Literatura

La sinagoga de los iconoclastas

«La sinagoga de los iconoclastas» -dice Bolaño, con su clásica contundencia, cuando quiere realzar un autor o un libro que admira de verdad, pero que apenas si tiene eco editorial- «es uno de sus mejores libros que se han escrito en este siglo. Y su autor, Rodolfo Wilcock, un escritor legendario». ¿Quién es Rodolfo Wilcock y de qué va «La sinagoga de los iconoclastas? Nacido en Buenos Aires en 1919 y muerto en Lubriani, Italia, en 1978, Wilcock fue un escritor dual, que comenzó escribiendo poemas en Argentina (donde fue amigo de Jorge Luis Borges y de Bioy Casares), pero que a los 39 años, en 1958, se estableció en Italia y comenzó a escribir en italiano, sobre todo prosa y novelas («El templo etrusco», «El Caos», «El libro de los monstruos»…). Su obra mayor, «La sinagoga de los iconoclastas» (1972), pertenece a esta segunda etapa y consiste en una serie de 35 biografí­as «imaginarias» salpicadas por un humor disparatado y una fantasí­a delirante.

“Deudor de Borges, de Alfonso Reyes y de Marcel Schow –dice Bolaño–, deudores éstos a su vez, a la manera de los esejos deformantes, de la prosa de los enciclopedistas, “La sinagoga de los iconoclastas” es una colección de biografías de inventores delirantes, aventureros científicos y algún que otro artista. Según el escritor argentino Héctor Bianciotti, el libro puede ser leído “como una comedia humana en que una cólera amarga a lo Céline se disimula bajo gags al estilo de los hermanos Marx”. No creo que bajo la prosa de Wilcock se agazape una cólera amarga, ni mucho menos una cólera amarga a lo Céline. Sus personajes, cuando son malos, son malos de tan buenos que son, y cuando son buenos son inconscientes y entonces son temibles, tan temibles, sin embargo, como todos los seres humanos. La prosa de Wilcock, metódica, siempre certera, discreta aunque trate temas escabrosos o desmesurados, tiende hacia la comprensión y el perdón, nunca hacia el rencor. De su humor (pues “La sinagoga de los iconoclastas” es esencialmente una obra humorística) no se salva nadie.Algunos de sus personajes son históricamente reales, como Hans Hörbirger, el científico austriaco que propugnaba la teoría de las lunas sucesivas y que tuvo por discípulo a Hitler. Otros es posible que lo sean, como ese André Lebran que “es recordado, modestamente recordado, o mejor dicho que no es recordado en absoluto, como inventor de la pentacicleta o pentaciclo, o sea la bicicleta de cinco ruedas”. Algunos son heroicos, como el filipino José Valdés y Prom, telépata o hipnotizador. Otros son seres de una inocencia absoluta, o sea santos, como el armenio emigrado al Canadá Aram Kugiungain, reencarnado o transmigrado en cientos, tal vez en miles de personas, y ante cuya evidencia “siempre respondió que no sentía nada excepcional, incluso que no sentía nada en absoluto, a lo más una vaga sensación de no estar solo en el mundo”.Para no hablar de Llorenç Riber, el director de teatro catalán capaz de montar una versión teatral de las “Investigaciones filosóficas” de Wittgenstein y de agotar por medio de crisis nerviosas no sólo a los censores más brutales, sino también a su ocasional público. O el inventor canario Jesús Pica Planas, padre del asador tipo noria movido por cuatro tortugas o del calzoncillo elástico hermético para perras en celo o de la trampa para ratones con célula fotoeléctrica y guillotina, a colocar delante del agujeroSon treinta y cinco biografías –concluye diciendo Bolaño– que invitan a una lectura festiva, a carcajada limpia, el libro de uno de los mayores y más raros (en lo que tiene de revolucionario esta palabra) escritores de este siglo y que ningún buen lector debe dejar pasar por alto”. “La sinagoga de los iconoclastas” está publicado en España por la editorial Anagrama.

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