El Observatorio

La Sardana como sí­mbolo

Entre celebración y celebración de los tí­tulos del Barí§a, Cataluña vive un intenso y enconado debate «cultural»: la forma de proclamar a la «sardana» como «danza nacional» de Cataluña. Sí­, es para frotarse los ojos. Treinta años de gobierno nacionalista han convertido a la que fue vanguardia indiscutible de la cultura española durante décadas en un espacio cada vez más provinciano, en el que un régimen cada vez más retrógrado intenta legitimarse «culturalmente» con medidas que a la mayorí­a de los españoles nos recuerdan aquellos tiempos funestos de «los coros y danzas» de la Falange.

El debate trascurre además con la "altura de miras" que inevitablemente cabe eserar de un tema tan medular y de unos participantes tan descollantes. La polémica, en principio, no afecta al fondo del asunto: las cuatro familias del nacionalismo catalán -las tres que integran el tripartito más CiU- están completamente de acuerdo en que se proclame a la sardana "danza nacional" y se erija así como otro símbolo indiscutible de "la nación catalana". Las diferencias y el enfrentamiento surgen en torno al "cómo" de esa proclamación. Mientras el "tripartito" -PSC, ERC e IC- ha iniciado un procedimiento por el cual, en el marco de "la regulación del patrimonio cultural intangible", dictará un decreto del Govern por el que se proclamará a la sardana danza nacional, los nacionalistas de Convergencia consideran que eso es muy poco ambicioso, que es "como ir por la puerta de atrás", y que lo que se debe de hacer es ir a una proclamación solemne de todo el Parlament. Para ello ha reunido el apoyo de unos 300 municipios catalanes (el "tripartito" sólo le reconoce 194) que exigen esa "proclamación solemne" conforme -dicen- "al deseo popular". Ver a la clase política catalana enzarzada en este tipo de polémicas y debates "culturales" es quizás el mejor retrato que podían ofrecernos de su verdadera talla cultural y política. El afán sin tasa de dar relieve a lo identitario, a lo propio, a lo "de aquí", a lo que nos distingue, a los que nos diferencia, a lo que nos separa y enfrenta a otros, como principal quehacer cultural, es una seña de identidad inalienable de todos los nacionalismos y regionalismos estrechos y excluyentes, una forma hortera de provincianismo, una deuda costumbrista con el más retrógrado localismo montaraz. Un gesto del siglo XIX, que trasladado al siglo XXI, define a sus actores como verdaderos arquetipos de la "retaguardia cultural", amén de celosos guardianas de la "virginidad" de una dama a la que, por su pasado cosmopolita, nadie se imagina ya que pueda mantener incólume el virgo. ¿Debemos entender que lo que quiere esta clase política es "restaurar ese virgo", como se hace en ciertas tradiciones del mundo musulmán? No tengo nada contra la sardana, una danza de origen bizantino (que no catalán) que fue importada para sustituir a la jota (verdadera danza de toda la Corona de Aragón, incluido el Principat). Pero el intento de la actual clase política catalana de erigirla en "símbolo nacional" es algo que "huele" tan mal como aquellas quejas de la señora Ferrusola (esposa de Jordi Pujol, padre del régimen) donde expresaba su temor a que las mezquitas se acaben imponiendo al gótico catalán. Son proclamciones que rinden culto a la profunda xenofobia que anida en sus mentes y pudre sus almas. Sobre esas bases, Cataluña avanza en una sola dirección: hacia la retaguardia.

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