo protagonismo.

Tras la llegada al poder de Obama en 2010, los presupuestos de la USAID y la NED aumentaron en un 12%, alcanzando los 2.200 millones de dólares. De ellos, se destinaron 450 millones de dólares para el trabajo de subversión directa en la región, lo que Washington llama la “promoción de la democracia”.

Bajo el gobierno de Trump, el presupuesto del Departamento de Estado -y con él, el de la USAID- ha sufrido un importante recorte, del 60% del presupuesto que llegó a tener con Obama. Pero en realidad es una redistribución y un refinado de sus funciones. Trump ha quitado financiación a los programas «tapadera» (que sí financian actividades meramente humanitarias), para dejar solo los programas estrictamente ligados a la «promoción de la democracia». Es decir, a la injerencia, la intervención y la desestabilización.

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