El Observatorio

La senda perdida del arte

Hay ciertos clásicos del periodismo español que espero como agua de mayo cada año: uno de ellos es el chiste (o serie de chistes) de El Roto sobre Arco o, en general, sobre el momento actual del arte, coincidiendo casi siempre con una nueva edición del zoco artí­stico madrileño. Y este año tampoco defrauda. En uno de ellos vemos a un espectador sentado frente a un cuadro donde hay una figura, un rostro humano, que se dirige a él para aclararle: «El pintor no pinta nada, amiguito, el que pinta es el que maneja los mercados». En otro, más impactante, vemos a un pintor que se ha colgado, y la siguiente leyenda: «Durante años colgó sus cuadros sin ningún éxito, sólo cuando en un rasgo de lucidez se colgó a sí­ mismo, el mercado se fijó en él…». Firmado: Arco.

El dominio que ejercen los mercados sobre el mundo del arte desde hace ya medio siglo ha logrado revertir or completo la situación de privilegio que logró el artista, a lo largo del siglo XIX, cuando dejó de ser un siervo más del poder, conquistó su plena autonomía y, con ella, la capacidad de forjar libremente su proyecto estético. Hoy el artista vuelve a ser siervo. No siervo de un amo concreto (del rey, de la iglesia o del gran mecenas burgués), sino siervo de un amo, aparentemente abstracto, pero en realidad más concreto de lo que parece: el mercado.Porque ese "mercado", en el que aparentemente estamos incluidos "todos", en realidad (y sobre todo en el mercado del arte), está limitado y restringido a unos pocos, en realidad, a los círculos más exclusivos y selectos de las burguesías monopolistas del planeta, que son los que tienen verdadero poder adquisitivo y la capacidad y voluntad de convertir otra vez el arte en un signo de ostentación de su poder.Vuelve a ser el arte otra vez lo que casi siempre fue: un instrumento de los poderosos, que fueron quienes mandaron construir las catedrales y los castillos, pintar los nacimientos y las vírgenes, retratar a los reyes y a los príncipes. Sólo que ahora la posición del artista es más equívoca, una verdadera impostura. Velázquez ya sabía que no era libre, que era un pintor de corte, y eso curiosamente le permitió dar rienda a su genio.En cambio, el artista de hoy vive bajo una ficción, la ficción de que es libre, de que no está sometido a más restricción que él mismo, pero en realidad no es así. Trabaja para un amo, para "el mercado", y lo sabe, aunque a veces lo niega. Esto crea una situación falsa, una impostura, que repercute directamente en la terrorífica vacuidad de la inmensa mayoría de los proyectos estéticos actuales. Y es que, como dice El Roto, "el pintor no pinta nada, amiguito, el que pinta es el que maneja los mercados".En la primera mitad del siglo XX, las "vanguardias" artísticas mantuvieron en alto las banderas de la autonomía del artista y de la libertad creativa, y para ello vincularon su proyecto estético a un proyecto de transformación revolucionaria de la vida y del mundo. Hoy ese engarce se ha roto. El arte se ha desligado de cualquier proyecto emancipador. Y ha acabado volviendo al redil del poder. Un redil en el que rigen, lógicamente, todas las reglas de su sistema: desde la zalamería y el acriticismo con los poderosos hasta la despiadada lucha por el éxito, desde la rigurosa necesidad de plegarse a las modas hasta el riesgo de llegar a tener que inmolarse para que el mercado lo acepte: es el pintor ahorcado de El Roto, una cruda imagen del destino actual del arte.

Deja una respuesta