“El procés definitivamente se ha cerrado”. Así se pronunciaba Jordi Sánchez, ex secretario general de Junts per Catalunya, cuando se anunciaba que su partido abandonará el gobierno catalán.
Con solo 33 diputados -la mayoría en el parlamento catalán está situada en 69- ERC, que ahora gobierna en solitario, necesitará el apoyo de los comunes de Ada Colau y de los socialistas catalanes.
Se abre otro tiempo político en Cataluña.
Pero quienes más han empujado para que se haga realidad la ruptura del gobierno catalán independentista, acontecimiento que según muchas voces señala la defunción del procés, han sido los sectores más agresivamente rupturistas, nucleados en torno a Puigdemont.
¿Se han dado un “tiro en el pie”, o están utilizando la última y desesperada carta para influir en la política catalana?
Las razones que han llevado a Junts a abandonar el gobierno catalán están en el 14 de febrero de 2021. Ese día se celebraron las últimas elecciones autonómicas.
Los partidos independentistas perdieron más de 600.000 votos, y quedaron reducidos al 27,1% del censo. Solo uno de cada cuatro catalanes los apoyó. Quedó claro que son una minoría.
Y los más castigados fueron los que de forma más agresiva enarbolaban la fragmentación. Junts per Cataluña, acostumbrada a presidir la Generalitat, fue rebasada por el PSC y por ERC, perdiendo un 40% de los votos.
Se formó un nuevo gobierno de las fuerzas independentistas. Pero con una cualitativa diferencia respecto a los anteriores. No lo presidiría la ex Convergencia -bajo cualquiera de las formas que ha adoptado, desde el PDeCAT a Junts- sino ERC. Quienes estaban acostumbrados a tener mando en plaza, quedaban relegados a un lugar subordinado.
Además, ERC supero a Junts lanzando un inequívoco mensaje: seguimos siendo independentistas pero somos pragmáticos, sabemos que no es posible volver al 1-O, jugaremos la carta de apoyar al gobierno de Sánchez y negociar mejores condiciones
El abandono de Junts deja la puerta abierta a posibles acuerdos entre ERC, el PSC y En Comú Podem
La estrategia de enfrentamiento permanente “con España” era derrotada en el mismo campo independentista.
Desde el mismo momento en que se formó el actual gobierno, quedó patente que la convivencia entre ERC y Junts era imposible. Si la ruptura no se ha consumado antes es porque algunos sectores de Junts -los más ligados al núcleo dirigente de la ex Convergencia y la estructura de alcaldes- anteponían permanecer en el gobierno para así controlar una parte del presupuesto autonómico.
Para justificar la ruptura del gobierno catalán, Puigdemont organizó una “consulta a las bases” de Junts, que ganó con el 55% de los votos. Tras abandonar la Generalitat, siguiendo una estrategia trumpista, Laura Borrás -que se vio forzada a abandonar la presidencia del Parlament por un caso de corrupción- ha declarado que el gobierno de Aragonés “carece de legitimidad democrática”. Gobierno ilegítimo. Las mismas palabras utilizadas por Casado o Abascal contra el gobierno de coalición de izquierdas.
Puigdemont juega una última y desesperada carta: esperar que en las próximas generales se imponga un gobierno de PP y Vox, que permita volver a agitar el tablero catalán.
Mientras tanto ERC, en una posición de fuerza respecto a Junts, ha decidido gobernar en solitario. Cubriendo las conselleries que ocupaba Junts con ex miembros del PSC -Joaquim Nadal, la ex Convergencia -Carles Campuzano- e incluso Podemos – Gemma Ubasart, ex secretaria general de Podem en Cataluña-.
Pero aunque ostente la presidencia de la Generalitat, y ahora disfrute de un gobierno monocolor sin las maniobras de Junts paralizándolo, ERC necesita aprobar leyes clave como un nuevo presupuesto. En un parlamento autonómico donde está en franca minoría. Descartados los votos de Junts y la CUP -y evidentemente los del PP y Vox- necesitará el apoyo, bajo una u otra fórmula, del PSC y En Comú Podem. Una mayoría que, si se abandona cualquier veleidad rupturista, es perfectamente posible.