La revolución que nadie esperaba

Pocos habían apostado a un triunfo comunista en el gigante asiático. Catorce años antes, el Ejército Rojo se refugiaba en el norte del país huyendo de una campaña de exterminio que había mermado sus fuerzas. Casi inmediatamente tuvo que enfrentarse a la invasión de un Japón imperial que parecía destinado a dominar Asia. Y, tras la IIª Guerra Mundial, los hechos anunciaban la victoria de un gobierno de Chiang Kai-shek generosamente respaldado por EEUU.

En cada uno de estos momentos, el Partido Comunista Chino tenía menos armas, menos dinero o menos territorio que sus rivales. Y en todos acabó llevándose, ante la sorpresa de muchos, la victoria.

Hace setenta años el triunfo de la revolución en China cambió para siempre la correlación de fuerzas en Asia, y al margen de la posición que se tenga ante el actual régimen de Pekín, todos admiten que su onda expansiva sigue teniendo hoy una enorme influencia.

En esta tercera entrega del serial dedicado al 70º aniversario de la fundación de la República Popular China, vamos a comprender lo que sucedió entre 1937 y 1949, a saber como fue posible la victoria de una revolución que, según la lógica habitualmente utilizada, debía haber sido derrotada.

Yenan y Xian

En 1937, China está irremediablemente dividida en dos bandos irreconciliables.

En Xian se instalaba el cuartel militar del Kuomintang, encabezado por Chiang Kai-shek. Representaba los intereses de los grandes terratenientes, y se enfrentaba furibundamente a cualquier intento de reforma agraria que alterase su milenario dominio sobre los campesinos. Era el partido de una nueva burguesía, encarnada en las “Cuatro Familias”, que gracias al control del gobierno habían acaparado el dominio del crédito e importantes ramas industriales. Y, sobre todo, mantenía una estrecha relación con las grandes potencias imperialistas, constituyendo un poder vicario dependiente del gran capital extranjero.

Yenan y Xian representaban, en los hechos, dos destinos antagónicos para China

El gobierno del Kuomintang, incompatible con los intereses de la población, adquirió muy pronto rasgos dictatoriales, no solo frente a los comunistas sino también persiguiendo cualquier forma de disidencia.

En el bando opuesto, Yenan, una pequeña localidad de la provincia rural y montañosa de Shaanxi, era la capital de la China roja. Allí se habían refugiado las tropas comunistas, tras una épica retirada conocida como la Larga Marcha, para protegerse de las “campañas de exterminio y aniquilación” impulsadas por el Kuomintang. 

Yenan no era una capital al uso. Muchos de sus “edificios oficiales” estaban instalados en cuevas artificiales o en refugios excavados en las colinas, para protegerse de los continuos bombardeos.

Tampoco su gobierno era convencional. Todos, desde los soldados a los dirigentes, estaban obligados a realizar trabajo manual. Una parte de la jornada laboral de Mao, presidente de gobierno soviético, se destinaba a cultivar un pequeño huerto frente a la cueva en la que residía.

En Yenan se realizó la reforma agraria, entregando la tierra a los campesinos, y se crearon auténticos órganos de poder popular. 

El testimonio del periodista húngaro G. Paloczi expresa como incluso un anticomunista no puede sino reconocer los logros del gobierno soviético de Yenan: “La base de la pirámide social, los campesinos, habían quedado históricamente fuera y por debajo de los negocios públicos. Cuando hablaba de las masas, Mao Tse-tung se refería a esas masas de campesinos, que constituían el noventa por ciento de la población china. Mediante sus asociaciones de campesinos, guardas rojas campesinas y concejos locales, Mao Tse-tung fue el primer revolucionario chino que consiguió, con éxito, asentar su estrategia revolucionaria en la base de la pirámide social”.

Yenan y Xian representaban, en los hechos, dos destinos antagónicos para China.

Los comunistas frente la invasión japonesa

Desde una perspectiva occidental, cuando recordamos las masacres perpetradas en la IIª Guerra Mundial pensamos únicamente en la Alemania nazi, desconociendo la magnitud de los crímenes perpetrados por el imperialismo japonés en Asia.

En 1937, Tokio lanza una feroz ofensiva para anexionarse China. Desde 1931 había asentado su bota en Machuria, creando la ficción del Estado títere de Machukuo, nominalmente encabezado por el último emperador chino. Seis años después, el imperio nipón invadía la totalidad del territorio chino, para convertirlo en una colonia a la que explotar.

El lema de las campañas japonesas para quebrar la resistencia china deja claras sus intenciones: “matar todo, quemar todo y destruir todo”. Este plan se ejecutó con criminal literalidad. La “masacre de Nankin” fue uno de sus ejemplos máximos. Tras la toma de la entonces capital china, el ejército nipón se entregó a una orgía de asesinatos, violaciones… Entre 300.000 y medio millón de chinos, hombres, mujeres, niños, ancianos, fueron asesinados.

Ante esta situación crítica, vuelven a abrirse dos posiciones antagónicas.

El Partido Comunista Chino lanza inmediatamente la consigna de formar un Frente Único Antijaponés. Tendiendo la mano al mismo Kuomintang que continúa persiguiendo y masacrando comunistas. Este llamamiento a la unidad contra el invasor es difundido a toda la nación mediante un telegrama público del Comité Central del PCCH a la dirección del Kuomintang.

Toda la política comunista pasa a orientarse desde la necesidad de derrotar al Japón. El  Ejercito Rojo de Obreros y Campesinos pasará a llamarse Ejército de Vanguardia Popular-Anti Japonesa. Y se paralizan las confiscaciones de tierras a los campesinos ricos o incluso a los terratenientes que se posicionen contra la invasión japonesa. 

Mientras tanto, la dirección del Kuomintang, encabezada pr Chiang Kai-sheck, toma una posición diametralmente opuesta. Prohibiendo la agitación antijaponesa en los territorios que controla, y priorizando el combate a los comunistas al enfrentamiento con la potencia invasora.

Esta línea, escandalosamente antinacional y reaccionaria, va a provocar una rebelión en el mismo seno del Kuomintang. Cuando, en medio del avance de las tropas japonesas, Chiang Kai-sheck vista Xian para preparar una nueva ofensiva contra los comunistas, es detenido por los generales que se niegan a seguir sus dictados, y los soldados exigen el ajusticiamento de quien consideran un traidor a la patria.

Solo la intervención del PCCH, que envía a Xian una delegación, permitirá salvar la vida de Chiang. Pero tras el llamado “incidente de Xian”, se impone la formación del Frente Único Antijaponés que los comunistas han defendido desde el primer momento.

El Ejército Rojo y el PCCH va a ser la columna vertebral de la resistencia que derrotará la invasión japonesa. En 1937, las tropas comunistas no superaban los 80.000 solados, una cifra que se elevará a los 900.000 en 1945. Se forman además guerrillas de milicianos campesinos, dirigidos por los comunistas, que llegarán a contar con 2,5 millones de efectivos. 

El combate al invasor va unido a un gigantesco trabajo de organización. El número de militantes comunistas alcanza los 1,2 millones. Y se crean Consejos Democráticos Anti Japoneses, que ejecutan la reforma agraria, en cada pueblo.

La población de los territorios con gobiernos comunistas pasa de 1,2 millones en 1937 a 90 millones en 1945.

Las condiciones en que se logra la victoria contra el Japón van unidas a un gigantesco saldo adelante de la revolución en China.

Y la bandera roja se izó en Pekín

Tras la derrota y retirada de Japón, la pregunta clave es: ¿qué hacer ahora con China? Porque lo que suceda en ese gigantesco país va a influir decisivamente en la correlación de fuerzas en Asia y en el mundo.

EEUU, convertido ya en la única superpotencia, interviene con un único objetivo: eliminar, o cuanto menos minimizar al máximo, una influencia comunista incompatible con sus planes de dominio sobre el país.

A Pekín llega George Marshall -el militar norteamericano que impulsará el plan que lleva su nombre en Europa- para dirigir las negociaciones entre el Kuomintang y los comunistas, que dieran lugar a un gobierno de coalición. Pero la exigencia de disolución del Ejército Rojo y de los gobiernos soviéticos de las zonas liberadas -que, como sucedió en otros países, daría paso a la aniquilación comunista- jamás será aceptada por el PCCH. 

Apoyado por EEUU, el Kuomintang va a desatar la mayor ofensiva anticomunisa. Washington pondrá a su disposición miles de millones de dólares, y un ilimitado suministro de armamento.

En 1945, las fuerzas militares del Kuomintang eran cuatro veces más numerosas que las comunistas. Sin embargo, en septiembre de 1947 el Comité Central del PCCH considera que ya existen condiciones para “pasar de la defensiva estratégica a la ofensiva estratégica”. Y dos años después, se consumará la victoria total comunista.

La razón de la sorprendente transformación de la inferioridad material en una superioridad que les otorgará el triunfo, está en una línea que se gana el apoyo de la población.

Cada vez que el Ejército Rojo tomaba una aldea y procedía a entregar la tierra a los campesinos, sus fila se multiplicaban. Solo en la provincia de Huaihai, cinco millones de campesinos se movilizarán para defender el poder comunista.

Los mismos soldados del Kuomintang, mayoritariamente de origen campesino, se convertirán en propagandistas comunistas. Tras ser capturados, se les proporcionaba alimento y cuidados médicos, y recibían discursos políticos. Una parte importante se unía al Ejército Rojo. Los que no lo hacían eran liberados, y volvían a sus poblados para difundir el mensaje de que los comunistas distribuían la tierra de los terratenientes entre los campesinos.

Las tropas comunistas más efectivas que conquistarán las principales ciudades no están formadas pr soldados, sino por propagandistas. Difunden una política que coloca el blanco en las  potencias imperialistas, el capital extranjero y los monopolistas del Kuomintang. Proponiendo liquidar el inmenso poderío económico de las “Cuatro Grandes Familias” (todas ellas íntimamente ligadas a Chiang Kai-sheck), pero respetando los intereses de los medianos y pequeños capitalistas. Y estableciendo una política de unidad con todas las clases nacionales y populares en un frente unido revolucionario después de la victoria. 

Este programa, ampliamente difundido por los comunistas, ayudó a debilitar la resistencia en los territorios del Kuomintang. Las tropas del Kuomintang se desmoronan, y muchas ciudades se entregan sin resistencia a los comunistas.

El 1 de octubre de 1949, Mao Tse-tung proclamará la República Popular China desde el balcón de la Plaza de Tiananmen. La victoria comunista se había consumado, tras resistir numerosas campañas de exterminio, una invasión japonesa y una guerra donde se enfrentaba a la superpotencia norteamericana que salía triunfante de la IIª Guerra Mundial.

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