Una tempestuosa suma de ruidosos acontecimientos políticos se ha conjurado para arrebatarle al gobierno socialista la tierra bajo los pies. Justo cuando había que aprobar los presupuestos pactados entre PSOE y Unidos Podemos, que contienen -aunque sea de forma limitada e insuficiente- concesiones a las exigencias de la mayoría social progresista en forma de subida de salarios, pensiones o gasto social… una tormenta perfecta se ha armado contra el barco de Pedro Sánchez, obligándole a convocar elecciones generales, casi con toda seguridad el 28 de abril.
Detrás de este marasmo, las maniobras de los grandes centros de poder -nacionales pero sobre todo globales, desde el FMI y la Comisión Europea hasta la patronal oligárquica y el Banco de España- para hacer naufragar a un gobierno que estaba bajo la excesiva influencia del viento popular, condición necesaria para hacer avanzar el programa de recortes y ataques a las condiciones de vida y trabajo del 90%.
Se ha señalado la ofensiva de la derecha española -que el domingo 9 de febrero logró congregar a 45.000 manifestantes en la plaza de Colón para denunciar unas inexistentes concesiones de Moncloa al independentismo catalán- como la causa de esta crisis política, que parece haber conseguido su objetivo inmediato: la convocatoria de nuevas elecciones generales y el fin de la legislatura salida de la moción de censura contra Rajoy de junio pasado.
Otros atribuyen la autoría principal de esta tempestad a las maniobras del independentismo -sobre todo de sus sectores más aventureros- por hacer caer a un gobierno que les arrebataba su terreno favorito, el del “cuanto peor, mejor”. Otros, por el contrario, achacan a la falta de valentía de Moncloa por negociar con ERC y PdeCat.
Todos estos factores han actuado. Pero no son sino los síntomas de la enfermedad. Las tramas secundarias del verdadero guión. Para comprender lo que está pasando es preciso tomar la imagen del conjunto, integrando la “batalla del relator”, la manifestación de Colón, la apertura del juicio del procés, las maniobras de Torra y la pugna por aprobar los presupuestos de PSOE-Unidos Podemos de los que dependía la pervivencia del gobierno Sánchez.
Y sobre todo exige mirar hacia arriba y hacia el exterior. “Todos contra el gobierno de Sánchez”, -contra el “gobierno que no debe ser”- es la consigna que se ha lanzado desde los grandes centros de poder nacionales e internacionales. Desde la banca española y la oligarquía del Ibex35 a las plutocracias de Wall Street, Frankfurt, París o Londres. Desde el FMI y la Comisión Europea hasta el Banco de España.
Todos ellos exigen llegar más lejos en el programa de los recortes y de saqueo al 90%. Y para eso necesitan acabar con un gobierno de Sánchez que ha hecho excesivas concesiones a la mayoría social progresista. Son ellos los que están conjurando esta tormenta perfecta.
Encabeza la ofensiva un PP de Pablo Casado que busca ennla pleitesía a Washington y al actual inquilino de la Casa Blanca, el billete seguro para volver a la Moncloa. Por más que diversos sectores de la izquierda se alarmen ante el auge de la ultraderecha de Santiago Abascal, y por más que Vox ocupe el papel de “fuerza de choque” de esta situación de agitada inestabilidad, es el PP de Pablo Casado la “opción alfa” de los planes de saqueo, intervención y degradación de la superpotencia norteamericana en España.
Una ofensiva a la que se han sumado en pinza Puigdemont y Torra. Las élites independentistas ven como peligro el avance del viento “popular y patriótico” y tener un gobierno que dialoga al tiempo que muestra firmeza, que les resta munición victimista pero que no hace tampoco concesiones significativas.
Sin olvidar los sectores del PSOE que ejecutaron un golpe interno para descabalgar a Sánchez de la secretaría general, desde Felipe González y Alfonso Guerra a múltiples “barones” regionales.
Múltiples movimientos, pero en una misma dirección y con unos mismos promotores oligárquico-imperialistas: se tiene que acabar un gobierno bajo la influencia de la mayoría social de progreso.