La sociedad civil y el fracaso de Copenhague

«Muchos tení­an la esperanza de que de la XV Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático celebrada en la capital danesa saliera un acuerdo vinculante, justo y transparente para ponerle coto a la influencia negativa de las actividades humanas sobre el medio ambiente y frenar las alteraciones meteorológicas globales que de ellas derivan. Pero de la misma sólo queda la vaga promesa de que los polí­ticos involucrados seguirán negociando en torno a este tema en los próximos meses y las atribuciones de culpa por el fracaso de Copenhague».

La concordia brilló or su ausencia, generando la impresión de que, en lugar de haber dado un paso hacia delante en materia ambiental, se terminaron dando dos pasos hacia atrás: el Protocolo de Kyoto expira sin que los Estados del mundo hayan llegado a un acuerdo que lo sustituya. “No podemos permitir que un grupo de países, por muy poderosos que sean, se apropien de un proceso de las Naciones Unidas. Eso implicaría la anulación del principio según el cual todos los países son iguales y todas sus voces cuentan, sólo porque cinco o seis naciones hacen una propuesta dando por sentado que los demás la aceptarán y que el resto del proceso será ignorado”, dice el director de Greenpeace, Kumi Naidoo. (DEUTSCHE WELLE) THE WASHINGTON POST.- La noche del viernes en la conferencia de Copenhague sobre el clima, los aplausos estallaron cuando llegó la noticia de que el presidente Obama había llegado a un acuerdo con el premier chino, Wen Jiabao. Pero en privado, algunos activistas del clima se rascaron la cabeza. ¿De qué, exactamente, debe la gente alegrarse? FINANCIAL TIMES.- EEUU y China pueden asumir el liderazgo. En Copenhague, la fricción entre ambos fue evidente. Mientras que EEUU pedía una verificación independiente de la reducción de las emisiones, China se resistía a la violación de su soberanía. De hecho, ambos países no son tan diferentes: el Congreso de EEUU muestra tanto celo por la soberanía nacional, y tanta cautela con respecto a las obligaciones internacionales, como China. Ambos países deberían asumir el liderazgo mediante el ejemplo, con las políticas unilaterales de disminución de las emisiones de carbono que ya han sido anunciadas o que están en estudio: el comercio de carbono en EEUU, y medidas para reducir la intensidad de las emisiones en China. Alemania. Deutsche Welle La sociedad civil y el fracaso de Copenhague Helle Jeppesen La cumbre de Copenhague fue un fracaso. Los políticos se mostraron incapaces de llegar a un acuerdo para frenar los cambios climáticos generados por el Hombre. ¿Es la conciencia de la sociedad civil la última esperanza? Muchos tenían la esperanza de que de la XV Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático celebrada en la capital danesa saliera un acuerdo vinculante, justo y transparente para ponerle coto a la influencia negativa de las actividades humanas sobre el medio ambiente y frenar las alteraciones meteorológicas globales que de ellas derivan. Pero de la misma sólo queda la vaga promesa de que los políticos involucrados seguirán negociando en torno a este tema en los próximos meses y las atribuciones de culpa por el fracaso de Copenhague. Klaus Töpfer, otrora jefe del programa ambiental de las Naciones Unidas, criticó a la Unión Europea por no asumir el liderazgo que le correspondía; Regine Günther, encargada de asuntos climáticos del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, son sus siglas en inglés), señala al anfitrión de la cumbre, Lars Lokke Rasmussen, primer ministro de Dinamarca, de haberla conducido a un callejón sin salida; y el ministro británico del Ambiente, David Miliband, acusa al Gobierno de China de haber imposibilitado la firma del acuerdo sobre cambio climático. Y la lista de presuntos culpables no termina allí. ¿Dos pasos hacia atrás? “Lo que hemos alcanzado en Copenhague no es el fin, sino el comienzo. El comienzo de una nueva era en las negociaciones internacionales”, había dicho el presidente estadounidense, Barack Obama, en una conferencia de prensa previa a la sesión plenaria en la que se debía dar carácter oficial a los compromisos discutidos. Sin embargo, la concordia brilló por su ausencia, generando la impresión de que, en lugar de haber dado un paso hacia delante en materia ambiental, se terminaron dando dos pasos hacia atrás: el Protocolo de Kyoto expira sin que los Estados del mundo hayan llegado a un acuerdo que lo sustituya. “No podemos permitir que un grupo de países, por muy poderosos que sean, se apropien de un proceso de las Naciones Unidas. Eso implicaría la anulación del principio según el cual todos los países son iguales y todas sus voces cuentan, sólo porque cinco o seis naciones hacen una propuesta dando por sentado que los demás la aceptarán y que el resto del proceso será ignorado”, dice el director de Greenpeace, Kumi Naidoo. Una sociedad civil global El hecho de que varias delegaciones, sobre todo las latinoamericanas, hayan percibido el juego de poder tal y como lo describe Naidoo es uno de los factores que llevó al fracaso de la conferencia; al final, lo que de ella quedó fue un pedazo de papel que nadie estaba obligado a firmar. Pero también es posible que en Copenhague se hayan encontrado potenciales aliados de manera inesperada: al contrario de los gobiernos del mundo, la sociedad civil internacional parece haber pasado la prueba de la globalización. Numerosos representantes de las sociedades civiles de todo el planeta conformaron un frente sólido y demostraron estar de acuerdo en sus objetivos; no solamente entre ellos, sino también con las recomendaciones hechas por los científicos. Ellos demostraron también que viajaron a Dinamarca bien informados, bien preparados y dispuestos a ejercer presión por el tiempo que sea necesario. Intensificando el activismo “El hecho de que la declaración final sea tan vaga tiene algo de bueno. Y es que no es vinculante para ningún país. Eso significa que cualquiera puede proponerse metas más ambiciosas en materia ambiental. Nada nos impide involucrar a más países en la continuación de este proceso para que asuman compromisos más ambiciosos”, sostiene por su parte Kim Carstensen, líder de la Iniciativa del Clima Global de WWF. Algunos indicios apuntan a que los activistas de la agenda climática no se darán por vencidos tan fácilmente. “Yo creo que llegó el momento de decidir sobre la intensificación de nuestras actividades y la complementación de nuestras estrategias con acciones directas no violentas como los actos de desobediencia civil, por ejemplo”, señala Naidoo. Y es que desde las bases se empiezan a exigir hechos en lugar de palabras. DEUTSCHE WELLE. 21-12-2009 EEUU. The Washington Post Una alegría para Copenhague La noche del viernes en la conferencia de Copenhague sobre el clima, los aplausos estallaron cuando llegó la noticia de que el presidente Obama había llegado a un acuerdo con el premier chino, Wen Jiabao. Pero en privado, algunos activistas del clima se rascaron la cabeza. ¿De qué, exactamente, debe la gente alegrarse? El acuerdo que sale de las conversaciones no está en negrita. Se incluye la mitigación de gases de efecto invernadero para los países desarrollados y en desarrollo importantes, que se había anunciado antes de la conferencia. Toma nota de que los países desarrollados se comprometen "a dar 100 mil millones de dólares hasta 2020 para ayudar a los países en desarrollo”, y se da prioridad a la financiación de los más necesitados. A cambio, los principales países en desarrollo dan su acuerdo –genérico– a un régimen de notificación y verificación de sus objetivos de emisiones. Muchos de los detalles, en particular sobre las disposiciones sobre transparencia, todavía es necesario establecerlos. Los países en desarrollo están de acuerdo en que cualquier proyecto financiado con ayuda exterior debe ser objeto de medición internacional, notificación y verificación, lo que es un paso importante. Países como China, sin embargo, financiarán a nivel nacional muchos de sus esfuerzos, así que por lo menos tan importantes como éstas son las normas sobre la presentación de los programas de contención de carbono. El acuerdo establece que los inventarios de carbono total nacional, serán supervisados a nivel nacional, pero serán a continuación divulgados internacionalmente, tras lo cual se seguirá algún tipo de examen mundial. El establecimiento de este principio representa una concesión por parte de China, aunque su impacto dependerá de los futuros acuerdos, que deben garantizar que la revisión sea verdaderamente independiente. Incluso entonces, estas medidas serán más débiles que las que se aplican a los países desarrollados. Esa disparidad tiene que cambiarse antes de que los fondos realmente empiecen a elevarse o antes de que el mercado internacional del carbono comience a operar a gran escala. Algunos de los objetivos incluidos en el acuerdo, mientras tanto, no son adecuados. Un informe de la ONU filtrado la semana pasada llegó a la conclusión que, en conjunto, el compromiso de reducciones de emisiones es casi seguro que permitirá el calentamiento más allá de 2 grados Celsius, el umbral más allá del cual los científicos dicen que el calentamiento global puede ser desastroso. Los gobiernos deben hacerlo mejor. Luego está la obstrucción de un puñado de países como Venezuela y Sudán, lo que impidió la adopción formal del acuerdo, un problema estructural de negociación de la ONU que bien podría tener que evitarse en el futuro. Sin embargo, este resultado, aunque imperfecto, debería animar al Senado de los EEUU para asumir la legislación sobre el cambio climático. Incluso si China no se hubiera movido, reducir la dependencia de Estados Unidos de fuentes extranjeras de energía y la lucha contra la contaminación doméstica son razones suficientemente fuertes para aprobar un proyecto de ley. Un debate vigoroso debe comenzar. Los senadores John Kerry (demócrata de Massachusetts), Joseph I. Lieberman (I-Conn.) y Lindsey O. Graham (un republicano) han publicado un marco de legislación similar al “cap and trade” que la Cámara de Representantes aprobó recientemente (…) Los senadores Susan Collins (R-Maine) y Maria Cantwell (D-Wash.) tienen su propio proyecto de ley mucho más simple en que los ingresos por la subasta de carbono irían directamente a los contribuyentes. Es atractivo, y merece también atención. THE WASHINGTON POST. 20-12-2009 Ingaterra. Financial Times Copenhague se cierra con un acuerdo decepcionante Un acuerdo vacío sería peor que no alcanzar ninguno, dijo la Casa Blanca antes de que Obama viajase a la cumbre de Copenhague. Al final de la cumbre, Barack Obama calificaba el acuerdo de Copenhague –el más vacío que podría imaginarse– de «importante avance». La credibilidad de Obama en su país y en el extranjero es una de las víctimas de este ridículo resultado. El acuerdo redactado a la carrera por EEUU, China, India, Brasil y Sudáfrica no es más que una declaración de intenciones. Reconoce los argumentos científicos para mantener el aumento de la temperatura global en 2ºC. Pide a los países desarrollados que aporten 100.000 millones de dólares (69.728 millones de euros) anuales hasta 2020 para ayudar a las naciones pobres a cumplir con ese límite, pero sin especificar cuánto pagará cada país y a quién. Parece no comprometer a ninguno de los firmantes a nada. A muchos países en vías de desarrollo no les gustó este resultado. Europa puede preguntarse por qué se la ha excluido del cuadro. No todos los asistentes a la cumbre se mostraron dispuestos a refrendar esta proclamación vacía. Cabe preguntarse cómo es posible que una conferencia que culmina dos años de detalladas negociaciones, que se unen a más de una década de conversaciones, pueda haber terminado en semejante caos. Es como si no se hubiera hecho ningún trabajo preparatorio. Faltaba el consenso en los temas más básicos. ¿Estaban o no allí los países para negociar unos límites vinculantes? Nadie parecía saberlo. Desde el principio, la desorganización fue total. En esto, al menos, la atención a los detalles fue admirable. Los organizadores invitaron al evento a más personas de las que podían ser acomodadas, y quedaron desconcertados cuando llegaron. Los delegados esperaron durante horas bajo un frío glacial, una escena que lo resumía todo. Los organizadores habían planeado la celebración de un nuevo pacto global –pero la fiesta fue un desastre y se olvidaron de conseguir el acuerdo–. Los gobiernos tienen que entender, incluso si no pueden decirlo, que Copenhague ha sido totalmente inútil. Cuando se atrae la atención mundial con un evento de este tipo, hay que mostrar resultados, de lo contrario, se pierde el impulso político. Declarar como éxito lo que todos saben que es un fracaso resulta poco convincente, y empeora las cosas. El peligro ahora es la pérdida del ímpetu. En el futuro, los gobiernos tienen que respetar la regla de oro de la cooperación internacional: primero el acuerdo, las celebraciones y las fotos para después. Aparte de eso, ¿qué revela Copenhague sobre los obstáculos para el progreso –y cuál es el mejor medio de superarlos–? El cambio climático requiere la cooperación global, porque las emisiones globales de gases de efecto invernadero son el desencadenante. La actuación colectiva es esencial. El problema de que unos puedan aprovecharse de los esfuerzos de otros es obvio y hay que abordarlo. Pero el máximo acuerdo, un tratado global con límites vinculantes para las emisiones, va ser extremadamente difícil de alcanzar. Incluso si existiera la voluntad para hacerlo, obligar a cumplir los límites sería un problema, tal y como ha demostrado ampliamente el protocolo de Kyoto. Si el modelo maximalista puede revivirse a tiempo para la conferencia prevista en México en diciembre del año que viene, estupendo: la clave, sin embargo, es que el progreso no puede subordinarse a ello. Hacen falta un mayor pragmatismo y flexibilidad. EEUU y China pueden asumir el liderazgo. En Copenhague, la fricción entre ambos fue evidente. Mientras que EEUU pedía una verificación independiente de la reducción de las emisiones, China se resistía a la violación de su soberanía. De hecho, ambos países no son tan diferentes: el Congreso de EEUU muestra tanto celo por la soberanía nacional, y tanta cautela con respecto a las obligaciones internacionales, como China. Ambos países deberían asumir el liderazgo mediante el ejemplo, con las políticas unilaterales de disminución de las emisiones de carbono que ya han sido anunciadas o que están en estudio: el comercio de carbono en EEUU, y medidas para reducir la intensidad de las emisiones en China. El marco internacional no necesita insistir en un acuerdo rígido. Sobre todo, no debería dificultar las políticas que vayan en la dirección adecuada. A largo plazo, es necesario que todos realicen un esfuerzo similar, pero esto puede evaluarse de muchas formas. El control del precio del carbono es una base para la cooperación mucho menos exigente que los límites vinculantes cuantitativos fijados con décadas de antelación. El marco internacional debería ampliarse para dar cabida a esta forma de coordinación más indulgente. La generosa ayuda para que los países en vías de desarrollo reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero está garantizada, pero debería negociarse por separado. Lo necesario, una vez más, es dividir el problema en partes manejables. Copenhague ha mostrado los límites del actual enfoque. Es primordial recuperar la cooperación internacional. La mejor forma de lograrlo es exigiendo menos de ella. FINANCIAL TIMES. 21-12-2009

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