La tentación de Moscú existe y los gobernantes catalanes la conocen. Por ahora no han picado
El Gobierno español se siente fuerte. En el Partido Popular, siempre ciclotímico, se respira satisfacción después de un año en el que todo se les podía haber venido abajo. Mariano Rajoy está ganando la partida y en mayo volverá a disponer del botón nuclear que disuelve el Parlamento y convoca elecciones. Cuando la cuestión catalana vuelva a estar al rojo vivo –cosa que ocurrirá antes de que llegue el verano–, Rajoy tendrá manos libres para convocar elecciones generales. Anotemos este dato.
Tienen motivos para sentirse fuertes. La oposición está más fragmentada que nunca y la coyuntura europea, con toda su acuciante complejidad, premia a quien garantice una España estable. El PSOE sigue en cuidados intensivos. La fogosa presentación de la candidatura de Pedro Sánchez ayer en Sevilla evoca el cisma del socialismo francés. El PSOE vive su momento populista y en Podemos están reviviendo la ruptura de los Beatles. El enfrentamiento entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón ya va más allá de lo político. Ha nacido una enemistad. Frotaron la lámpara del descontento social, salió el genio de la protesta, les dio cinco millones de votos y ahora están a punto de tirar la lámpara al río, con el aplauso de la prensa de Madrid.
El Partido Alfa tiene motivos coyunturales para sentirse fuerte, pero hay dos ámbitos en los que difícilmente puede estar tranquilo: la agenda internacional y Catalunya. Dos frentes que pueden acabar conectados.
Ante el vertiginoso carrusel electoral que se aproxima en Europa (Holanda, Francia, Alemania e Italia, probablemente), la modesta estabilidad española vale su peso en oro en el mercado de Bruselas. Nadie en la Unión Europea, ni siquiera en Londres, desea la desestabilización de España después de un increíble año sin gobierno. ¡Sólo nos faltaría España! , dicen estos días en las principales embajadas en Madrid, en las que se palpa la angustia por las elecciones presidenciales francesas de mayo. La victoria de Marine Le Pen daría un empujón definitivo a la sección europea de la Internacional Trumpista y pondría en graves apuros a la Unión Europea. Una presidenta del Frente Nacional en Francia y una alianza de gobierno entre el Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo y la Liga Norte en Italia –si el impulsivo Matteo Renzi vuelve a cometer otro error de bulto, impelido por las ganas de revancha–, podrían dejar a Alemania prácticamente aislada, para mayor satisfacción de Donald Trump, Vladímir Putin y Theresa May. La fragilidad geopolítica de la Unión Europea no es hoy una fantasía. Puede romperse.
Puede fragmentarse y entrar en caos. El marco imperial de nuevo tipo que se ha ido formando en Europa después de la Segunda Guerra Mundial –“el consorcio”, lo llama Trump–, podría llegar colapsar en los próximos años. Hay gente muy poderosa trabajando en pos de ese objetivo. La incipiente alianza entre Washington y Moscú es el puñetazo en el abdomen de Europa, que pocos esperaban. En el año diecisiete siempre pasan cosas fuertes. Hace ahora un siglo, el fogonazo de la Rusia revolucionaria alteró todo el planeta.
¿Y qué tiene que ver Catalunya con el nuevo formato de las relaciones internacionales? Hubo un tiempo que los gobernantes catalanes eran muy activos en ese terreno. El catalanismo, en sus distintas expresiones, siempre ha sido europeísta. En los años ochenta y noventa, Jordi Pujol desde la Generalitat y Pasqual Maragall desde la alcaldía de Barcelona rivalizaban por tener la mejor agenda de contactos internacionales. Pujol contribuyó muy activamente al ingreso de España en el euro -este es un capítulo poco conocido- con una serie de viajes por Europa, especialmente a Alemania, garantizando su pleno apoyo parlamentario al primer Gobierno de José María Aznar. Hoy se abren embajadas catalanas (algunas de las cuales trabajan muy bien), se pronuncian conferencias ante un público fiel en Bruselas, y se reflexiona poco sobre la convulsión internacional en curso. La propaganda lo absorbe todo y no se dice en voz alta lo que se reconoce en privado: la causa de los catalanes independentistas ha conquistado algunas simpatías en Europa, pero los gobiernos de la Unión no quieren oír ni hablar de la desestabilización de España. Esta es la verdad y Carles Puigdemont la conoce, puesto que tiene buenos informadores.
El marco ha cambiado. El soberanismo catalán subió como la espuma en el 2012 gracias al referéndum de Escocia. Aquel democratismo británico puso muy nervioso al Gobierno español. Cinco años después, el marco es otro. El soberanismo catalán sigue siendo un movimiento europeísta democrático, aunque en su interior pululen algunos intolerantes, que pronto oirá los cantos de sirena –si no los ha oído ya– del club de amigos de Moscú. En la nueva dinámica que se está abriendo paso en el mundo, el independentismo catalán podría llegar a ser utilizado como ariete contra la Unión Europea.
Rusia no quería saber nada de movimientos independentistas hasta que Estados Unidos y diversos países europeos, con gran activismo de polacos y bálticos, le hicieron jaque en Ucrania. Moscú se anexionó Crimea y armó a los ucranianos prorrusos. Esa guerra civil ha provocado ya miles de muertos. Desde el referéndum anexionista de Crimea, no reconocido a nivel internacional, Rusia ha pasado a mirar con simpatía los movimientos secesionistas, que pueden ayudarle a reivindicar la identidad política de las minorías rusas en el Báltico, en el Este de Europa y en Asia Central. El 25 de septiembre del 2016 tuvo lugar en Moscú una conferencia de movimientos independentistas de todo el mundo, titulada “El derecho de los pueblos a la autodeterminación”, a la que acudió un representante del partido Solidaritat Catalana, hoy extraparlamentario.
La tentación rusa existe y los gobernantes de la Generalitat la conocen. Hasta la fecha han sido prudentes. Carles Puigdemont, Oriol Junqueras o Artur Mas en el Kremlin es una imagen que seguramente no veremos. La tentación rusa existe y el europeísmo está en riesgo. El marco internacional cambia, los viejos carriles se han desdibujado y la propaganda ahoga la reflexión. En situaciones así, los errores se pagan caros. El año 17 será tremendo.
Montse dice:
Muy bueno genial se veía venir