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La semana diabólica

Una ola de la tormenta perfecta ha pasado esta semana por encima del atribulado barco que lleva por nombre España sin que la inmensa tromba de agua lo haya borrado del mapa. Por mucho que la fuerza de los elementos estaba anunciada y los malos augurios se cernían sobre el buque, los aparejos siguen más o menos en su sitio y el capitán, gallego para más referencias, un poco desmejorado por supuesto, sigue teniendo en sus manos el timón. Evidentemente, nadie puede cantar victoria por haber superado este trance en el que algunos adivinan algunos claros allá, en el horizonte. Ojalá.La crisis financiera había planteado una semana diabólica para España y el futuro del euro. El escenario venía marcado por las temidas elecciones griegas, la cumbre del G-20 en México, el resultado de las auditorías independientes sobre el estado real de la banca española y las reuniones del Ecofin y de los cuatro países más grandes de la Unión Europea (Alemania, Francia, Italia y España). En apenas cinco días, se jugaba el futuro de la moneda europea y de España, duramente asediada por los mercados y la desconfianza. Ni la decisión de los griegos de aceptar el rescate y apostar por la continuidad en el euro, ni las presiones internacionales sobre Merkel para que aflojara el desmesurado rigor de sus políticas, ni la apuesta del FMI para que la deuda bancaria se desligara de la deuda soberana, ni la confirmación de que la crisis financiera española era más o menos la prevista y, por tanto, gestionable, convencieron en principio a los mercados. La prima de riesgo empezó la semana en los 589 puntos y la rentabilidad del bono español se situaba en un máximo del 7,285%, lo que pronosticaba el rescate de España. Pero el viernes el diferencial del interés con respecto a Alemania había descendido 110 puntos y la rentabilidad del bono a los 6,380. Un cambio más que notable.

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